¿Cuán bajo podemos caer todavía? Bergoglio visto por Henry Sire

16 Dicembre 2023 Pubblicato da 1 Commento

Marco Tosatti

Estimados amigos y enemigos de Stilum Curiae, ofrecemos a vuestra atención esta conferencia, pronunciada por Henry Sire, y publicada por One Peter Five, en nuestra traducción. Se trata, en nuestra opinión, de un documento de gran interés, por lo que damos las gracias al autor y al sitio web. Feliz lectura y difusión.

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Cuando Joseph Shaw me propuso esta charla a principios de septiembre, le sugerí el título “Papa Francisco: ¿cuánto más bajo podemos caer?”, pero el hecho es que desde entonces los acontecimientos nos han superado. Durante los últimos once años todos hemos visto el pontificado del papa Francisco en una trayectoria de descenso acelerado hacia una traición cada vez más manifiesta de la doctrina católica, pero debo decir que no preveía la precipitación gadarena que hemos visto en los últimos tres meses. Si queremos evaluar los gravísimos episodios que están sucediendo a nuestro alrededor tenemos que intentar comprender al hombre que tenemos ahora sentado en el trono de Pedro. Así pues, antes de comentar los últimos acontecimientos me gustaría añadir algunos detalles a la imagen del papa Francisco que ofrecí en mi libro El Papa dictador, que se publicó por primera vez hace seis años.

Para ponerles en antecedentes sobre este libro, debo explicarles que llegué a trabajar a Roma en abril de 2013, menos de un mes después de la elección del papa Francisco, y viví allí durante los cuatro años siguientes. Yo trabajaba para la Orden de Malta, una organización que mantiene estrechos vínculos con la Santa Sede, y rápidamente empecé a escuchar los informes que salían en privado del Vaticano. Mostraban a un Francisco muy diferente de la figura genial y liberal que presentaban los medios de comunicación de todo el mundo. Los enterados decían que en cuanto las cámaras de publicidad se apartaban de él, Francisco se convertía en una figura diferente: arrogante, despectivo con la gente, entregado al lenguaje soez y notorio por furiosos arrebatos de mal genio que eran conocidos incluso por los chóferes del Vaticano. Durante los dos años siguientes seguí escuchando información privilegiada, por ejemplo del difunto cardenal Pell sobre la política interna que se llevó a cabo en los dos Sínodos sobre la Familia, de 2014 y 2015. Tengamos en cuenta que en sus primeros años el papa Francisco apenas había mostrado su mano y que la gente asumía que era el reformador liberal que supuestamente necesitaba la Iglesia. A principios de 2016 escribí un artículo para Angelico Press titulado “Papa Francisco: ¿Dónde está el reformador detrás del ídolo mediático?”. Empezaba a pensar que alguien tenía que escribir un libro que sacara a la luz el abismo entre la imagen pública del papa Francisco y la realidad tal y como se ve dentro del Vaticano; pero en ese momento no pensé que sería yo quien lo escribiera.

Además del abismo informativo que he descrito, había otra consecuencia, producto de la barrera idiomática. De hecho, había mucha información disponible desde hacía años sobre Jorge Bergoglio y su carrera en Argentina, pero simplemente no había llegado al resto del mundo porque no había sido traducida al inglés. Dado que soy medio español, éste fue otro de los factores que apuntaron a que me hiciera cargo de la tarea que se necesitaba. Cuando decidí empezar a trabajar en el libro, lo primero que hice fue hacer un viaje a Argentina, que realicé en marzo de 2017, para hablar con personas que pudieran informarme sobre el historial de Bergoglio. Esta era la información que tristemente les había faltado a los cardenales cuando eligieron a Bergoglio en 2013. En particular, hubo un libro muy revelador que había sido escrito poco después de la elección papal, pero que fue sacado rápidamente de circulación y desde entonces casi no estaba disponible. El título era El Verdadero Francisco, de Omar Bello. El autor era un ejecutivo de relaciones públicas que había conocido personalmente a Bergoglio durante los últimos ocho años, al haber trabajado para él en un canal de televisión gestionado por la arquidiócesis de Buenos Aires. Como profesional en el campo de las relaciones públicas, Bello reconoció rápidamente en Bergoglio a un maestro en la autopromoción. También describió a un hombre consumado en el ejercicio encubierto del poder y la manipulación de las personas.

Por ejemplo, Bello cuenta en su libro dos historias que ya eran bien conocidas en Buenos Aires. Una fue la forma en que Bergoglio se disgustó con un miembro del personal arzobispal, el Sr. Félix Botazzi, y decidió despedirlo sin mostrar su mano. El ex empleado agraviado buscó entonces una entrevista con Bergoglio, que simuló no conocer el tema: “No sabía nada de eso, hijo mío. ¿Por qué te despidieron? ¿Quién lo hizo?”. El Sr. Botazzi no recuperó su empleo, pero el arzobispo le regaló un coche nuevo, y se marchó convencido de que Bergoglio era un santo, dominado por un círculo de subordinados malintencionados. La otra historia que Bello repite es la de un sacerdote bonaerense en el personal diocesano que buscó ayuda psiquiátrica, agotado por el alegre baile que su arzobispo les hacía bailar retozar a él y a sus colegas. Después de escuchar sus penas, el psiquiatra le dijo: “No puedo tratarte. Para resolver tus problemas tendría que tratar a tu arzobispo”.

Estas y otras revelaciones se hicieron poco después de que Bergoglio fuera elegido Papa, pero en realidad ya antes habían aparecido informes significativos en los medios de comunicación en español. Por ejemplo, en 2011 el periodista español Francisco de la Cigoña publicó un artículo en el que describía cómo Bergoglio estaba construyendo él mismo una red de poder en las jerarquías sudamericanas a través de seguidores que había plantado en varios departamentos del Vaticano. De la Cigoña resumió su informe: “Así es como Bergoglio procede a generar una red de mentiras, intrigas, espionaje, desconfianza y, más eficaz que nada, miedo. Bergoglio es una persona que sobre todo sabe cómo generar miedo. Pero por mucho que se esmere al detalle en impresionar a todos con la apariencia de un santo de estatuilla, austero y mortificado, es un hombre con mentalidad de poder”.

Debemos tener en cuenta que esto fue escrito mucho más de un año antes de que Bergoglio fuera elegido Papa, antes de que nadie tuviera motivos para sospechar que pudiera ser más peligroso todavía.

 

Cuando comencé a escribir mi libro, me fijé el objetivo de transmitir al mundo angloparlante informes de este tipo en español, pero había otra prueba cuya no aparición no había sido causada por la barrera del idioma. Mientras estaba viviendo en Roma, comencé a oír hablar a varios periodistas de un documento llamado Informe Kolvenbach, que varios de ellos habían intentado localizar sin éxito. Era el informe que el padre Kolvenbach, el prepósito general de los jesuitas, había escrito en 1991, cuando se había propuesto nombrar al padre Bergoglio como obispo auxiliar en Buenos Aires, y se rumoreaba que era claramente desfavorable. Se había conservado una copia del informe en el archivo de la Curia General de los jesuitas en Roma, pero desapareció rápidamente en cuanto Bergoglio fue elegido Papa. En el transcurso de mi investigación descubrí que al menos una copia del informe existía en manos privadas, pero su propietario no se atrevía a compartirla conmigo con el propósito de publicarla. Lo más cerca que pude llegar a él fue a través de un sacerdote que lo había leído antes de que desapareciera del archivo de los jesuitas, y me dio lo esencial del mismo de la siguiente manera: El P. Kolvenbach acusaba a Bergoglio de falta de equilibrio psicológico, desviación, desobediencia encubierta bajo una máscara de humildad y uso habitual de un lenguaje vulgar. También señaló, con vistas a su idoneidad como obispo, que Bergoglio se había mostrado como una figura divisiva mientras fue provincial de los jesuitas en Argentina. Luego de once años del papado de Francisco podemos decir con toda justicia que el padre Kolvenbach había acertado plenamente en su diagnóstico.

Otra clave del modo de actuar de Bergoglio es el trasfondo político de Argentina, tan ajeno a la comprensión anglosajona. Una de las primeras cosas que oí sobre Bergoglio cuando fui a Roma fue de un sacerdote argentino, quien dio: “Lo que hay que entender de él es que es un político puro”. En aquel momento no capté el alcance de esto, pero hay que añadir que la política de Francisco está modelada por la gran figura de Argentina en el siglo XX, Juan Perón, quien fue dictador del país de 1946 a 1955, los años en los que Bergoglio crecía. Perón deslumbró a toda una generación de argentinos con su estilo oportunista y sin escrúpulos, y su legado ha seguido dominando la vida política del país desde entonces. Bergoglio fue más que un discípulo genérico del gran hombre. Cuando fue maestro de novicios de los jesuitas argentinos a principios de los años setenta, ayudó activamente a un partido llamado Guardia de Hierro, que trabajó con éxito para traer de vuelta a Perón del exilio durante sus últimos meses como presidente hasta su muerte en 1974. Según los estándares ordinarios, ésta era una forma inusual de pasar el tiempo libre para el maestro de novicios de una orden religiosa, pero ilustra el comentario que me hizo un argentino que había sido alumno del joven Bergoglio cuando enseñaba en un colegio jesuita en los años sesenta. Basándose en el conocimiento personal de toda una vida, me describió a Bergoglio como “un enfermo del poder”- un hombre para quien el poder es una manía o una enfermedad.

Así que, basándome en informes como estos procedí a escribir mi libro, e incluí en él un capítulo sobre la carrera de Bergoglio antes de su elección. En él, mi propósito era proporcionar algo así como un estudio del carácter que lamentablemente les había faltado a los cardenales cuando lo eligieron papa en 2013. Sin embargo, desde su publicación he descubierto una gran cantidad de nueva información que muestra que, de hecho, las cosas eran mucho, mucho peor de lo que imaginaba.

 

La primera revelación ha sido sobre la mala praxis financiera implicada en el gobierno de Bergoglio de la arquidiócesis de Buenos Aires. He mencionado antes el artículo de Francisco de la Cigoña sobre la red de poder que el cardenal Bergoglio construyó en el Vaticano, pero hay que añadir que esa red fue posible gracias al despliegue de grandes sumas de dinero. El trasfondo de todo ello fue la casi bancarrota en la que había incurrido la Santa Sede en los años ochenta y noventa por las actividades delictivas de sus gestores financieros: el arzobispo Paul Marcinkus y monseñor Donato de Bonis, su menos conocido pero igualmente corrupto sucesor. En estas condiciones, la capacidad de transferir grandes sumas a las arcas vaticanas daría a un eclesiástico una enorme influencia. El cardenal Bergoglio lo hizo a través de su control de la Universidad Católica de Argentina, que contaba con una rica dotación de 200 millones de dólares. Concretamente, entre 2005 y 2011 se transfirieron unos 40 millones de dólares de la Universidad de Argentina al Vaticano, en una transacción que se suponía que era un depósito, pero que el Banco Vaticano procedió rápidamente a tratar como una donación. No fue hasta hace un año o dos que se comenzó a rectificar esta apropiación indebida.

Sin embargo, esto no es más que la punta del iceberg de una enorme corrupción financiera en la arquidiócesis de Buenos Aires que se ha mantenido en secreto, aunque el Vaticano la conocía desde una fecha temprana. En 2009, a los once años de gobierno del cardenal Bergoglio como arzobispo, el papa Benedicto ordenó una visita secreta a la arquidiócesis por parte de un monseñor que fue enviado allí ostensiblemente como miembro diplomático de la nunciatura papal, quien descubrió graves irregularidades que incluían lavado de dinero y vínculos con la mafia. Para ser justos, estas malas prácticas databan de antes del nombramiento de Bergoglio como arzobispo en 1998, pero quedaron sin corregir debido a la habitual política de Bergoglio de encubrimiento y protección de los culpables. Se dice que la información que el investigador papal obtuvo durante su visita le ha dado un dominio sobre el Papa y le ha permitido seguir una carrera vaticana bien protegida a pesar de la enemistad de figuras poderosas.

La arquidiócesis que gobernaba el cardenal Bergoglio estaba entonces impregnada de irregularidades financieras. Para darles un poco de historia de esto, me remontaré al primer nombramiento de Bergoglio como obispo auxiliar de Buenos Aires en 1991. Como ya he mencionado, obtuvo este cargo a petición del entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Quarracino, pero el hombre que más influyó para presionar para ello fue monseñor Roberto Toledo, miembro del personal arzobispal. Por qué monseñor Toledo fue tan defensor de Bergoglio no sabría decirlo, pero emerge como la figura central en el siguiente gran escándalo surgido en la arquidiócesis. Se trata de un gran fondo de pensiones de los militares argentinos, a los que en 1997 se pidió que hicieran un préstamo a la arquidiócesis de diez millones de dólares. En ese periodo, el cardenal Quarracino estaba enfermo y el obispo Bergoglio ya había sido nombrado su coadjutor con derecho a sucesión. En la reunión celebrada para ultimar el préstamo, el cardenal Quarracino estaba demasiado enfermo para asistir, pero estuvo representado por monseñor Toledo. Cuando llegó el momento de firmar el contrato, monseñor Toledo abandonó la sala, aparentemente para obtener la firma del cardenal Quarracino, y regresó al momento con una firma que, como se supo más tarde, había sido en realidad falsificada por él mismo. Poco después, la caja militar de pensiones se encontró en dificultades e hizo gestiones para recuperar el préstamo hecho a la arquidiócesis de Buenos Aires, pero el cardenal Quarracino negó haber firmado alguna vez ese contrato.

El cardenal Quarracino murió poco después y Bergoglio le sucedió como arzobispo de Buenos Aires. Lo que llama la atención es su trato de guante de seda con monseñor Toledo cuando se descubrió el fraude. Primero fue enviado de vuelta a su ciudad natal sin ninguna sanción. Finalmente, ocho años después, en 2005, fue juzgado por fraude, pero nunca se dictó sentencia. Hay que añadir que monseñor Toledo era bien conocido por ser homosexual y por tener un amante masculino, un instructor de gimnasia, que había desempeñado un rol de intermediario en las relaciones financieras que he descrito. El detalle más macabro de este caso surgió en 2017, cuando monseñor Toledo, que llevaba dieciocho años trabajando como párroco sin ningún tipo de sanción eclesiástica, fue acusado de asesinar a un amigo suyo de toda la vida y de falsificar su testamento para obtener una herencia millonaria.

Monseñor Toledo es un ejemplo de prelado que ya estaba en su cargo cuando Bergoglio llegó como obispo auxiliar, pero es igualmente revelador observar a quienes promovió una vez que se convirtió en arzobispo. El primero en el que hay que fijarse es Juan Carlos Maccarone, a quien Bergoglio nombró obispo auxiliar en 1999. En 2005 Maccarone fue destituido como obispo por el papa Benedicto, después de haber sido filmado manteniendo relaciones sexuales con un homosexual prostituto en la sacristía de su catedral. Sin embargo, el cardenal Bergoglio le defendió públicamente, afirmando que la filmación era un montaje para derribar al obispo por su compromiso político izquierdista. Otro protegido fue Joaquín Sucunza, a quien Bergoglio consagró obispo auxiliar en 2000, aunque para entonces ya había sido citado en una causa de divorcio como amante de una mujer casada. El obispo Sucunza continuó como auxiliar, e incluso fue nombrado por el papa Francisco administrador temporal de la archidiócesis en 2013, luego de su propia elevación al papado.

Estos casos muestran un patrón de cinismo moral y amiguismo clerical que Bergoglio ha mostrado entre bastidores, mientras presentaba la imagen pública de un reformador. Los ejemplos más flagrantes están relacionados con su historial como protector de clérigos abusadores sexuales. Un caso es el de Rubén Pardo, sacerdote de Buenos Aires, quien fue denunciado por abusar sexualmente de un adolescente de quince años. La madre del chico tuvo grandes dificultades para conseguir que la arquidiócesis admitiera el caso; se quejó de que el cardenal Bergoglio protegía al sacerdote culpable, que le daba alojamiento en una residencia diocesana y que cuando intentó hablar con el cardenal en la residencia arzobispal éste la hizo expulsar por el personal de seguridad. El sacerdote fue finalmente condenado por la justicia civil y muy poco después murió de sida, y un tribunal de Buenos Aires obligó a la Iglesia católica a indemnizar a la familia por lo que había sufrido. La opinión de la madre sobre la pretensión de Bergoglio de tomar medidas enérgicas contra esos delitos fue: “El compromiso de Bergoglio es sólo palabrería”.

Otro caso muy conocido fue el del padre Julio Grassi, quien administraba hogares infantiles que utilizaba para explotar la ambición de los chicos de salir de la pobreza a través del fútbol profesional. En 2009 el padre Grassi fue condenado por abusar sexualmente de un adolescente, pero mientras el caso estaba en curso la Conferencia Episcopal argentina, encabezada por el cardenal Bergoglio, gastó mucho dinero en encargar un documento de 2.600 páginas para afirmar su inocencia. El informe fue condenado por el tribunal argentino como un burdo intento de interferir en la justicia y de perjudicar la audiencia judicial. Mientras tanto, el propio padre Grassi declaró que a lo largo de las audiencias había contado con el apoyo personal del mismo cardenal Bergoglio. Como sabemos, hay muchos obispos en el mundo cuyas carreras han terminado por acusaciones menos graves que ésta, y sin embargo Bergoglio consiguió salir indemne de ellas. Además, como Papa ha mostrado en muchos casos que no tiene escrúpulos en proteger a los delincuentes sexuales clericales, independientemente de la supuesta política de tolerancia cero que profesa aplicar.

Creo que vale la pena ofrecer una explicación general o genérica de esta extraña laxitud, que en el fondo hunde sus raíces en la cultura sexual machista de América Latina. Eso no es más evidente en ningún lugar que en Argentina, donde tradicionalmente se ha dicho que un “maricón” se define como un hombre que sólo se acuesta con su propia esposa. Esta cultura contamina al mismo clero. Muy a menudo entre estos latinoamericanos, y de hecho entre los italianos y otros, existe la inclinación a tratar la visión menos tolerante de las fechorías sexuales como una manifestación del puritanismo anglosajón. Con esta actitud, la corrupción sexual rampante en la Iglesia y en el Vaticano tiene pocas esperanzas de ser reformada y, de hecho, ha empeorado mucho bajo el actual Papa.

 

Los hechos que acabo de mencionar han sido publicados en varios artículos, o en algunos casos descubiertos por mí, en los últimos cinco o seis años, y mi comentario al respecto es el siguiente: cuando escribí El Papa dictador el estado de mi información me llevó a dar una imagen de Bergoglio como un hombre con ciertos defectos de carácter que deberían haber sido conocidos por los cardenales cuando le eligieron en 2013; pero de hecho la realidad es mucho peor. Lo que encontramos que existía en 2013 era una situación de horrible corrupción clerical en la Iglesia argentina, y vemos a Bergoglio sentado directamente en el centro de la misma. Ahora bien, no le estoy acusando de ser él mismo financiera o sexualmente corrupto como los clérigos que protegió. Me remito a la descripción que el periodista De la Cigoña hizo de él como “trabajando cuidadosamente para impresionar a todos con la apariencia de un santo de estatuilla”. Hay que admitir que Bergoglio ha sido siempre personalmente austero, de hecho lo ha sido en forma ostentosa, pero ha combinado esto con una política de rodearse de personas moralmente débiles y corruptas, precisamente para poder controlarlas y construir su propio poder a través de ellas, y esta política la ha continuado durante todo su pontificado.

Tenemos que fijarnos en la situación que existía en el Cónclave de 2013, que se llevó a cabo después de la sorpresiva abdicación del papa Benedicto XVI. En general, se reconocía que la Iglesia estaba frente a una crisis, y el cardenal Bergoglio fue elegido explícitamente para realizar reformas, en particular en tres áreas: en primer lugar, el escándalo mundial de abusos sexuales por parte de clérigos, que había socavado gravemente la autoridad moral de la Iglesia; en segundo lugar, la ciénaga de las finanzas vaticanas; y en tercer lugar, la corrupción moral y política dentro de la Curia Romana, de la que Benedicto XVI había recibido pruebas aplastantes en un informe presentado en diciembre de 2012. En estas tres áreas, el pontificado del papa Francisco, lejos de llevar a cabo reformas, ha empeorado infinitamente las cosas. En un caso tras otro, hemos visto a delincuentes sexuales clericales protegidos con un descaro que eclipsa cualquier cosa del pasado. En el ámbito de las finanzas vaticanas, al principio parecía que el papa Francisco propugnaba una auténtica reforma. Nombró al cardenal George Pell con amplios poderes para reformar las finanzas de los distintos departamentos vaticanos, pero en dos años quedó claro que se trataba de una promesa vacía. La auditoría de los departamentos vaticanos que Pell había puesto en marcha fue cancelada, y fue cancelada por dos de los hombres que el propio Francisco había puesto en el poder: El cardenal Pietro Parolin, como secretario de Estado, y el cardenal Angelo Becciu, su sustituto en ese momento. El cardenal Becciu, luego de cuatro años de creciente poder, perdió el favor del papa Francisco en 2020, fue efectivamente despojado de su cardenalato y actualmente está siendo juzgado por delitos financieros. Ya en 2017, Parolin y Becciu ordenaron entre ambos la paralización de la reforma financiera del cardenal Pell, en una serie de incidentes que ilustran el régimen de dictadura sin ley que prevalece ahora en el Vaticano. Uno de ellos fue el trato dado al laico Libero Milone, quien había sido nombrado auditor general del Vaticano dos años antes para llevar a cabo la reforma financiera. En 2017 fue despedido en circunstancias sugestivas de un Estado fascista, con la policía vaticana irrumpiendo en sus oficinas y confiscando sus ordenadores, mientras se le daba allí mismo un ultimátum para que dimitiera o sería arrestado. Como parte de la explicación de este trato, el cardenal Becciu se quejó de que el Sr. Milone había estado espiando a sus superiores, en otras palabras, que estaba haciendo el trabajo para el que había sido nombrado.

El aspecto más notorio de esta represión fue la forma en que se deshicieron del cardenal Pell. En 2017 tuvo que regresar a Australia para enfrentar acusaciones históricas de abusos sexuales, por las que fue condenado a prisión, hasta que su condena fue anulada por apelación tres años después. Para entonces ya era demasiado tarde para que reasumiera su cargo en el Vaticano. Hay muchas razones para creer que la acusación australiana fue instigada y asistida por figuras del Vaticano como medio para detener su reforma, y el cardenal Becciu ha sido nombrado específicamente como el agente de esta política.

 

Cuando pasamos a la reforma de la Curia en su conjunto, la experiencia de los últimos once años ha sido tan desastrosa como la historia financiera. Y la razón es que el interés del papa Francisco no está en reformar la Curia, sino en controlarla. Como he mencionado antes, siempre ha ejercido su control nombrando para los cargos a personajes moralmente débiles y comprometidos, que se convierten en sus herramientas incondicionales. Así, en la primera mitad de su pontificado vimos cómo los pocos individuos de verdadera integridad en la Curia fueron destituidos uno a uno -Burke, Sarah, Müller, Pell- y una colección sin parangón de villanos clericales ocupó su lugar. Por ejemplo, la Administración del Patrimonio de la Santa Sede, que controlaba el dinero del Vaticano, permaneció bajo la presidencia del cardenal Calcagno, un estafador clerical italiano de la vieja escuela, a pesar de que estaba siendo investigado por negocios inmobiliarios en su diócesis anterior que perjudicaron las finanzas de la diócesis; también fue un conocido protector de delincuentes sexuales clericales. Permaneció en su poderoso cargo y tuvo el privilegio de cenar todas las noches con el papa Francisco hasta que se jubiló por motivos de edad en 2018.

Un nombramiento aún más escandaloso por diferentes motivos fue el del arzobispo sudamericano Edgar Peňa Parra, quien en 2018 ocupó el puesto del cardenal Becciu como sustituto del secretario de Estado. Peňa es un hombre que, siendo estudiante, fue expulsado de su primer seminario por considerársele moralmente sospechoso, y se dice que hizo su carrera al amparo de un círculo de clérigos homosexuales que le protegieron y le hicieron progresar. Se ha dicho que huyó de su Venezuela natal y se refugió en Roma luego de un grave incidente que provocó la intervención de la policía venezolana. Estos antecedentes no han sido obstáculo para que Peňa se convirtiera en el segundo hombre más poderoso de la Secretaría de Estado, cargo que aún ocupa. Es sólo un ejemplo del círculo de latinoamericanos desagradables que han sido ascendidos a la cúpula de la Iglesia bajo el actual Papa. Y así sigue, con un nombramiento escandaloso tras otro que hunden la reforma moral de la Curia cada vez más en el reino de lo imposible.

Sin embargo, los medios de comunicación del mundo, que tan salvajemente atacaron a Benedicto XVI en cada oportunidad que tuvieron, han permanecido en silencio ante escándalos que habrían destruido cualquier a otro papado. La razón es simple, que el papa Francisco les da exactamente lo que quieren. Buscan un Papa que debilite a la Iglesia y la doblegue a su propia agenda secularizadora, y eso es exactamente lo que el papa Francisco les está dando. Esta es, por tanto, la clave de la cuestión: ¿qué es en esencia y exactamente el pontificado de Francisco? Desde el primer momento, la galería en la que ha estado jugando ha sido la de los medios de comunicación seculares, junto con el establishment intelectual y político woke, y por ellos adhiere a todas las causas seculares de moda, en detrimento de la enseñanza católica real. Sus palabras y acciones han sido calculadas exclusivamente para ganarse la aprobación del mundo, y lo ha conseguido por completo. Tan enteramente que puede permitirse ignorar a cualquier otro electorado, y salirse con la suya con un amiguismo y una corrupción clericales, por los que los medios de comunicación le habrían fustigado si hubieran venido de un Papa conservador.

Un corolario de esto es su ofensiva contra la Tradición. El papa Francisco se da perfecta cuenta de que el único obstáculo real a su revolución procede de los tradicionalistas de la Iglesia católica, el único elemento con algo de espinazo dispuesto a reconocer que el emperador esta desnudo. De ahí la campaña que ha emprendido durante todo su pontificado contra los llamados católicos “rígidos” y “retrógrados”, de los que se burla en cada oportunidad que puede. Repitió este tema hace sólo unas semanas, cuando dijo que era un escándalo que los jóvenes sacerdotes acudieran a sastres eclesiásticos para encargar sotanas y vestimentas tradicionales. Todos sabemos cuáles son los verdaderos escándalos de la Iglesia moderna, pero los únicos que molestan al papa Francisco son los de los sacerdotes que siguen la Tradición. De ahí también su ascenso del cardenal Arthur Roche a prefecto del Culto Divino en lugar del cardenal Sarah, y el Motu Proprio Traditionis Custodes para deshacer el trabajo de Benedicto XVI (Por cierto, se ha señalado que una posible traducción de Traditionis Custodes es “carceleros de la Tradición” (que es ciertamente el trabajo que al cardenal Roche y al papa Francisco les gustaría estar haciendo). Al igual que al papa Francisco, al cardenal Roche también le gusta sermonear a los católicos tradicionales sobre lo anticuados que son. Se ha comentado que la Iglesia católica es la única institución en la que hombres de setenta y ochenta años dicen continuamente a personas de veinte y treinta que tienen que ponerse al día. Al papa Francisco le conviene fingir que el tradicionalismo católico es una cuestión de que a los sacerdotes les gusta llevar sotana y usar incienso en la iglesia, pero sabe muy bien que es una cuestión de doctrina, del Depósito de la Fe, de la filosofía perenne de la Iglesia, de los tesoros de la espiritualidad; y por eso es un obstáculo inquebrantable para un Papa que intenta conducir a la Iglesia por los caminos del secularismo moderno.

 

Antes de terminar, debo comentar la situación en la que nos encontramos actualmente. Como dije al principio, los acontecimientos de los últimos tres meses han tomado por sorpresa incluso a quienes no se hacían ilusiones sobre el régimen actual. La espiral descendente se ha acelerado hasta un punto que yo, por mi parte, no había previsto. Lo que hemos visto en los últimos tres meses son los escándalos del papado de Francisco en su forma más concentrada. Empezaré con el escándalo de los abusos sexuales clericales y su encubrimiento, cuyo ejemplo más flagrante ha estado muy presente en las noticias. Se trata del caso, del que estoy seguro que todos han oído hablar, del sacerdote jesuita Marko Ivan Rupnik, acusado de abusos sexuales del tipo más horrendo infligidos a hermanas religiosas de las que se suponía que era el director espiritual. Los abusos incluían elementos sacrílegos espantosos en los que no voy a entrar, y se fueron produciendo durante décadas, pero los jesuitas no hicieron nada al respecto. A principios de este año decidieron tardíamente que era mejor prescindir del padre Rupnik y lo expulsaron de la Compañía, pero la protección hacia él continuó por parte del Vaticano. El P. Rupnik había sido declarado culpable del grave delito canónico de absolver a una de sus parejas sexuales en el confesionario y había incurrido en la pena automática de excomunión, pero la excomunión fue levantada en el plazo de un mes. No sólo eso, sino que precisamente en ese momento el padre Rupnik fue invitado a predicar un retiro en el mismo Vaticano. Los intentos de llevar a este sacerdote a juicio eclesiástico se vieron obstaculizados por el hecho de que sus delitos habían prescrito; esto puede levantarse en los casos apropiados, pero el papa Francisco no lo hizo. Negó públicamente su implicación en el caso, pero Christopher Altieri ha escrito: “importantes clérigos cercanos a Francisco han sugerido con fuerza que Francisco tuvo prácticamente mucho que ver en todo con la gestión del mismo”. El padre Rupnik es, de hecho, típico de los inmorales compinches clericales a los que el papa Francisco ha estado protegiendo sistemáticamente a lo largo de su pontificado y antes de él.

A mediados de este año, el encubrimiento de Rupnik estaba alcanzando su punto álgido. Había figuras, como el también jesuita cardenal Luis Ladaria, prefecto de la Doctrina de la Fe, que querían que el padre Rupnik fuera efectivamente castigado, y se dice que esa fue la razón por la que Ladaria fue notoriamente desinvitado al reciente Sínodo sobre la Sinodalidad. Fuerzas vaticanas intentaron incluso que se anulara la excomunión anterior del padre Rupnik por irregular. Finalmente se provocó una protesta pública, en primer lugar cuando un informe de la propia Comisión para la Protección de Menores del Vaticano criticó la laxitud que se estaba mostrando, y en segundo lugar cuando se reveló que el padre Rupnik, a pesar de su expulsión de los jesuitas y de las acusaciones que aún pesaban sobre él, había sido incardinado recientemente en la diócesis de Koper. A finales de octubre, el Vaticano anunció finalmente que los defectos en la tramitación del caso del padre Rupnik habían sido puestos en conocimiento del Papa y que éste había decidido revocar la prescripción para permitir que Rupnik sea juzgado. Sobre esto ha comentado Christopher Altieri: “Plazos inverosímiles y explicaciones absurdas, este anuncio no hace sino confirmar aún más que la responsabilidad, la rendición de cuentas y la transparencia son bromuros transparentemente cínicos. El acto de poder bruto demuestra que el imperio de la ley en la Iglesia es una farsa”.

¿Cuáles son los otros actos papales que nos han asaltado en las últimas semanas? Hemos tenido la exhortación apostólica Laudate Deum, sobre la llamada crisis climática, en la que, como alguien ha señalado, el papa Francisco se ha puesto en plan Greta Thunberg. La exhortación declara: “Ya no es posible no creer en la causa primordialmente humana del cambio climático”. Tantos otros artículos de creencia cristiana se han tambaleado, pero alegrémonos de que el papa Francisco siga defendiendo un dogma de fe incuestionable. También hemos asistido a otros escándalos morales, como el hecho de que, por ejemplo, al cardenal Ricard de Francia se le haya permitido conservar su cardenalato a pesar de haber admitido haber abusado de una niña de 14 años hace años, o que el papa Francisco haya vuelto a defender, en el caso del obispo Gisana de Sicilia, a un obispo acusado de proteger a abusadores sexuales y haya denigrado a sus acusadores.

Todo esto es impactante, pero lo que debemos analizar es un acontecimiento de consecuencias más graves para la Iglesia. Se trata del curso abiertamente cismático del Camino Sinodal alemán, que ha proseguido sin que el papa Francisco haya intentado ponerle freno o reprenderlo. El 3 de noviembre el obispo de Speyer anunció que autorizaba la bendición de parejas homosexuales y que elaboraba una lista de sacerdotes de su diócesis dispuestos a realizarlas. De nuevo, silencio absoluto por parte de Roma. Pocos días después llegó el anuncio de que el obispo Joseph Strickland, de Tyler (Texas), había sido destituido por no plegarse a la línea modernista. Aquí vemos demostrado con perfecta simetría el patrón del pontificado del papa Francisco: se protege al hereje y se destituye al obispo católico fiel. El cardenal Gerhard Müller ha calificado públicamente la destitución del obispo Strickland como un abuso del derecho divino del papado. Una periodista italiana se ha animado a describir este papado como “El pontificado de las purgas” y a contrastar la práctica de Francisco con su profesado lema de Misericordia. Peter Kwasniewski ha comentado: “Hace años Henry Sire llamó al papa Francisco ‘el Papa dictador’. Una y otra vez esta evaluación ha sido reivindicada, y nunca más que cuando el Papa depone a un obispo sin el debido proceso, en contra del Derecho canónico y por ninguna falta grave imaginable. Ha combinado la mentalidad de ‘Yo soy la Tradición’ de Pío IX con el lema de Juan Perón: ‘Al amigo, todo. Al enemigo, ni justicia’”.

Por muy grave que sea todo esto, debemos prestar más atención al recién clausurado Sínodo sobre la Sinodalidad, porque es el medio por el que el papa Francisco está intentando institucionalizar su revolución. El primer comentario que hay que hacer es que todos estos sínodos, incluidos los dos anteriores sobre la Familia, han sido gestionados de tal forma que han permitido a una camarilla de modernistas hacer avanzar su programa bajo el pretexto de un proceso consultivo. Citando a un observador italiano, el desarrollo de los diversos Sínodos de este pontificado, empezando por el de la familia y terminando de forma estrepitosa con el último, muestra que las reglas de las discusiones y deliberaciones, preparadas antes con la selección de los participantes mismos, han sido cambiadas repetidamente para silenciar el obvio rechazo por parte de la mayoría eclesial a la línea de pensamiento único que se intentaba imponer, y para impedir que surgiera en el seno del Sínodo una línea que no coincidiera con la predeterminada desde arriba.

Sin embargo, cuando surgió el informe final del Sínodo todos recibimos una sorpresa; resultó ser inesperadamente poco concluyente. Muchos nos quedamos perplejos por un momento, pero obtuvimos la explicación de una revelación noticiosa que apareció poco después. Se trataba de la revelación de un plan para cambiar las reglas de los cónclaves papales con el fin de introducir la participación de los laicos, incluidas mujeres. Lo que esto nos mostró fue que lo importante del Sínodo precedente no había sido el documento que surgiera de él, sino el proceso en sí. Fue diseñado para ablandar a la Iglesia para una revolución en la elección papal. Así, tuvimos obispos haciendo declaraciones como esta: “A partir de ahora será imposible celebrar un Sínodo sin la participación de los laicos”. Si eso fuera así, la gente también estaría exigiendo una elección papal en condiciones similares.

Esta noticia reveló que desde hacía meses había conversaciones entre el Papa y el cardenal Ghirlanda para cambiar las reglas del Cónclave. El cardenal Ghirlanda, por cierto, además de ser jesuita, es el propulsor de una visión teológica extrema del poder papal que lo convierte en el agente ideal para afianzar el régimen de dictadura papal. En cuanto saltó la noticia, hubo una rápida desmentida por parte del Vaticano, acompañada de furiosos esfuerzos dentro de los distintos dicasterios para averiguar quién había sido el responsable de la filtración. La lección que esto demostró fue que el Vaticano se dio cuenta de que había perdido el control del relato, como se dice hoy en día, y se había visto avergonzado por una revelación que se adelantó a sus planes. Pienso que puede haber pocas dudas de que la reforma, así llamada, seguirá adelante, pero supongo que la prematura revelación ha trastornado la agenda del papa Francisco.

Sin embargo, no todas las noticias papales las hace la propia Roma. Un acontecimiento muy significativo ha llegado de Argentina, en la forma de elecciones presidenciales del pasado domingo y la llegada al poder de Javier Milei. En primer lugar, esto fue directamente contrario a la política de la Iglesia, que, aparentemente por orden de Roma, había estado haciendo campaña abiertamente contra Milei e instando a los electores a votar en su contra. Más concretamente, Milei es un enemigo declarado del papa Francisco y le ha insultado públicamente, mientras que su vicepresidente, Victoria Villarruel, es una católica tradicionalista. La Croix ha comentado el resultado: “Francamente, si un grupo de adictos a los asuntos eclesiásticos se sentaran en un bar e intentaran esbozar en una servilleta de cóctel una entrada que equivaliera a un rechazo tout court de la agenda de un Papa en funciones, es dudoso que hubieran podido dar con algo más vívido que lo que ocurrió en realidad”. Un comentario más severo provino de un argentino experto en política, el profesor Peretó, quien afirmó en una entrevista reciente que la victoria de Milei representa un desaire a Bergoglio y confirma lo que todo el mundo sabe: a los argentinos no les gusta el papa Francisco y no lo quieren. Desde hace años, cuando aparecen noticias sobre Bergoglio en periódicos y portales, los administradores se ven obligados a cerrar los comentarios de los lectores, en su mayoría despectivos y duros. Muchos habrán pensado que el rechazo a Bergoglio estaba extendido sólo entre quienes leen y se mantienen informados. Ahora se ha visto que está presente en todos los estratos sociales, incluso entre los pobres. Por esa misma razón, Bergoglio nunca irá a Argentina, porque su viaje sería un fracaso. Es cierto que la mayoría del bajo clero, especialmente los sacerdotes más jóvenes, están hartos de Bergoglio y no quieren saber nada de él: un rechazo que abarca todo lo que el Papa hace y propugna.

Esa es la opinión de Argentina, a la que el resto del mundo debería prestar atención, como habrían tenido que hacer los cardenales electores en 2013.

Así pues, parece que también en este ámbito los planes del Papa Francisco se han desbaratado, y no deberíamos subestimar las consecuencias de ello para un Papa que es un político tan desnudo como Francisco. En resumen, ¿qué podemos esperar para el futuro inmediato? Dudo en hacer predicciones, pero lo que los acontecimientos de las últimas semanas nos han mostrado es que el papa Francisco es un anciano apurado. Está desesperado por institucionalizar su revolución antes de morir, y no se detendrá ante nada para conseguirlo. Así que la respuesta a la pregunta “¿cuánto más bajo podemos caer?” es que probablemente no haya límite, y podemos esperar escandalizarnos con enormidades cada vez peores. Sin embargo, el papa Francisco debe tener en cuenta que no controla todo. Además de las elecciones presidenciales en Argentina, más cerca de casa hay una ley muy tradicional que él no tiene poder para derogar, y es la ley de la mortalidad humana. La realidad final es que el papa Francisco no estará aquí para siempre, pero que Cristo nos ha dicho: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta la consumación del mundo”.

 

Publicado en Italiano el 12 de octubre de 2023, en https://www.marcotosatti.com/2023/12/12/quanto-in-basso-dobbiamo-ancora-cadere-bergoglio-visto-da-henry-sire/

 

Traducción de la publicación original en inglés por: José Arturo Quarracino

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1 commento

  • Carlo ha detto:

    Desde por lo menos la entrevista con Civiltà Cattolica (2013) era absolutamente claro que Berggy no era católico y no podía ser papa. Somado a las circunstancias oscuras de la renuncia de Benedicto XVI, la reacción positiva unánime de los enemigos de la Iglesia, todo formava un cuadro que ya entonces no dejaba ninguna duda sobre la ilegitimidad del apóstata argentino. Para mi, la única sorpresa fué la traición unánime de la jerarquía. No podía imaginar que la putrefación de los prelados fuera tan total. Esperaba una reacción por lo menos de los conservadores. No hubo ninguna.

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