De delitos y castigos. La pena de muerte y Francisco, que se cree un supercristo. Bernardino Montejano.

13 Maggio 2024 Pubblicato da Lascia il tuo commento

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Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, el Prof. Bernardino Montejano, a quien agradecemos de corazón, ofrece a vuestra atención estas reflexiones sobre Crímenes y Penas, y sobre la posición no católica de Francisco sobre la pena capital. Feliz lectura y circulación.

LOS DELITOS Y LAS PENA

Nos enteramos por “La Prensa” de hoy, que el papa Francisco ha vuelto a opinar acerca de un tema que le parece tan importante, que ha llegado a modificar el Catecismo de la Iglesia Católica: la pena de muerte; pero la intromisión clerical en el ámbito penal no se agota allí, sino que propone a los gobiernos “formas de amnistía o condonación de penas” y convoca a los creyentes para que reclamen “condiciones dignas para los encarcelados, el respeto de los derechos humanos y, sobre todo, la abolición de la pena de muerte, contraria a la fe cristiana y que destruye toda esperanza de perdón y reconciliación” (“El Papa anunció el jubileo 2025: reclama amnistías a los países”).

Hemos titulado esta nota “Los delitos y las penas”, porque las penas son consecuencias de los delitos, los cuales en su inmensa mayoría constituyen además pecados graves, que producen un desorden en la sociedad, sin confundir delitos y pecados; homicidios, lesiones, calumnias, injurias,  robos, hurtos, malversación de caudales públicos, usura, sobornos, falsificaciones, adulterios, simulaciones, falso testimonio, etcétera.

Defender el orden social y combatir a los perturbadores pertenece a la órbita de César, de la autoridad política. Como enseña San Pablo, “la autoridad es ministro de Dios para el bien… si haces el mal teme, porque no en vano lleva la espada” (Epístola a los romanos) y coincide San Pedro en su Primera epístola: “Sed sumisos a causa del Señor a toda institución humana, sea al rey como soberano, sea a los gobernantes como enviados por él para castigo de los que obran mal y alabanza de los que obran bien”.

O sea que la autoridad es ministro de Dios para gestionar el bien común político, y debe, cuando sea necesario, forzar a los protervos mediante la coacción, la fuerza al servicio de la justicia.

Respecto a la pena de muerte en el Antiguo Testamento, el libro del Éxodo prescribe: “No matarás al inocente ni al justo” (23/7) porque matarlos a través de la pena de muerte, el aborto o la eutanasia es siempre injusto.

Para los culpables, la ley antigua, en sus preceptos judiciales, determina la pena de muerte en 53 casos.

En el Nuevo Testamento esos preceptos políticos no existen, porque el gobierno temporal es responsabilidad de César, pero si la licitud de la pena de muerte en los textos del Evangelio según San Mateo: “los que se sirven de espada a espada morirán” (26/52) y “quien maldijera padre o madre sea condenados a muerte”(15/4); en las parábolas del dueño de la viña, que haría que los arrendatarios homicidas “perezcan miserablemente” y de la boda, en la cual el rey en respuesta a los asesinatos de sus criados, “acabó con aquellos homicidas”.

La tradición de los padres y doctores de la Iglesia que defiende la licitud de la pena de muerte, es resumida por Pío XII, con su precisión habitual: “El poder público tiene la facultad de privar de la vida al delincuente sentenciado en expiación de su delito después de que éste se despojó de su derecho a la vida”.

El papa Francisco niega todo esto al afirmar que la pena de muerte es contraria a la fe cristiana.

En su soberbia, deja de ser el vicario de Cristo para pretender ser un super Cristo, pero a la vez de reclamar amnistías y condonación de penas genéricas, no se ocupa de sus compatriotas que sufren y mueren en las cárceles destinadas a quienes presuntamente cometieron hace muchos años delitos de “lesa humanidad”.

 Les dijo hace mucho a los directivos de Justicia y Concordia: “nos estamos ocupando, nos estamos ocupando”, mientras se los sacaba de encima; porque los derechos humanos no existen para esos presos, tampoco la prisión domiciliaria por edad, ni la irretroactividad de las leyes. ¿Dirá que se ocupa de los vivos, no de los muertos civiles? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que quien pretende ser más bondadoso que Cristo no se ocupa de ellos, sus compatriotas dolientes.

Creemos haber demostrado la licitud de la pena de muerte; en un segundo capítulo nos ocuparemos de su oportunidad y de su aplicación hoy, en especial en un país, que según un arzobispo argentino, es donde mejor se aplica la doctrina social de la Iglesia.

Buenos Aires, mayo 10 de 2024

Bernardino Montejano

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