¿Existe la justicia climática? Ayudar a la Creación, no Vampirizarla. Bernardino Montejano.

29 Aprile 2024 Pubblicato da Lascia il tuo commento


Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, ofrecemos a vuestra atención estas reflexiones del Prof. Bernardino Montejano, a quien damos las gracias de todo corazón, sobre un tema de gran actualidad. Feliz lectura y circulación.

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¿Existe una justicia climática?

Desde Aristóteles hasta hoy, encontramos las formas clásicas de justicia: general o legal, distributiva y correctiva o conmutativa. Mucho después aparece la justicia social, tan criticada por nuestro actual presidente hasta ahora, porque ha cambiado mucho desde sus tiempos electorales en la valoración de las personas y las cosas y no tenemos ninguna garantía que eso no vuelva a suceder.

Pero casi siempre, la justicia en su primer sentido era una virtud, una de las cuatro virtudes cardinales, junto a la prudencia, la fortaleza y la templanza, que regía la vida del hombre, entre los hombres y los grupos infrapolíticos, entre los hombres y los Estados y entre los Estados. O sea, entre los hombres y otros grupos humanos.

Las concepciones zoológicas, que existieron desde la antigüedad incorporaron a los animales y luego a otros seres como los bosques, las montañas y los ríos.

Dentro del último contexto, así como los ríos tendrían derecho a no ser contaminados, el clima tendría derecho a no ser alterado.

Pero, aparece otra cuestión, ¿quién representa a los ríos y al clima? No pueden ser sino grupos de personas humanas, sea el Estado o la comunidad internacional.

Y pongamos un ejemplo concreto y hoy muy próximo, pues escribo desde San Joaquín, que es el del río Azul, que se transforma en una cloaca al atravesar la ciudad, cuando incorpora a su cauce, cuanta porquería podemos imaginar, entre ellos los deshechos de las fábricas, lo que se vuelca en las aguas sin el tratamiento adecuado.

¿Quién es el responsable del entuerto?, de la “injusticia” digamos; ¿quiénes son las víctimas? Los habitantes o sea las personas humanas, los peces, la vida vegetal que se desarrolla en las orillas. Y el responsable es el municipio, el intendente y los concejales que, en lugar de obligar a los infractores a cesar en los entuertos contaminantes, miran para otro lado. Y pensar que existe una Secretaría de Turismo, incapaz no solo de sanear al río sino incluso de mantener la higiene en los baños de la terminal de ómnibus.

Acerca del tema en general, que alude a una adecuada inserción humana en el orden de la naturaleza física, tantas veces destruida en vez de cultivada, el teólogo ortodoxo ruso Bulgakoff habla de la “vampirización” de esa naturaleza, porque el hombre ha alterado los cuatro elementos fundamentales: el agua, el aire, la tierra y el fuego.

Los habitantes de Buenos Aires y sus alrededores sabemos por experiencia que el teólogo tiene razón.

¡El agua! Empezamos con la contaminación del Riachuelo, continuamos con la destrucción del Tigre, del sector más próximo del delta del Paraná, de nuestras riberas más cercanas y acabamos sin poder bañarnos en el río más ancho del mundo.

¡Al aire! Llegó “la Reina del Plata” a encontrarse cubierta con una gran nube negra que la envolvía, visible con claridad al llegar en avión. En esto progresamos gracias a una saludable disposición municipal que eliminó los incineradores de residuos, pero siguen activos otros productores de humos, gases y polvos que continúan contaminando nuestra atmósfera.

¡La tierra! Los “hijos del asfalto” le dan la espalda seducidos por las facilidades de la gran urbe, que con sus luces hasta eliminan la noche y por eso el tango habla de “las luces malas del centro”, pero pierden la capacidad de aprehender la realidad de la naturaleza, con el día y la noche, la luna y las estrellas, la tierra y el celo. Todo necesario para el desarrollo de la vida vegetal, animal y humana.

¡El fuego! El estroncio 90, liberado en la atmósfera por las explosiones atómicas, vuelve a la tierra con las lluvias, bajo forma de polvos que penetran en el suelo y que el hombre asimila a través de los vegetales que consume. Esos polvos no son precisamente inofensivos y a ellos dedica unos versos un poeta amigo, Juan Luis Gallardo:

“Esos gases, sustancia o materia

(estroncio 90)

producen, Dios sabe que males

-trastornos vitales-

’mutaciones genéticas’ llaman

los sabios de marras,

las pestes que traerá a la tierra

su estroncio 90’”.

Muchos hombres de nuestro tiempo han advertido la gravedad del problema y esa toma de conciencia, señala Gustave Thibpn, “debe ponerse en el activo de la humanidad contemporánea.

Pero algo muy distinto es inventar la “justicia climática” a la cual se refiere la “obispa” Kristina Kühnbaum Schmidt, jefa de la Federación Luterana Mundial quien visitó al papa Francisco, le agradeció su compromiso con la integridad de la creación y la justicia climática y abogó por incluir la fiesta de la creación en el calendario litúrgico de todas las iglesias cristianas.

¡Basta de tanto macaneo ideológico mundialista que incluso pretende meterse en la liturgia! Sí, en cambio, a las medidas concretas que faciliten una mejor relación del hombre con su entorno, con el aire, el agua, el fuego y la tierra. Pero, para no alargar la nota, eso lo trataremos en Justicia climática II.

En la nota anterior, citando a un teólogo ortodoxo ruso hablamos de la “vampirización” de los cuatro elementos claves: el agua, el aire, la tierra y el fuego.

Empezaremos con el tercero, la tierra siguiendo el pensamiento de un pionero, el arquitecto francés, Paul Hary, un enamorado del campo argentino, expuesto en un artículo publicado el “La Nación” el 29 de septiembre de 1987, titulado “Completar la Creación”, hoy más actual que entonces.

El articulista fue un hombre práctico; productor rural, fundó en 1957, el Consorcio Regional de Experimentación Agrícola germen de los grupos C.R.E.A, existentes y dinámicos, aunque hoy hayan perdido la visión integral de su fundador.

El trabajo comienza señalando una opción que Dios deja al hombre: “completar la Creación o destruirla”. Porque existen varias maneras de producir en el campo, como de hacer las más diversas cosas, desde la medicina hasta la política: una con la mira puesta en el beneficio inmediato; otra, hipnotizados por la técnica, otra, haciendo uso del buen sentido. Los pies en la tierra, sin olvidar que en las tareas campestres “la colaboración con el Creador es más estrecha que en otros casos”.

Hary destaca que “el mundo es más complicado de lo que dicen los textos y la tierra más compleja de lo que piensa la gente”. Ante la aparición de nuevas técnicas, tal vez computarizadas, el desafío es usarlas con inteligencia, manteniéndola como medios “porque, descompuesto el semáforo del buen sentido, pueden ser temibles”.

Advierte la necesidad de proteger los “centímetros de tierra vegetal que, como manto protector, cubren nuestros campos. Allí es donde millonadas de microorganismos generan vida, siempre que no se los moleste y los peligros que se corren con el uso de ciertos insecticidas y fertilizantes y también con producciones violentas que exaltan la producción en el momento a costa de desquiciar una armonía vital; así se puede iniciar una ronda infernal en la que el suelo va perdiendo sus virtudes naturales por intoxicación o por calcinación”.

Además, denuncia los peligros del que conlleva el uso “de ciertos estimulantes del crecimiento del ganado sobre la salud de la gente”.

El artículo acaba con una referencia a “la responsabilidad moral de completar la Creación, de procurar alimentos para los hombres que mueren de hambre en el mundo”.

Después de la publicación estamos mucho peor porque a partir de 1996 se extendió el uso de semillas transgénicas para que las plantas sobrevivan al uso del glifosato que mata a las malezas y a todo lo demás.

Este pesticida comercializado como Roundup primero por Monsanto y ahora por Bayer, aplicado en millones de hectáreas, produce cáncer, abortos y enfermedades congénitas. Además de intoxicar el suelo y destruir el manto protector al que se refiere Hary.

Los estudios hechos en Monte Maíz, cuya población es de 8.000 habitantes, ubicado a 300 km. de Córdoba capital son aterradores. Allí, el glifosato es sinónimo de “cosechar enfermedades” y se multiplican los casos de cáncer, abortos y anormalidades congénitas.

Y nos preguntamos: ¿por qué no se prohíbe la venta de este pesticida? La respuesta es clara, tenemos un Estado débil, ausente en realidad, que no tiene fuerza ni ganas de enfrentar a poderosas multinacionales. La salud de la población, la degradación de la tierra, no interesan.

En una próxima nota nos ocuparemos de la vampirización del agua.

 Buenos Aires, abril 24 de 2024.

Bernardino Montejano

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