La ley del Sábado y la furia legalista de los fariseos de Santa Marta. ArzobispoViganò

20 Settembre 2023 Pubblicato da Lascia il tuo commento

Marco Tosatti

Estimados amigos y enemigos de Stilum curiae, ofrecemos a vuestra atención esta homilía del arzobispo Carlo Maria Viganò. Feliz lectura y difusion.

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DOMINGO XVI DESPUES DE PENTENCOSTES

17 de setiembre de 2023

 

Domine, in auxilium meum respice:
confundantur et revereantur,
qui quærunt animam meam, ut auferant eam:
Domine, in auxilium meum respice.

[Apresúrate, Señor, a ayudarme.

Avergüéncense y confúndanse

los que buscan mi alma para destruirla.

Apresúrate, Señor, a ayudarme]

Antífona del Ofertorio

El Santo Evangelio del 16º Domingo después de Pentecostés propone algunos puntos de meditación para estos tiempos de gran crisis y tribulación, tanto para la vida del cuerpo eclesial y de la sociedad, como para vuestra Comunidad y, finalmente, para el alma de cada uno de nosotros.

San Lucas relata dos hechos: la curación del hidrópico y la parábola de los invitados a la boda [Lc 14, 1-12]

La primera enseñanza que podemos extraer es que el milagro realizado por el Señor nos muestra cómo la ley está ordenada al hombre y no al revés, y que por tanto se equivoca quien, aplicando la norma acríticamente y sin prudencia, hace de ella un ídolo y termina contradiciendo el espíritu de la ley, la mens que la determinó. Por eso, sacar a un burro o a un buey del pozo -y con mayor razón curar milagrosamente a un enfermo- no viola en lo más mínimo el precepto del descanso. El bien no puede ser obstaculizado por la ley, que fue creada para favorecerlo y alentar a los buenos, y paralelamente para impedir el mal y castigar a los malvados.

Este es un aspecto muy importante para comprender, en un momento en que la autoridad abusa de su poder en nombre de una observancia burocrática de la norma, pero que se utiliza para el fin opuesto a aquel para el que la Iglesia la dictó. No sólo eso: la obediencia a la ley de la Iglesia nunca puede implicar la desobediencia a la ley divina: este es el significado del gesto de Nuestro Señor. No saca a un burro del pozo -cosa que sin duda habría convencido a los fariseos de encontrar un sistema (“jesuítico”, diríamos hoy) para burlar la norma-, sino que cura a un enfermo de hidropesía, considerada una presencia molesta en la casa del notable. Y así como las enfermedades del cuerpo que el Mesías cura milagrosamente tienen siempre un paralelismo con las enfermedades del espíritu (algo de lo que los fariseos estaban convencidos), se hace evidente la escala jerárquica en la que la salvación del alma se antepone a la del cuerpo, y ésta se antepone a la observancia farisaica del precepto.

Por desgracia, estamos acostumbrados -sobre todo desde hace diez años- a ver explicado este episodio evangélico como una condena del fariseísmo de los católicos tradicionales, calificados con diversos epítetos despectivos a causa de su “rigidez”. En realidad, lo que el Señor reprocha no es el respeto a la ley -que, por lo demás, es alabado en otra parte: euge serve bone, quia in pauca fuisti fidelis [Bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco]-, sino el formalismo hipócrita de quienes pierden de vista la finalidad de la norma, e incluso la subvierten precisamente en el momento en que la colocan por encima de la Verdad y de la Caridad, es decir, por encima de Dios.

Comprendemos entonces que la imposición frenética de la revolución conciliar, la sinodalidad, de Cor Orans o de Traditionis Custodes es reveladora de esa actitud farisaica que también condena de palabra. Con esta obsesiva manía de forzar las voluntades de los individuos a un modelo abstracto y totalmente ajeno a la voluntad de Dios, la Jerarquía modernista demuestra que ha dejado escandalosamente de lado el fin principal de su autoridad -la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación de las almas- y que, en cambio, sólo piensa en complacer sus propios desvaríos heréticos, en forma autorreferencial. En la base de esto subyace el orgullo, la presunción de si, el desprecio del bien de los fieles y la absoluta falta de temor de Dios.

Si efectivamente el bien de las almas y la gloria de la Majestad divina fueran realmente el fin principal de su acción, no pasarían su tiempo persiguiendo Comunidades cercanas a la Tradición, a intervenir diócesis y a forzar la dimisión de obispos buenos; ni antepondrían el acatamiento estólido de los diktats iconoclastas de Bergoglio al evidente bien espiritual que representa la celebración de la Misa Apostólica. No entrarían en frenesí si las monjas siguen la Regla de su Fundador o si cantan el Oficio en latín, sino que más bien pensarían en amonestar y castigar severamente a quienes niegan las Verdades Católicas o quebrantan la Moral o a quienes transgreden impunemente los Votos religiosos. Por el contrario, en ese caso la furia legalista de los fariseos en Santa Marta cede el paso a una indulgencia tolerante que suena a fomento de la herejía y del vicio, o sino directamente a una abierta participación de ambos.

Vayamos ahora a la segunda enseñanza del Evangelio de hoy, que encuentro sumamente instructiva.

Observando cómo los invitados elegían los primeros puestos, se puso a contarles esta parábola: Cuando os inviten a una boda, no os pongáis en el primer lugar, porque puede suceder que también haya sido invitada una persona más notable que vosotros, y entonces puede venir el que os ha invitado a vosotros y a él y deciros: Cededle vuestro puesto. Y entonces ocuparás el último lugar con vergüenza [Lc 14, 7-9].

En la parábola se reafirma, en primer lugar, la estructura jerárquica de la sociedad, espejo de la jerarquía celestial: es válida en el mundo civil y en el eclesiástico, digan lo que digan los partidarios de la democracia y de la sinodalidad. En el banquete en la casa del fariseo notable, los invitados tratan de lucirse, de ocupar su lugar cercano a los esposos. Al obrar de este modo, piensan en sí mismos, en su imagen pública, en la envidia que despertarán en los que están sentados más lejos; en las fotos -podríamos decir para ponernos al día- que se publicarán en las revistas, en las selfies que enviarán a sus amigos. Pero en las Bodas del Cordero, los asientos son asignados por el anfitrión, y no por la capacidad de los invitados para revolverse, y mucho menos por su “astucia”. Por eso, también desde un punto de vista trivialmente humano, es más prudente ser consciente de los propios límites y dejar que nuestro anfitrión decida dónde sentarnos:

Pero cuando seas invitado, ve y ponte en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, ven más adelante. Entonces tendréis honor entre todos los convidados: porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido [Lc 14, 10-12].

Ustedes, queridas hermanas, están sentadas en el último lugar. Todos estamos un poco sentados en el último lugar: nuestra “rigidez”, nuestro “levantar muros”, nuestra falta de voluntad para dejar que la Iglesia sea destruida por su misma Jerarquía, nos pone entre los marginados, entre los últimos, entre los harapientos, los lisiados y los cojos a los que los criados del señor rico de la otra parábola mandan llamar desde las plazas y desde los cruces de caminos, y a los que generosamente da la suntuosa túnica con la que presentarse al banquete. Sentados en el último lugar hay muchos fieles, muchos sacerdotes y muchos religiosos y religiosas sin nombre, sin rostro, sin fama: almas buenas que no merecen las reseñas de Civiltà Cattolica ni ser recibidas por los grandes de la tierra. Personas sin voz, desconocidas, casi siempre despreciadas o ridiculizadas. La anciana con el velo en la cabeza, la familia católica con tres o cuatro hijos, el estudiante arrodillado frente el Sagrario, la joven dependiente con la falda por debajo de la rodilla, el obrero con el escapulario en la obra, el franciscano con hábito de monje y sandalias pidiendo limosna: todo un mundo sumergido y silencioso de almas bellas que el mundo mantiene en los márgenes de la sociedad, en esas “periferias existenciales” donde ningún obispo o cura callejero irá jamás para dejarse ver, atrapado como está en acaparar uno de los primeros puestos.

Descubrirán con sorpresa, todos estos “primeros” de la Iglesia bergogliana, que tendrán que ceder el lugar a los que consideran últimos, suponiendo que en el banquete del Señor se presenten con la túnica de la Fe recibida como regalo. San Francisco también fue de los últimos, aunque eligiera una vida de extrema pobreza y de renuncia al siglo: los Sagrados Estigmas que recibió para asimilarse mejor a Jesús crucificado -y que la Orden Seráfica celebra justamente hoy- son el signo de una predilección que el mundo rechaza y aborrece. Son la marca en la carne de la Cruz de Cristo, que cada uno de nosotros debería saber llevar impresa espiritualmente, porque no hay gloria de la Resurrección sin pasar por la ignominia de la Pasión; no hay honor en ser llamados más adelante en la mesa del banquete, si antes no hemos elegido para nosotros los últimos puestos. En esta humillación nos ha precedido, desde el momento de la Encarnación, nuestro Maestro, que se anuló a sí mismo –exinanivit semetipsum formam servi accipiens [Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo], dice la Escritura (Flp 2, 7)- para redimirnos. Sea, pues, el Señor nuestro modelo, especialmente en estos tiempos de tribulación y de prueba. Y que así sea.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

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Publicado originalmente en Italiano el 19 de setiembre de 2023, en https://www.marcotosatti.com/2023/09/19/la-legge-del-sabato-e-la-furia-legalista-dei-farisei-di-santa-marta-vigano/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

 

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