Carlo Maria Viganò. Meditación sobre el Viernes Santo

16 Aprile 2022 Pubblicato da

 

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, recibimos y publicamos con gusto esta meditación sobre el Viernes Santo elaborada por el arzobispo Carlo Maria Viganò. Feliz lectura y meditación.

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SACRA PARASCEVE

Viernes Santo, 15 de abril de 2022

Astiterunt reges terræ, et principes convenerunt in unum, adversus Dominum, et adversus Christum ejus [Se levantan los reyes de la Tierra, y los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Ungido] (Sal 2, 2). Los reyes de la tierra y los príncipes se han aliado contra el Señor y contra Cristo, dice el Salmo que da comienzo al primer Nocturno de las Maitines de hoy. ¡Rompamos sus cadenas, deshagámonos de su yugo! ¿No es esto lo que vemos que sucede, bajo nuestros ojos, desde hace mucho, mucho tiempo? ¿No quieren los poderosos y las élites borrar todo vínculo con Dios, rebelarse contra su santa Ley? ¿No buscan desfigurar la imagen del Creador de la criatura, y la semejanza con la Trinidad en el hombre? ¿Y cuántas veces estamos nosotros mismos tentados de sustraernos al dulce yugo de Cristo, terminando por ser esclavos del mundo, de la carne y del diablo?

Toda la liturgia de hoy resuena con la indignación de la Majestad divina; con la consternación del Padre providente ante la rebelión de sus hijos; con el dolor del Hijo a causa de la ingratitud de los hombres; con la amargura del Paráclito por la insensata obstinación en el mal de quienes se ciegan a la Verdad y son sordos a la Palabra de Dios.

El silencio de la Esposa del Cordero, que ayer fue desnudada en sus altares recordando el reparto de las vestiduras de su Señor, nos remite a la severa liturgia del Calvario, a la solemne acción sagrada de la Pasión, cuyo divino Celebrante entonó la antífona ¿Deus, Deus meus, quare me dereliquisti? [Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado] (Sal 21, 1), incomprendido por todos los presentes en ese rito. Eliam vocat iste [Está llamando a Elías], comentaron los presentes, sin saber que tenían frente a sí al Dios encarnado que estaba llevando a cabo, ante sus incrédulos ojos, precisamente lo que David había profetizado en el Salmo vigésimo primero: Speravit in Domino, eripiat eum: salvum faciat eum, quoniam vult eum [Confió en el Señor, que lo libre; que lo salve, porque él lo ama]. ¡Y repetían, como leemos en la Pasión: si Filius Dei es, descende de cruce! [Si eres Hijo de Dios, desciende la cruz]. Y también: Diviserunt sibi vestimenta mea, et super vestem meam miserunt sortem [Se reparten entre sí mis vestiduras, y sortean mi túnica]. Al pie de la cruz, los soldados se jugaron a los dados la túnica sin costura del Señor, sin saber que con ese gesto participaban en la sagrada representación profetizada por la Escritura.

Cuánta tontería. No comprendieron que precisamente porque ese hombre desfigurado por los tormentos del pretorio, la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Gólgota y la crucifixión era el Hijo de Dios, no quería bajar de esa cruz. El sacrificio de un hombre, incluso el más heroico y atroz, nunca habría podido reparar la gravedad infinita de la culpa original y de los pecados de todos los tiempos: para poder rescatarnos de hijos de la ira y restituirnos al orden de la Gracia, era necesario que Dios muriera en esa cruz, o más bien el Hombre-Dios, Aquél que desde la eternidad de los tiempos había respondido Ecce, venio a la voz del Padre; Aquél que, en vista de la Encarnación, de quien la Sabiduría divina había preparado a la Virgen Inmaculada, dignísimo tabernáculo del Altísimo, Domus aurea, Arca de la nueva y eterna Alianza, Sede de la Sabiduría. Foderunt manus meas et pedes meos: dinumeraverunt omnia ossa mea [Han traspasado mis manos y mis pies; han contado todos mis huesos]. Y esas santísimas manos, esos benditos pies atravesados por los clavos -cuando la costumbre romana preveía que el condenado sólo fuera atado a la cruz- debieron abrir los ojos de un pueblo que en las sinagogas escuchaba la repetición de esas palabras, que los Sumos Sacerdotes sabían de memoria, que los doctores de la Ley enseñaban a los jóvenes judíos. Potaverunt me aceto [Para mi sed me dieron vinagre], advertía el Salmo, mientras un soldado intentaba dar de beber con una caña al Señor moribundo.

Deberíamos preguntarnos si la ignorancia del pueblo judío a causa de la corrupción del Sanedrín no suena como una terrible advertencia para los Sumos Sacerdotes de hoy, igualmente culpables de la ignorancia del pueblo cristiano; y si la amenaza que vieron en el manso Nazareno que hacía milagros y predicaba el Evangelio, hasta el punto de conspirar para darle muerte a manos de las autoridades civiles, no debería hacer temblar a éstos que aún hoy niegan la divinidad de nuestro Señor, que aún hoy recurren a los reyes de la tierra y a los príncipes para impedir su Reino, con la única intención de mantener el poder y el prestigio social.

Vinea mea electa, ego te plantavi: quomodo conversa es in amaritudinem, ut me crucifigeres, et Barabbam dimitteres? Sepivi te, et lapides elegi ex te, et ædificavi turrim [Mi viña escogida, yo te planté: ¿cómo te convertiste en amargura, para crucificarme y soltar a Barrabás? Yo te planté, y de ti escogí piedras, y edifiqué una torre]Son las palabras del Responsorio del primer Nocturno. A esta viña, cultivada con mil cuidados, la divina Sabiduría grita su amorosa y desgarradora advertencia: Convertere ad Dominum Deum tuum [Conviértete al Señor tu Dios], y lo repite en los dolores de la Pasión, al contemplar la traición de Jerusalén, la apostasía de Israel. Temblemos, queridos hijos, al pensar lo que puede ser la agonía de Nuestro Salvador al contemplar la traición de quien, redimido en su Preciosímaa Sangre y recuperado al precio de mil padecimientos, hoy devuelve al Señor a la muerte y opta por liberar a Barrabás. Tamquam ad latronem existis cum gladiis et fustibus comprehendere me: quotidie apud vos eram in templo docens, et non me tenuistis: et ecce flagellatum ducitis ad crucifigendum [Salisteis como a un ladrón, con espadas y garrotes para prenderme. Yo estaba con vosotros todos los días enseñando en el templo, y no me pusisteis las manos encima]. Adversus Dominum, et adversus Christum ejus Contra el Señor, y contra su Ungido].

Y si la agonía del Señor traicionado por los suyos, abandonado por los Apóstoles, repudiado y dejado solo a merced de sus enemigos no fuera suficiente para conmovernos y detestar nuestras infidelidades, pensemos en el dolor atroz de su Santísima Madre, quien concibió, amamantó, crio y vio crecer hasta la edad adulta a ese Hombre-Dios, y lo acompañó durante treinta años para verlo traicionado por aquéllos a quienes más había beneficiado, enviado a la muerte por quienes pocos días antes lo aclamaron como Hijo de David y Rey de Israel.

Contemplemos a Nuestra Señora de los Dolores, cuyo Corazón Inmaculado fue atravesado por una espada, permanecer de pie con san Juan bajo la Cruz. En esas horas terribles, la divina Maternidad de la Santísima Virgen tuvo que conocer de manera única e íntima la Pasión de su amadísimo Hijo, mereciendo así el título de Corredentora. A su sufrimiento por los padecimientos de Nuestro Señor se añadieron los de nuestros pecados, causa de tanto dolor para el Salvador. Cada uno de ellos traspasó el Sacratísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, uniendo místicamente en la Pasión al divino Hijo y a la purísima Madre. Esto debería bastar, queridos hijos, para hacernos aborrecer nuestros pecados y estimularnos no sólo a convertirnos, sino a hacer de cada respiración, de cada latido de nuestro corazón y de cada pensamiento un motivo de alivio y de consuelo para Ellos, en espíritu de reparación y de expiación.

En el silencio del Viernes Santo, cuando la misma naturaleza es testigo mudo de la inmolación de Dios -¡de Dios! – casi incrédula frente a la dureza de tantos corazones, postrémonos ante la Cruz, repitiendo con San Venancio Fortunato las solemnes palabras del himno con el que acompañaremos al Santísimo Sacramento desde el sepulcro hasta el altar: ¡Oh Crux, ave, spes unica! [Salve, oh Cruz, esperanza única]. Doblemos la rodilla ante el madero de la salvación consagrado por el nuevo Adán. Salve ara, salve, victima: salud para ti, altar; salud para ti, víctima. Beata, cujus brachiis pretium pependit sæculi: statera facta corporis, tulitque prædam tartari: Bendito seas, de cuyos brazos colgó el precio del rescate del mundo: os habéis convertido en las escamas del cuerpo que arrebató su presa del infierno.

Hagamos nuestros los consoladores versos del Crux fidelis: Flecte ramos, arbor alta, tensa laxa viscera, et rigor lentescat ille quem dedit nativitas, ut superni membra regis mite tendas stipite. Dobla tus ramas, árbol sublime, para aliviar ese cuerpo tenso, y dobla esa rigidez que tenías desde tu nacimiento, para conceder a los miembros del Rey celestial un tronco tierno. Pange, lingua, gloriosi lauream certaminis et super crucis trophæo dic triumphum nobilem, qualiter Redemptor orbis immolatus vicerit. Celebra, oh lengua, la victoria del glorioso combate, y cuenta el noble triunfo ante el trofeo de la cruz: cómo el Redentor del mundo, haciéndose víctima, ha vencido. Y que así sea.

 

+ Carlo Maria, Arzobispo

15 de abril de 2022

Viernes de Pasión

 

Publicado originalmente el 15 de abril de 2022 en italiano, en https://www.marcotosatti.com/2022/04/15/caro-maria-vigano-meditazione-sulla-sacra-parasceve/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

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