La Inmaculada, el Pontífice y la Visita Semiclandestina Sin Pueblo

10 Dicembre 2020 Pubblicato da Marco Tosatti

Marco Tosatti

Estimadísismos Stilumcuriales, recibimos de un amigo de nuestro blog, quien vive en el exterior, estas reflexiones desconsoladas sobre la malograda cita del pontífice con los romanos frente a la Virgen en Plaza España. Buena lectura.

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Los hechos y los dichos de Bergoglio sobre la Virgen

Tres años después de haber proclamado solemnemente, con la bula Ineffabilis Deus, el dogma de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el beato Pío IX, reinante entre 1846 y 1878, inauguro en el corazón de la Plaza Mignanelli, próxima a Plaza España, el monumento de la Inmaculada Concepción. Después de casi cien años de este gesto significativo, el venerable Pío XII, el Papa romano del dogma de la Asunción, cuyo pontificado se prolongó entre 1939 y 1958, comenzó el acto anual de homenaje a la Virgen que, cada 8 de diciembre, lleva al sucesor de san Pedro a los pies de María, para honrar y confiar a su cuidado materno la ciudad de Roma y del mundo. Desde entonces, todos los pontífices han seguido el ejemplo del papa Pacelli. O mejor dicho, casi todos.

El 30 de noviembre el mundo católico fue sorprendido por una nota desconcertante de la sala de prensa de la Santa Sede, que afirmó que el 8 de diciembre, en una decisión inédita, “el papa Francisco llevará a cabo un acto de devoción privado, confiando a la Virgen la ciudad de Roma, a sus habitantes y los numerosos enfermos en todas las partes del mundo”, justificando esta decisión con la “perdurante situación de emergencia sanitaria y con la finalidad de evitar todo riesgo de contagio provocado por las reuniones”.

Una decisión que, tras una serie de gestos y dichos de Bergoglio, suscitó vastas reacciones, sobre todo de indignación y tristeza, que han cuestionado esta opción pontificia. Monseñor Carlo Maria Viganò, ex nuncio apostólico en Washington, en un mensaje dirigido a los católicos, escribió que “me duele, por tanto, con un dolor sordo y lacerante, ver la indiferencia de tantas almas consagradas y de tantos, demasiados obispos hacia la Santísima Virgen María (…) y anular el tradicional homenaje a la Inmaculada”, lamentando que “así se va otro trozo de Roma, otro kilo de carne que el cínico comerciante pretende arrebatar a la vida de los romanos, como prueba de fidelidad a la dictadura sanitaria”. ¡Avanza a buen ritmo, y en fidelidad al ‘espíritu del Concilio’, el intento bergogliano de destruir todo lo que huele a tradición y devoción!

Ayer, en el mismo día en que la Santa Iglesia, asociándose a los coros de los Ángeles y a la multitud de santos, celebró la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, la Tota pulchra, y pocos días después de la publicación, en varios idiomas, del mensaje paternal del arzobispo Viganò, el papa Bergoglio, en una versión de bajo perfil, terminó presentándose temprano en la mañana en Plaza España, para depositar un ramo de flores al pie del monumento a la Virgen. Todo silenciado; casi como alguien que, temiendo algo o a alguien, no quiere ser visto realizando una determinada acción. En el fondo, ¿a qué le teme Bergoglio? ¿Tiene Bergoglio miedo más bien de Viganò y de sus intervenciones puntuales y justificadas? Las formas irrespetuosas con las que el Papa argentino se dirige a la Madre de Dios, a quien el año pasado llamó “mestiza”, ya no son nuevas, haciéndonos pensar en un intento de asociar a Nuestra Señora con las oleadas de migrantes que poco a poco invaden Europa con la clara intención de condenarla y, con ella, subyugar y destruir lo que queda de la civilización cristiana. ¡Soplan veinte revolucionarios, justamente como en los tiempos del valiente Pío IX!

Si Bergoglio teme las reuniones, como factor de riesgo de contagio del COVID-19, ¿por qué el 20 de octubre no se negó a participar en el encuentro internacional de la Comunidad de San Egidio que -“en el espíritu de Asís”, como dijo el portavoz de la Comunidad- reunió a representantes políticos, como el presidente de la República Italiana, el masón Sergio Mattarella, y religiosos, entre ellos católicos, ortodoxos, judíos, islámicos y budistas? De esta decisión, ¿debemos entender que Francisco confía más en los herejes que en la Santísima Virgen, exterminadora de todas las herejías? En caso contrario, ¡todo nos lleva a creer que es así! ¿O es Bergoglio aquél que, en su Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen, san Luis María Grignion de Montfort describe como “devotos inconstantes”, a quienes la Inmaculada “pone bajo sus pies, junto con la media luna, porque son inconstantes e indignos de ser contados entre los siervos de esta Virgen fiel, cuyo signo distintivo es la fidelidad y la constancia”? Después de todo, no es raro que los gestos importen más que las palabras. Y en un Romano Pontífice, como modelo a imitar si es fiel al depositum fidei, ¡los gestos importan mucho!

Como los católicos, sobre todo los que son fieles a la Tradición y los que conocen el rumbo turbulento de la Barca de Pedro, son cada vez más conscientes de las intenciones y, sobre todo, de las omisiones de quien debería rendir todo el homenaje posible a Nuestra Señora, asumamos cada vez más las palabras alentadoras que en 1917 Nuestra Señora encomendó a los Pastorcitos de Fátima y, a través de ellos, al mundo: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”. ¡Y así sucederá, lo quiera Bergoglio o no!

D.C.

Publicado originalmente en italiano el 9 de diciembre de 2020, en https://www.marcotosatti.com/2020/12/09/limmacolata-il-pontefice-la-visita-semi-clandestina-sine-populo/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino