La persecución será la última prueba de la Iglesia antes de la Segunda Venida. Homilía de Monseñor Carlo Maria Viganò para la Epifanía

8 Gennaio 2025 Pubblicato da Lascia il tuo commento

 

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de la Stilum Curiae, ponemos a vuestra disposición la homilía pronunciada por el arzobispo Carlo Maria Viganò con ocasión de la fiesta de la Epifanía. Disfruten lectura y compártanla.

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SURGE ET ILLUMINARE

Homilía en la Epifanía de Nuestro Señor

 

Surge et illuminare, Jerusalem,

quia venit lumen tuum,

et gloria Domini super te orta est.

Levántate y resplandece, Jerusalén:

Porque ha llegado tu luz

y sobre ti se ha levantado la gloria del Señor.

(Is 60, 1)

 

Esta gran fiesta de la Epifanía, que junto con la Pascua, la Ascensión y Pentecostés es llamada el día más santo en el Canon de la Misa, completa la fiesta de la Natividad del Señor. Si en la Noche Santa hemos adorado al Emmanuel con los Ángeles y con los pastores, hoy adoramos en el Niño Rey al Dominus dominator, a cuyos pies están llamados todos los pueblos de todos los confines de la tierra. Et adorabunt eum omnes reges terræ: omnes gentes servient ei, dice la Escritura: Todos los reyes de la tierra le adorarán y todos los pueblos le servirán. Lo hemos cantado en el IntroitoEcce, advenit dominator Dominus; et regnum in manu ejus, et potestas, et imperium. He aquí que viene el Señor que domina, y en su mano el reino, el poder y la potestad reales.

Este no es un deseo, un deseo piadoso destinado a cumplirse sólo en parte o a ser destrozado por la dura realidad de un mundo rebelde; por el contrario, es una afirmación muy cierta, fundada en la necesidad ontológica del triunfo de Cristo, al que nadie puede oponerse jamás y que nadie podrá impedir en absoluto.

Pero mientras estamos enfocados en la adoración de los Reyes Magos, que pagan su tributo de oro, incienso y mirra al Rey de reyes después del pobre homenaje de los pastores, no debemos olvidar que el Señor mismo, con la Encarnación vino a esta tierra para ofrecer a la Santísima Trinidad y al Padre eterno el tributo de las almas arrebatadas del dominio de Satanás y vencidas en la Pasión y Muerte en la Cruz. Los Reyes Magos ofrecen oro a la Realeza de Cristo, incienso a Su Divinidad y mirra a Cristo Víctima del sacrificio. Son por lo tanto una figura de Nuestro Señor, que nos ofrece a todos nosotros, y con nosotros, al Padre eterno, a todos los que la Providencia ha destinado para la gloria del Cielo, mediante la ofrenda de Cristo Víctima, elevado en el altar del Calvario por Cristo Sacerdote, quien como Rey representa a la humanidad que le pertenece por derecho divino, de linaje y de conquista, y que como Dios puede redimir haciendo reparación por nuestros infinitos pecados y por la ofensa infinita causada a Dios. La Oración Secreta de hoy lo confirma: Ecclesiæ tuæ, quæsumus, Domine, dona propitius intuere: quibus non jam aurum, así, et myrrha profertur: sed quod eisdem muneribus declaratur, immolatur, et sumitur, Jesus Christus Filius tuus Dominus noster: Mira benigno, oh Señor, te rogamos, ante las ofrendas de tu Iglesia, con las que ya no se ofrece oro,  incienso y mirra, sino precisamente Aquél que, a través de estos presentes es representado, ofrecido y recibido: Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro.

En los Reyes Magos, como en los tres ángeles que visitaron a Abraham, también podemos ver figura de las Tres Personas de la Santísima Trinidad que se complacen en ver cumplida en el Hijo la Voluntad divina: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi complacencia” (Mt 3, 17). Lo que significan los tesoros revelados por los Magos en el silencio de Belén -la divinidad de ese Niño- es proclamado por su Padre celestial en el momento de su bautismo en el Jordán, que también hoy celebramos junto con el milagro del agua convertida en vino en las bodas de Caná.

La solemnidad de la manifestación divina del Salvador —este es el significado de la palabra epifanía usada en la Iglesia romana y de la palabra teofanía de la Iglesia oriental— nos sitúa ante la realeza divina de Cristo bajo dos aspectos: el de su primera venida y el de su segunda venida. La primera venida se realizó en la pobreza, en el silencio, en la humilde obediencia a los padres durante treinta años, en la predicación durante tres años, en los tormentos de la Pasión, la ignominia de la Cruz, la Muerte y la deposición en el sepulcro; y luego en la Resurrección, – realizada lejos de la mirada de todos, en el silencio del amanecer de un domingo de mil novecientos noventa y dos años atrás, y que concluyó con la Ascensión al Cielo y aquella promesa del Ángel: Varones de Galilea, ¿por qué miráis al cielo? Este Jesús, que fue llevado de entre vosotros al cielo, vendrá de la misma manera que le habéis visto ir al cielo (Hch 1, 11).

La segunda venida del Señor tendrá lugar en la gloria: et iterum venturus est gloria judicare vivos et mortuos, proclamamos en el Credo. Y será siempre ese Rey divino el que cierre el flujo del tiempo y de la historia en el Juicio Final, para poner fin a la fase de prueba, et sæculum per ignem. Entonces se cumplirá definitivamente lo que se anunció en el pasaje del profeta Isaías que acabamos de escuchar: «Levántate, Jerusalén, y vístete de luz, porque viene tu luz y la gloria del Señor resplandece sobre ti» (Is 60, 1). Esta Luz, que vino al mundo hace dos mil veinticinco años, resplandecerá en el Cuerpo Místico, del cual Cristo es la Cabeza divina, después de estos tiempos oscuros de apostasía y después de la Passio EcclesiæPorque he aquí que las tinieblas cubren la tierra, la niebla espesa envuelve a las naciones; pero el Señor resplandece sobre ustedes, su gloria se manifiesta sobre ustedes. Así como en el Cristo desfigurado y sufriente se oscureció la gloria que brilló en la Resurrección, así también en su Cuerpo Místico, actualmente desfigurado, se eclipsa la gloria que le espera.

La persecución anunciada por las Escrituras será la última batalla que la humanidad tendrá que afrontar, ya sea del lado de Dios o contra Él, y el destino de ese choque de época está ya marcado por la victoria de Cristo en la cruz: o mors ero mors tua; morsus tuus ero, inferne, dice el profeta Oseas (Os 13, 14), retomado por el apóstol Pablo. Pero antes de esa persecución veremos a los reyes de la tierra y a los poderosos de las naciones aliarse con el Anticristo y tener el poder de blasfemar contra su Nombre y su tabernáculo, y contra los habitantes del cielo (Ap 13, 6), es decir, Dios, la Santa Iglesia y los elegidos. Y se le concedió [a la bestia] hacer guerra contra los santos y vencerlos. Y se le dio potestad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y lo adoraron todos los moradores de la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, el cual fue inmolado desde el principio del mundo. El que tenga oídos para oir, que oiga (Ap 13,7-9). Cristo es el Cordero que sufre y triunfa en los que creen en él: en Abel es asesinado por su hermano, en Noé es burlado por su hijo, en Abraham fue peregrino, en Isaac fue ofrecido, en José fue vendido, en Moisés fue desenmascarado y expulsado, en los profetas apedreado y aserrado, en los apóstoles zarandeados por tierra y por mar, y en los mártires asesinados tantas veces y de tantas maneras.

Sin embargo, este paréntesis de aparente triunfo de Satanás está destinado a terminar con la muerte del Anticristo por el Arcángel San Miguel y con la cabeza de la Serpiente aplastada por la Virgen Inmaculada. El profeta Isaías nos tranquiliza una vez más:  “Los pueblos caminarán en tu luz, y los reyes en el esplendor de tu resurrección. Alzad vuestros ojos a vuestro alrededor y mirad: todas estas cosas están reunidas, vienen a vosotros. Tus hijos vienen de lejos, tus hijas son llevadas en tus brazos. Ante esa visión estarás radiante, tu corazón palpitará y se expandirá, porque las riquezas del mar se derramarán sobre ti, los bienes de los pueblos vendrán a ti. Te invadirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y Efa, todos ellos vendrán de Saba, trayendo oro e incienso y proclamando las glorias del Señor (Is 60, 3-6). Un poco más adelante, el profeta Isaías se dirige a la Santa Iglesia, la nueva Jerusalén: Vuestras puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para que entren en ti las riquezas de las naciones y sus reyes en procesión. Porque la nación y el reino que no os sirvan perecerán; esas naciones serán completamente destruidas (Is 60, 10-11). Cuando miramos con consternación las convulsiones políticas y económicas de los Estados, debemos recordar el destino de ruina prenunciado para las naciones que se rebelan contra el Señor.

Al comienzo y al final del año litúrgico, la Santa Iglesia nos recuerda la segunda venida del Señor y nos exhorta a estar preparados, como los judíos fieles a las profecías del Antiguo Testamento estuvieron preparados para la primera venida: «Estad preparados también vosotros, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Lc 12, 40). Y esta advertencia debería hacernos temblar a todos, pero especialmente a aquéllos a quienes el Señor ha constituido en autoridad, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil: el amo de ese siervo llegará el día que menos lo espere y a una hora que no sabe, y lo castigará rigurosamente asignándole un lugar entre los infieles (Lc 12,  46).

La Virgen Madre, augustísima Reina y Señora, está presente hoy en el acto de adoración de los Magos a su divino Hijo. Mañana asistirá, coronada de estrellas y sentada en su trono de gloria -en el que está sentada desde la Asunción al cielo- a la adoración de los que no lo reconocieron en la primera venida de Cristo y de los pueblos paganos que se habrán convertido a su Hijo. Y así como el Padre pondrá a los enemigos de Cristo como banquillo para sus pies, así hará Nuestro Señor con la Mater Ecclesiæ, humillando a los enemigos de su Madre Virgen y de la Iglesia su Esposa: Los hijos de los que te han oprimido vendrán a ti, humillándose; todos los que te han despreciado se inclinarán hasta las plantas de tus pies y te llamarán la ciudad del Señor,  la Sión del Santo de Israel (Is 60, 14).

Que la intercesión de María santísima, Reina de la Cruz, nos proteja en el momento de la prueba y nos conceda la gracia de la perseverancia. Que así sea.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arcivescovo

6 Gennaio 2025

In Epiphania Domini

Publicado originalmente por Marco Tosatti el 7 de enero de 2025, en https://www.marcotosatti.com/2025/01/07/la-persecuzione-sara-lultima-prova-della-chiesa-prima-della-seconda-venuta-omelia-di-mons-vigano-per-lepifania/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

 

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