¡Cuán rápidamente se niega la Verdad! Es suficiente con pagar. Homilía de monseñor Carlo Maria Viganò para el Domingo in Albis
29 Aprile 2025
Marco Tosatti
Queridos StilumCuriales, ponemos a vuestra disposición la homilía que el arzobispo Carlo Maria Viganò pronunció para el Domingo II de Pascua. Disfruten la lectura y compartan.
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VIDIMUS DOMINUM
Homilía en el Domingo “in Albis”, Octava de Pascua
Mitte manum tuam,
et cognosce loca clavorum, alleluja:
et noli esse incredulus,
sed fidelis, alleluja, alleluja
[Extiende tu mano,
y mira los lugares de los clavos, aleluya;
y no seas incrédulo,
sino creyente, aleluya, aleluya]
Antífona de Comunión
El evangelista añade: “Y se acordaron de sus palabras. En la mañana de Pascua dos ángeles dirigieron estas palabras a las pías mujeres que habían acudido al Sepulcro para embalsamar el cuerpo del Señor: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Él no está aquí, ha resucitado. Acordaos de cómo os habló cuando aún estaba en Galilea, diciendo que era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de los pecadores, que fuera crucificado y resucitara al tercer día. (Lc 24, 5-7). El evangelista añade: “Y se acordaron de sus palabras ” (ibidem, 8).
¿Qué habían olvidado las pías mujeres? Lo que los escribas y los ancianos del Sanedrín sabían bien por las Sagradas Escrituras: que el Hijo del Hombre, a quien habían dado muerte, resucitaría al tercer día. Lo sabían tan bien que pidieron a Pilato que pusiera guardias para impedir que los Apóstoles fueran a robar su cuerpo y pudieran decir que había resucitado. Los soldados del Templo también lo sabían, y tan pronto como llegaron a la ciudad anunciaron a los sumos sacerdotes lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y resolvieron dar una buena suma de dinero a los soldados, diciendo: “Declaren que sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Y si alguna vez llega a oídos del gobernador, lo persuadiremos y os libraremos de toda dificultad”. Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que se les había indicado. Así, este rumor se ha extendido entre los judíos hasta el día de hoy (Mt 28, 11-15).
¡Con qué rapidez actúa contra la verdad! Es suficiente con pagar. Y siempre hay quienes están dispuestos a desembolsar una suma de dinero para inducir a falsos testigos a mentir, de la misma manera que siempre hay gente dispuesta a dejarse corromper, si eso les asegura alguna ganancia. Miremos a nuestro alrededor, en este mundo construido sobre la mentira, y comprenderemos cuánto se odia, se enfrenta y se opone a la Verdad.
En la tarde de ese mismo día el Señor se muestra a los Apóstoles, apareciéndose a ellos en el Cenáculo, donde se habían encerrado por miedo a los judíos. Aquí es donde comienza la historia del Evangelio de hoy. El Resucitado entra a puerta cerrada, se detiene en medio de la sala y se dirige a ellos con su saludo: Pax vobis. Muestra las heridas de los Estigmas y del Costado, para que los Apóstoles puedan reconocerlo. Él sopla sobre ellos y los confirma en el Espíritu Santo, dándoles el poder para perdonar sus pecados. Luego desaparece, y ellos le cuentan lo sucedido a Tomás, quien duda de sus palabras y de lo que el Señor les había dicho y hecho.
Así, cuando ocho días después de ese primer domingo el Señor vuelve a visitar a los Apóstoles, su primera preocupación es tranquilizar a Tomás, haciéndole tocar los agujeros de los clavos y la herida de su costado: No seas incrédulo, sino creyente. Y añade: ¿Porque me viste has creído? Bienaventurados los que no creen sin haber visto. No, no es una invitación a la credulidad o a renunciar a la racionalidad y al sentido común, sino una advertencia a tener fe en la Palabra de Dios, en la Palabra de Dios hecha carne.
¿No habían vivido tres años juntos con Él? ¿No lo habían visto confirmar con milagros que Él era el Mesías y el Hijo de Dios? ¿No había anunciado Su resurrección al tercer día después de su muerte? A Juan le fue suficiente entrar en el Sepulcro y ver las vendas y el sudario para creer. Pero a los otros discípulos las palabras de María Magdalena y de sus compañeras debieron parecer exageradas, de modo que el Señor quiso mostrarse a aquellos hombres incrédulos, a quienes el orgullo les hizo perder la memoria de todo el pasado, lo que por sí solo habría bastado para iluminarlos para el presente. De hecho, la fe no tiene otro obstáculo que este vicio: la soberbia: si el hombre fuera humilde, su fe movería montañas.
Para Tomás no es suficiente el testimonio de María Magdalena; no se contenta con la autoridad de Pedro; las palabras de los apóstoles y de los discípulos de Emaús no le impiden basarse exclusivamente en su propio juicio personal. Es para aquellos cuya fe es tan débil y tan cercana al racionalismo que Jesús, a las palabras de reproche dirigidas a Tomás, añade esa bienaventuranza que no se refiere sólo a Tomás, sino que está prometida a todos los hombres de todos los tiempos: ¡Bienaventurados los que no han visto y han creído! Tomás pecó porque no estaba dispuesto a creer. Nosotros nos exponemos al pecado como él si no cultivamos en nuestra fe esa docilidad que la hace progresar bajo la guía del Espíritu Santo.
¡Qué gran contradicción se nos narra en el Evangelio de hoy! Santo Tomás duda del testimonio de sus compañeros sobre la Resurrección del Señor, mientras que los de mala fe se contentan con las mentiras de los guardias para creer que el Señor no ha resucitado. Así, este rumor se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy. Del mismo modo que Adán y Eva no quisieron creer al Señor sino a la Serpiente, nuestros padres no creyeron en Moisés y en los profetas, sino en los sacerdotes de Baal.
Por el contrario, los pequeños y las personas sencillas creyeron, entre ellas San Pancracio, de catorce años, en cuya basílica de la Via Aurelia se encuentra la estación de hoy. Durante la feroz persecución de Diocleciano que comenzó en el año 303, Pancracio se negó a adorar al César y fue condenado a muerte y martirizado por decapitación. Es su ejemplo heroico el que la Iglesia señala a aquellos que dudan en creer incluso frente a la evidencia. Las palabras de la Primera Carta de Pedro, de la que se ha tomado el introito que hemos cantado, nos remiten al abandono de los niños de pecho: «Dejad a un lado toda malicia y todo engaño, toda hipocresía, toda envidia y toda murmuración, y como niños recién nacidos anhelad la leche espiritual pura, no adulterada, para que crecer por ella hacia la salvación, si ya habéis gustado al Señor como bueno (1Pe 2, 1-3).
Vosotros debéis desear la leche espiritual pura -dice San Pedro- como niños recién nacidos, cuya bienaventuranza consiste en alimentarse con un alimento sencillo y perfecto, cuyas propiedades nutritivas corresponden a las necesidades del recién nacido. Leche espiritual pura: la que la madre ofrece al niño, complaciéndose en verlo mientras succiona con los ojos cerrados, las manos apretadas como puño, la respiración serena. Porque esa criatura frágil e indefensa, protegida por el abrazo de la madre, sabe que no necesita nada más, que no tiene que temer a nada, que puede confiar… si realmente ya habéis probado cuán bueno que es el Señor.
Por eso es necesario dejar a un lado toda malicia, todo fraude e hipocresía, los celos y toda murmuración, volviendo a esa inocencia, honestidad y sinceridad que Nuestro Señor restauró en el orden de la Gracia, en justitia et sanctitate veritatis, en la justicia y en la santidad de la verdad.
¡Pero qué difícil es, queridos hermanos, dejar a un lado toda malicia, todo fraude y todo! ¡Qué difícil es reconocernos como lactantes, necesitados de todo en el abrazo materno de quien nos alimenta, reconocer la leche espiritual pura que es indispensable para la vida del alma! Siempre habrá quienes, envidiosos de nuestro destino eterno, intenten confiarnos a una madrastra cruel, dejarnos morir de hambre, convencernos de que somos cristianos adultos y que podemos decidir nosotros cómo, cuándo y de quién recibir nuestro alimento.
El mundo sigue a sus ídolos, contra los que San Juan nos advierte: ¡Hijitos, guardaos de los falsos dioses! Y en estos días benditos, cuando celebramos la resurrección de Cristo y su triunfo sobre el pecado y la muerte, ninguna sombra puede distraernos de este gozo espiritual. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos (Lc 9, 60) y no busquemos entre los muertos al que está vivo (Lc 24, 5).
La Epístola de la Misa nos remite al sano realismo de la Revelación cristiana: la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Una victoria que no se compone de triunfos mundanos, de éxitos efímeros, de ilusiones humanas. Porque no podemos vencer al mundo con las armas del mundo, ni para triunfar sobre el mundo siguiendo sus modas. Hay tres cosas que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo: es en el Dios Uno y Trino, en la Santísima Trinidad en quien tenemos la certeza de nuestra fe. Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo entero está en el poder del Maligno. También sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos dio la inteligencia para que conozcamos al Dios verdadero. Y nosotros somos en el Dios verdadero, en su Hijo Jesucristo: él es el Dios verdadero y la vida eterna (1 Jn 5, 19-20). Que así sea.
Carlo MariaViganò, Arzobispo
27 de abril de MMXXV
Dominica in Albis, Octava Paschatis
Publicado originalmente en italiano por Marco Tosatti el 28 de abril de 2025, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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Tag: dominica in albis, verdad, vigano
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