Surrexit Vere. La locura suicida de querer sustraerse a la redención. Monseñor Carlo Maria Viganò
21 Aprile 2025
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, ponemos a vuestra disposición la homilía pronunciada por el arzobispo Carlo Maria Viganò con ocasión de la Pascua de Resurrección. Disfruten la lectura y la difusión.
§§§
Monseñor Carlo Maria Viganò
Surrexit vere
Homilía en el Domingo de Resurrección
Resurrexi, et adhuc tecum sum, alleluja.
Posuisti super me manum tuam, alleluja.
Mirabilis facta est scientia tua, alleluja, alleluja
[He resucitado y estoy todavía con vosotros, aleluya.
Has puesto tu mano sobre mí, aleluya.
Maravilloso es tu conocimiento, aleluya, aleluya.]
Introito ad Missam in die Paschatis
Resurrexi, hemos cantado en el solemne Introito de este día santísimo. Es la voz del Verbo Encarnado que se dirige al Padre: He resucitado y estoy de nuevo contigo; has puesto tu mano sobre mí, tu sabiduría es digna de admiración. Estos son versículos del Salmo 138 de la Vulgata, que actúan como contrapunto al grito del Gólgota, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Un grito lanzado no como una voz de desesperación, sino como una antífona del Sacrificio perfecto que el Sumo Sacerdote celebra en la Cruz ofreciéndose a sí mismo como la Víctima Inmaculada. Percibimos en él la referencia al Introito de la Nochebuena: Dominus dixit ad me: filius meus es tu, ego hodie genui te (Sal 2, 7), el Señor me dijo: tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Por eso, el día de Pascua es verdaderamente dies, quam fecit Dominus, el día que la Santísima Trinidad ha preparado desde la fundación del mundo en vista de la Encarnación y de la Redención. En la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10), san Pablo retoma el Salmo 39 y lo interpreta en su sentido cristológico: Entonces dije: He aquí que he venido a hacer tu voluntad, oh Dios, la voluntad del Padre, que pide a su Hijo unigénito que se ofrezca a sí mismo por nosotros, pro nobis obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (Flp 2, 8). Frente la obediencia del Hijo, el Padre lo exaltó y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. La Resurrección de entre los muertos de Nuestro Señor Jesucristo es el tributo de gloria a Aquél que está sentado a la derecha del Padre, que pone a Sus enemigos como estrado de Sus pies (Salmo 109, 1). Ipse verus est Agnus, qui abstuilit peccata mundi – entonaré en breve en el Prefacio – qui mortem nostram moriendo destruxit, et vitam resurgendo reparavit. Él es el Cordero que lleva nuestros pecados, el que al morir destruyó la muerte y al resucitar restauró la vida. En el Calvario tuvo lugar una gran lucha: Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitæ, mortuus, regnat vivus. Lucharon muerte y vida en singular batalla: muerto el Señor de la vida, reina vivo. El Agnus redimit oves, el cordero redimió a las ovejas, el inocente Cristo reconcilió a los pecadores con el Padre. Por eso, en el silencio del Sábado Santo, el diácono prorrumpe en la triple exclamación del Exsultet: O inæstimabilis dilectio caritatis: ut servum redimeres, Filium tradidisti! O certe necessarium Adæ peccatum, quod Christi morte deletum est! O felix culpa, quæ talem ac tantum meruit habere Redemptorem! ¡Oh amor de la caridad infinita: para redimir al siervo, renunciaste al Hijo! ¡Oh pecado ciertamente necesario de Adán, borrado por la muerte de Cristo! ¡Oh bendito pecado, que merecías tener tal y tan gran Redentor!
Cuando la sagrada Liturgia nos hace cantar el Surrexit Dominus vere, proclamamos la resurrección de Cristo no como un objeto de fe, sino como una realidad histórica que da cuerpo y sustancia a la Revelación divina. Verdaderamente ha resucitado, como había dicho. Resucitó a pesar de los guardias colocados para custodiar el Sepulcro. Resucitó y se apareció a su Madre, a María Magdalena y a los Apóstoles. Dejó la Sábana Santa como prueba científica irrefutable del poder divino. Surrexit Dominus vere. Porque todo lo que se refiere a Dios es verdadero, justo, bueno, bello y gratuito, mientras que lo que viene de Satanás es falso, injusto, malo, feo y objeto de comercio. Dios nos da a Su Hijo para restituirnos el destino de eternidad bendita que nos había concedió gratuitamente al principio. Satanás nos vende con fraude el engaño de un presente efímero de placeres fugaces, al precio de nuestra alma que condenamos a la perdición. Con la cruz se trastoca esta relación mercantil y se vuelve a afirmar en forma poderosa la locura racional de la caridad divina, porque donde abundó el pecado sobreabundó aún más la gracia (Rm 5, 20).
El mundo no acepta la gloria de la Resurrección como hecho histórico incluso antes que como milagro, por dos razones. La primera es que sólo Dios puede resucitar a los muertos: la Resurrección es, entonces, un acontecimiento extraordinario de origen indiscutiblemente divino que hace no solo creíble, sino credenda -para ser creído- la Revelación cristiana y la Santa Iglesia, que es su custodia. La segunda es que la Resurrección es una recompensa por la Pasión y la Muerte, afrontadas en obediencia a la Voluntad del Padre para restaurar el κόσμος divino roto por el pecado. Aceptar la Resurrección significa, por lo tanto, aceptar la necesidad de una expiación, una redención para nosotros, hijos de la ira sujetos a Satanás. Significa reconocer que el Hijo de Dios dio su vida por nosotros, que el Creador pagó por la criatura, que el amo se ofreció a sí mismo por el siervo. Sólo los que son de Dios logran intuir el abismo de la Caridad infinita que mueve a la Santísima Trinidad para salvarnos; mientras que los que no son de Dios se rebelan no solo contra la Justicia del castigo que merecen por quebrantar las órdenes divinas, sino aún más contra la Misericordia de la redención que no podían esperar ni remotamente, obtenida con la Encarnación de Dios y con Su Pasión y Muerte.
Aceptar la resurrección significa, por tanto, reconocer que tenemos necesidad de perdón por un pecado, cuya gravedad es infinita a causa de la infinita ofensa contra la divina Majestad. Aceptar la Resurrección significa reconocer un orden superior –tan superior como necesariamente sobrenatural– que no niega la necesaria Justicia divina, sino que afirma la gratuidad de la Misericordia divina sobreabundante, movida por ese mismo Amor que procede del Padre y del Hijo. Significa reconocernos en nuestra nada frente a la totalidad de Dios, dejándonos salvar no por nuestros propios méritos, sino por su infinita bondad. Significa ser humildes al acoger con asombro agradecido la magnificencia del Señor, generoso más allá de toda imaginación: un Señor que nos invita al banquete a pesar de que somos lisiados, cojos y mendigos, también nos da el vestido nupcial de la Gracia después de haber ensuciado el que Él nos había dado in justitia et sanctitate veritatis.
Hay algo absurdo y miserable en el querer sustraerse a la Redención, y este rasgo de locura suicida es lo que arrebata a tantas almas de la bienaventuranza eterna. El horror del pecado consiste no sólo en ser la causa de los sufrimientos de Nuestro Señor, sino en cegar nuestra vista espiritual, haciéndola incapaz de dejarse abrumar por la misericordia divina. Orgullo, maldito orgullo. Mientras Dios nos da la vida material y espiritual para hacernos partícipes de Su gloria, Satanás nos da la muerte llevándonos a violar los Mandamientos y rechazar la salvación que Dios nos ofrece en el Sacrificio de Cristo. Pecamos por orgullo, y por orgullo somos inducidos a permanecer en enemistad con Dios.
Celebremos dignamente la Pascua santa, queridos hermanos. Celebrémoslo con la serena adhesión de la inteligencia y de la voluntad a los designios inefables del Señor, conscientes de que es precisamente en la inæstimabilis dilectio caritatis donde gira toda la economía de la salvación, una salvación que se ve frustrada no tanto y no sólo por el pecado, sino también y sobre todo por la soberbia que ese pecado hace inexpiable, porque la sustrae del impetuoso torrente de gracias infinitas que brota del Costado de Cristo.
Celebremos la Santa Pascua con humildad, es decir, volviendo a poner todas las cosas en su lugar, en su jerarquía original. Y en ese orden metafísico que ya es perfecto en sí mismo aprendemos a vislumbrar con humildad la gratuidad de la Redención, la necesidad de responder a ella con todo nuestro ser, la urgencia absoluta de predicar a Cristo, a Cristo crucificado, a quien el Padre ha glorificado después de la ignominia del Gólgota resucitándolo de entre los muertos.
El mundo odia y se rebela contra el Señorío universal de Cristo, no porque no quiera reconocer y servir a un soberano –Non habemus regem, nisi Cæsarem, gritaba la turba deicida frente al Pretorio– sino porque Él ha ceñido la corona real en el trono de la Cruz, derrotando de una vez por todas el reino tenebroso del pecado y de la muerte. Hagamos nuestras las palabras del Apóstol que hemos cantado el Jueves Santo: Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Jesu Christi, in quo est salus, vita et resurrectio nostra, per quem salvati et liberati sumus [Pero debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en quien está nuestra salvación, vida y resurrección, y por quien hemos sido salvos y liberados.](Gal 6, 14) (Ga 6, 14). Que ella esté a nuestro lado, en esta hora de victoria y triunfo, como nuestra Madre y Señora, la que permaneció al pie de la Cruz, la Reina de la Cruz. Que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
20 de abril de MMXXV
Dominica Resurrectionis
Publicado originalmente en italiano por Marco Tosatti el 21 de abril de 2025, en https://www.marcotosatti.com/
§§§
Aiutate Stilum Curiae
IBAN: IT79N0 200805319000400690898
BIC/SWIFT: UNCRITM1E35
ATTENZIONE:
L’IBAN INDICATO NELLA FOTO A DESTRA E’ OBSOLETO.
QUELLO GIUSTO E’:
IBAN: IT79N0 200805319000400690898
***
Condividi i miei articoli:
Tag: viganò. pascua
Categoria: Generale