Cuaresma, Cuarta meditación: la Cruz. Investigador Bíblico.
10 Marzo 2025
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, investigador Bíblico, a quien damos las gracias, ofrece a vuestra atención la cuarta meditación de la Cuaresma. Feliz lectura.
§§§
“EJERCICIOS DE CUARESMA, IV MEDITACIÓN: La Cruz” por IB
Hermanos, hoy el Señor nos llama a mirar a la Cruz, para comprender el misterio más grande de nuestra fe. La Cruz es locura para el mundo, es escándalo, es dolor, es sufrimiento. Nadie quiere la cruz. Queremos una vida tranquila, sin problemas, sin sufrimiento, queremos ser felices. Y, sin embargo, Jesús nos dice hoy algo impactante: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24).
Hermanos, ¿qué significa esto? Significa que sin la cruz no se puede seguir a Cristo. Quisiéramos un cristianismo sin sacrificios, sin renuncias, sin dolor. ¡Pero esto no es posible! El demonio nos ha engañado, nos ha hecho creer que la felicidad es hacer lo que queremos, evitar el sufrimiento, vivir para nosotros mismos. Pero la verdad es que precisamente en esta búsqueda de nuestra felicidad terminamos destruyéndonos. Jesús continúa diciendo: «El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 25).
Hermanos, miremos nuestras vidas. ¿Cuántas veces hemos intentado salvarla nosotros solos? ¿Cuántas veces hemos pensado que evitando las dificultades seríamos felices? Sin embargo, cuanto más huimos de la cruz, más nos devora el sufrimiento. ¿Porque? Porque fuimos creados para amar, y el amor es darse a sí mismo, es dar vida. El mundo nos dice: “Piensa en ti mismo, protégete, haz lo que te haga sentir bien”. Pero Jesús nos dice: “Da tu vida, sal de ti mismo, ama hasta el extremo”.
Hermanos, la Cruz es el camino por la vida. Miremos a Cristo: Él es Dios, podría haberse salvado a sí mismo, pudo bajar de la Cruz, pudo destruir a sus enemigos con un solo gesto. Pero no lo hizo. Allí se quedó, clavado, callado, humillado, rechazado, porque sólo así podía salvar al mundo. El demonio le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz» (Mt 27, 40). Pero Jesús no bajó. Se quedó allí porque el amor verdadero no huye, no se defiende, no busca su propio interés.
¿Y nosotros? ¿Cuántas veces queremos bajar de la cruz? Cuando el matrimonio se vuelve difícil, queremos huir. Cuando un sufrimiento nos golpea, nos rebelamos. Cuando nos tratan injustamente queremos defendernos. Pero el Señor nos dice hoy: «Toma tu cruz y sígueme». Porque solo cruzando la cruz encontrarás la vida.
Pensemos en Abraham. Dios le pide que sacrifique a Isaac, el hijo de la promesa, el hijo único. ¡Es absurdo! Pero Abraham obedece, no entiende, pero confía. Y cuando está a punto de hacer el sacrificio, Dios lo detiene y le da una descendencia más grande de la que podría haber imaginado. Hermanos, ¡Dios pide todo, pero después da el ciento por uno!
Pensemos en María. Al pie de la cruz ve a su Hijo moribundo, inocente, injustamente condenado. Debe haber pensado: “¿Dónde está Dios? ¿Por qué no interviene?” Sin embargo, ella permaneció allí, en silencio, confiada. Y allí mismo, bajo la cruz, se convirtió en la Madre de todos nosotros.
Hermanos, la cruz es nuestra salvación. No porque el sufrimiento tenga valor en sí mismo, sino porque sólo al perder la vida la volvemos a encontrar. ¿Dónde estás tratando de salvar tu vida hoy? ¿Hacia dónde huyes de la cruz? El Señor te dice: “¡No temáis! Yo estoy contigo. Te daré fuerzas”.
San Pablo dice: «En cuanto a mí, no haya gloria sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14). ¿Por qué? Porque en la cruz descubrió la verdadera vida.
Hoy, el Señor nos invita a seguirlo. No solo para admirarlo, no solo para creer en Él, sino para seguirlo en el camino de la cruz. Porque la cruz no es el final, es el comienzo de la resurrección. Jesús pasó por la cruz para entrar en la gloria. ¿Y nosotros?
Hermanos, hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones. (Hb 3, 15). Hoy elige la cruz, hoy confía, hoy da tu vida. Porque allí, y solo allí, encontrarás la verdadera alegría.
¡Amén!
«DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?»
El abandono y la Cruz
¡Frase fatal! ¿Por qué la pronunció? ¿Por qué no la sostuvo en su pecho? ¿Acaso no sabe que alguien prevalecerá contra Él? ¿Cómo podrán sus contemporáneos ver en este hombre abrumado por el dolor al Mesías que finalmente debía liberar al pueblo de sus seculares humillaciones? Como aquellos que, más tarde, negarán su divinidad, ¿estarán sin argumentos? Si él es Dios, ¿cómo puede decir que su Dios lo abandona? Sí, una frase fatal, que hasta el fin del mundo será un escándalo para la fe de muchos.
¡Pero también, para los que creen, es una frase hermosa! Es ella la que nos revela la profundidad última del misterio de la Encarnación y de las aniquilaciones del Verbo hecho carne. Y es cierto que es un escándalo, pero todo el Evangelio es un escándalo. No salva al mundo si no es contrariándolo. Finalmente, lo abrumará.
Jesús no temió por la salvación de su alma, no creyó que Dios lo estuviera castigando, no experimentó los tormentos de los condenados. Sufrió moral y físicamente más allá de lo que jamás sabremos aquí abajo. Él ha visto cada uno de mis pecados, cada una de mis traiciones, cada uno de mis rechazos de su Verdad. Sobre todo, previó este desprecio aterrador con el que las almas se separarían definitivamente de su amor. Su sufrimiento es el del salvador del mundo, no el de un hombre condenado; es satisfacción, no castigo. Es luminoso, no desesperado.
«Al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que fuésemos hechos, en él, justicia de Dios»[1]. Cristo se hizo pecado por nosotros para que nosotros fuéramos a ser santidad en él. En otras palabras: Cristo, sin pecado, se identificó con la condición trágica que nos creó el pecado para que, en el seno mismo de esta condición trágica, pudiéramos, por la gracia que viene de Él, vivir reconciliados con Dios y «redimir el tiempo»[2].
Hermanos, la cruz de Cristo nos interpela hoy, revelando un misterio que sacude todas nuestras certezas. Es un signo que el mundo rechaza, un símbolo de derrota y tormento que nadie desea acoger. Y, sin embargo, en esta paradoja, Jesús nos revela el camino del discipulado, llamándonos a un camino que trastoca nuestros sueños de comodidad.
La cuarta frase en la cruz es la reanudación, por parte de Jesús, del comienzo de un salmo que describía proféticamente las pruebas que padece el justo.
El Salmo 21 describe las pruebas del justo de una manera tan penetrante, tan adivinatoria, que se encuentra prediciendo, siglos antes, de manera profética, con sorprendente precisión, el futuro tormento del Justo por excelencia, del Mesías.
El Salmo 21 es un canto de esperanza. El grito del principio: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» es un grito de dolor; no es un grito de desesperación. Como los sollozos violentos de Job y Jeremías, habla de la angustia del alma que siente que ha llegado a los límites extremos de su resistencia y que reúne sus fuerzas para clamar a su Dios que, ahora, la medida está llena.
Es un misterio esta alternancia, en la Pasión del Salvador, de la luz y de la noche, de la calma y de la agonía, de la serenidad y de la angustia.
Pensemos en nuestros días. ¿Cuántas veces nos hemos engañado a nosotros mismos pensando que escapar del peso de las pruebas nos traería paz? Pero la cruz, que tratamos de evitar, nos alcanza de todos modos, porque solo en la ofrenda de nosotros mismos encontramos sentido y plenitud.
Hay, en toda vida humana, muchos momentos de tristeza indescriptible: las mismas luchas que deben reiniciarse todos los días; la misma impotencia para rechazar el mal, en sí mismo y en el mundo; las desgracias, las muertes, las catástrofes, tantas cosas queridas que se rompen…
¡Jesús, que mis tristezas no sean un veneno! Que me visiten todo lo que sea necesario; que descompongan mi alma, la llenen hasta el borde, lo quiero sinceramente, lo consiento de antemano. Pero concédeme que la amargura y la angustia que me abruman nunca serán las de la rebelión ni las de la desesperación. Concédeme, antes de mi muerte, al menos en una débil medida, te lo ruego, el privilegio de presentir, aunque sea fugazmente, el misterio de tu noche redentora y de tu abandono.
Hermanos, la cruz es nuestro rescate. No es el dolor en sí mismo el que nos redime, sino el don total que se cumple en ella, abriendo el camino a la vida eterna. ¿Dónde buscáis hoy refugio de vuestras fatigas? El Señor les susurra: «Ten confianza, estoy a tu lado, te sostendré»[3].
San Pablo proclama: «En cuanto a mí, no haya gloria sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»[4]. En ese leño he encontrado la verdadera alegría.
Hoy Cristo nos llama a unirnos a Él, a llevar con El nuestro yugo, porque esa carga conduce a la luz de la resurrección. ¿Estamos dispuestos?
Rezamos con el Salmo 21 (22)
<2Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡lejos de mi salvación, las voces de mi rugido! 3Díos mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, y no hay silencio para mí. 4¡Mas tú eres el Santo, que moras en las laudes de Israel! 5En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste; 6a ti clamaron, y salieron salvos, en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos. 7Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza de lo humano, asco del pueblo, | Me destilo como una ola, siento mis huesos descolocados, mi corazón se consume como cera que no soporta el calor. 8Mis fuerzas secas ya parecen secarse deprisa, mi lengua está trabada, ya que por tu voluntad estoy en el polvo de la muerte; Mientras perros furiosos me han rodeado, como bien ves, y una multitud de malignos me han traspasado las manos y los pies. 9Contaría uno a uno todos mis huesos, turbados dentro de mí, y ellos me miran, pensando, estos malvados, suspendidos dentro de sí mismos. Mis vestidos han sido divididos y sobre mi vestido han echado suertes para ver a quién pertenece. 10¡Así que, señor! Tú que eres mi fuerza, date prisa y no te alejes por más tiempo: ven fielmente en mi ayuda, ¡oh virtud mía! Rescata mi alma del cuchillo: ¡sálvala, Señor! que eres tan misericordioso, mi único del cruel enemigo, el perro rabioso. 11¡Sálvame, por favor, de las crueles fauces del feroz león! De Liocorni me salvas por tu misericordia que no tiene fin. Celebraré tu Nombre glorioso y temible delante de mis hermanos, y pienso alabarte y bendecirte entre los Santos. 12Alabad al Dios alto, todos los que le teméis; alabad su virtud, Jacob, Israel y sus hijos para siempre. Porque nunca desdeñó ni despreció la aflicción del afligido que confía; nunca escondió su rostro cuando clama. 13Porque eres motivo de alabanza para mí, Cumpliré fielmente mis votos en el amplio coro de los que te temen; y te alabaré: los mansos serán saciados, quienes buscan alabar al Señor misericordioso. ¡Y vosotros, oh Santos! Vivirás feliz hasta la médula. |
Publicado originalmente en Italiano por Marco Tosatti el 6 de marzo de 2025, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
§§§
Aiutate Stilum Curiae
IBAN: IT79N0 200805319000400690898
BIC/SWIFT: UNCRITM1E35
ATTENZIONE:
L’IBAN INDICATO NELLA FOTO A DESTRA E’ OBSOLETO.
QUELLO GIUSTO E’:
IBAN: IT79N0 200805319000400690898
Condividi i miei articoli:
Tag: biblico, cuaresma, investigador, iv
Categoria: Generale