“Esta es la hora de las tinieblas…”. Homilía de monseñor Carlo Maria Viganò para el Miércoles de Ceniza
8 Marzo 2025
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7 Marzo 2025 Pubblicato da Marco Tosatti, su https://www.marcotosatti.com/
Marco Tosatti
Muy estimados StilumCuriales, ponemos a vuestra disposición la homilía que el arzobispo Carlo Maria Viganò pronunció con motivo del Miércoles de Ceniza. Feliz lectura y difusión.
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PARCE, DOMINE
Homilía para el Miércoles de la Sagrada Ceniza
Flectamus iram vindicem,
ploremus ante Judicem;
clamemus ore supplici,
dicamus omnes cernui:
Parce, Domine;
parce populo tuo:
ne in æternum irascaris nobis.
[Dobleguemos la ira del vengador,
lloremos ante el Juez;
clamemos con labios suplicantes,
digamos todos postrados:
Perdóname, Señor;
perdona a tu pueblo.
no estés enojado con nosotros para siempre].
La Divina Liturgia nos acompaña a través del año solar como en un espejo, en el que vemos resumida y representada la historia de la Redención. El tiempo de Adviento nos remite a la espera del Mesías en la Antigua Ley; el tiempo de Navidad celebra Su santísima Encarnación; La Santa Cuaresma y el tiempo de la Pasión nos remiten a los tiempos que precedieron al Sacrificio de la Cruz; el tiempo de Pascua celebra la Resurrección y la Ascensión del Señor al cielo; el tiempo de Pentecostés recorre la vida terrena del Salvador, sus milagros, sus enseñanzas; y al final del ciclo litúrgico -así como al comienzo de éste- se nos proyecta al fin de los tiempos, al Juicio Final, a la recompensa o a la condena de todos y cada uno. De alguna manera, las mismas estaciones del año acompañan este sagrado resumen de la historia de la Salvación, para que en los rigores del invierno comprendamos los dolores del Niño Rey nacido en un pesebre, y en el despertar de la naturaleza en primavera podamos ver el homenaje de la Creación al Señor que resucita y triunfa sobre la muerte.
Este Miércoles de Ceniza marca la entrada en un tiempo de penitencia y purificación para prepararnos en cuerpo y espíritu a este triunfo de Nuestro Señor: un triunfo real e histórico, testimoniado por contemporáneos, celebrado por cristianos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para acompañarnos en esta purificación, la santa Liturgia nos muestra lo que hicieron nuestros padres en el Antiguo Testamento y nos señala la necesidad de estar preparados a su vez para afrontar la gran persecución de los Últimos Días. Porque no se puede combatir sin ejercitarse ni afrontar una carrera sin estar entrenado.
En el Antiguo Testamento los sacerdotes invocan piedad para el pueblo: Parce, Domine, parce populo tuo! ¡Perdona a tu pueblo, oh Señor! En el Nuevo Testamento es Cristo mismo, elevado sobre el madero de la cruz, quien intercede por nosotros: ¡Perdónalos, Padre! Y junto con Él interceden ante el trono de la divina Majestad la Santísima Virgen, todos los Santos y las almas del Purgatorio. Nosotros mismos, en la Comunión de los Santos, ofrecemos nuestros sacrificios para expiar nuestros pecados y los de nuestros hermanos. Pagamos una deuda contraída con el usurero infernal: no con su falsa moneda, sino con el oro purísimo de la Pasión de Cristo. Esa deuda con la que cada uno de nosotros, en Adán, asumió contra la voluntad de Dios y a pesar de haber recibido de Él la verdadera riqueza, el tesoro más inestimable.
Esta santa Cuaresma, que comenzamos hoy rociando la cabeza con la ceniza y ayunando, cae en un momento de grandes convulsiones sociales, políticas y eclesiales. Con cada día que pasa, salen nuevas verdades a la luz, mostrándonos una sociedad apóstata, una clase política corrupta y pervertida, una Jerarquía vendida y traidora. Aquellos que creíamos que estaban a cargo del bien común se revelan como nuestros enemigos y como enemigos de Dios. Aquellos que pensábamos que debían defender la Verdad y proclamar el Evangelio de Cristo se muestran como seguidores del error y de la mentira. Y la autoridad que Nuestro Señor, Rey y Pontífice, ha concedido a nuestros gobernantes -civiles y religiosos- se usa para el propósito opuesto al que Él ha establecido.
Frente a esta rebelión mundial, y especialmente frente a la traición de las autoridades, debemos volver más convincentemente a revestir nuestras almas de cenizas y camisas de pelo, a postrarnos ante el Señor y a repetir el grito de nuestros padres: Flectamus iram vindicem, ploremus ante Judicem; clamemus ore supplici, dicamus omnes cernui: Parce, Domine; parce populo tuo: ne in æternum irascaris nobis [Apacigüemos la ira vengativa, lloremos ante el Juez; invoquémoslo con voz suplicante, postrados digamos todos juntos: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo, y no permanezca enojados con nosotros para siempre].
Sin embargo, precisamente por la enormidad de nuestras culpas y el horror de las culpas públicas de las naciones y de la Jerarquía eclesiástica, nuestra penitencia debe estar acompañada —y precedida, diría yo— por la proclamación de la verdad contra la mentira. Porque la verdad es de Dios, es Dios; y la mentira es la marca maldita de Satanás.
Que caigan entonces los velos y los artificios que tratan de ocultar el pecado y el vicio, de negarlo, de darle apariencia de bien y de virtud. Que caigan las mantas que ocultan crímenes y delitos atroces – en primer lugar, contra Dios y contra los pequeños- en una red de complicidad infame entre almas perdidas. Que caigan las ficciones de un mundo rebelde, las mentiras de una autoridad pervertida, de un sistema infernal que niega, ofende y combate a Cristo y a sus hijos. Que caigan las mentiras y los engaños de una Jerarquía y un Papado tomados como rehenes por enemigos de Cristo esclavizados a Satanás. Que se desvanezcan los argumentos y las excusas que con demasiada frecuencia esgrimimos para justificar nuestra pereza, nuestra inercia espiritual, nuestra incapacidad para tomar partido y permanecer bajo el estandarte de nuestro divino Rey. Que caigan los pretextos que sabemos encontrar para posponer nuestra conversión y nuestro progreso en la santidad.
Probablemente esta es la hora de las tinieblas. Pero son tinieblas destinadas a ser traspasadas por la Luz de Cristo, ante la cual todo aparecerá tal como es, y no como nos gustaría que fuera, no como sería más conveniente para complacer nuestra indolencia.
Y la primera verdad que hay que proclamar, que hay que gritar a los cuatro vientos, es que somos pecadores, que hay una muerte segura, un juicio inapelable, un infierno para castigar a los malvados y un paraíso para recompensar a los buenos. Y que esta verdad última e indefectible forma parte de nuestro propio ser, está inscrita en nuestros corazones como Ley de la naturaleza, es revelada en las Escrituras y entregada por Nuestro Señor a Su Iglesia para que pueda predicar fielmente a todos los pueblos.
Proclamemos esta verdad sin temor a ser desmentidos, recordando las palabras del Eclesiástico: Memorare novissima tua, et in æternum non peccabis (Eclo 7, 40): Ten presente lo que te espera y no pecarás jamás. Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
5 de marzo de MMXXV
Miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma
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Tag: ceniza, miercoles, vigano
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