Cuaresma, Ejercicios espirituales. El desierto de Ib. Investigatore Biblico
4 Marzo 2025
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, ponemos a vuestra disposición este artículo publicado por Investigatore Biblico, al que agradecemos de corazón. Disfruten la lectura y la meditación.
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EJERCICIOS ESPIRITUALES DE CUARESMA. I MEDITACIÓN: EL DESIERTO” por IB
Muy queridos hermanos, hoy el Señor nos llama a entrar en el misterio del desierto, lugar fundamental en la historia de la salvación. La Cuaresma es un tiempo fuerte, un tiempo de combate espiritual, de purificación y de discernimiento. Pero, sobre todo, es el tiempo en que Dios nos lleva al desierto para hablar a nuestros corazones.
Mateo (4, 1) dice: Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. ¿Quién lleva a Jesús al desierto? ¡El Espíritu Santo! No es Satanás, no es un accidente: es Dios mismo quien lo guía. Esto es fundamental. También nosotros, hermanos, experimentamos momentos de desierto, de soledad y de prueba en nuestra vida. A veces nos rebelamos, pensamos que Dios nos ha abandonado. Pero la verdad es que es Dios mismo quien nos lleva hasta allí, porque en el desierto nos quiere purificar y quiere nos quiere hacer crecer.
Piensen en el pueblo de Israel: ¡cuarenta años en el desierto! No porque Dios se haya olvidado de ellos, sino porque el desierto es necesario para aprender a confiar en Él. Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho caminar en estos cuarenta años en el desierto, para humillarte y ponerte a prueba, para saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos (Deuteronomio 8, 2).
Hermanos, ¿cuántos de nosotros estamos hoy en un desierto? ¿Cuántos están pasando por pruebas difíciles? Quizás en la familia, en el trabajo, en la salud… ¡Dios no nos ha abandonado! Estamos en el desierto porque Dios quiere que veamos lo que tenemos en nuestros corazones, ¡quiere enseñarnos a confiar en él!
En el desierto, Jesús es tentado por el diablo. Y tengan cuidado, hermanos, porque sus tentaciones no son triviales. Son las mismas que el demonio nos presenta todos los días.
Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan (Mt 4, 3). Esta es la tentación del hambre, de la necesidad inmediata. Satanás nos dice: “¡Dios no se ocupa de ti! ¡Resuelve tus problemas tú solo! Pero Jesús responde con la Palabra: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Hermanos, ¿qué es lo que realmente nos nutre? ¿El dinero? ¿El éxito? ¿O la Palabra de Dios?
Si eres el Hijo de Dios, arrójate… (Mateo 4, 6). Aquí el diablo quiere que Jesús ponga a prueba a Dios. “¡Si Dios te ama, te salvará!” ¿Con qué frecuencia pensamos: “Si Dios me ama, ¿por qué estoy sufriendo? ¿Por qué no interviene? Pero Jesús responde: “No pondrás a prueba al Señor tu Dios” (Mt 4, 7). ¡La fe no se basa en milagros, sino en la confianza!
Todas estas cosas te daré si te inclinas ante mí y me adoras (Mt 4, 9). Satanás ofrece poder, gloria, riquezas. Quiere que Jesús escoja el camino fácil. Pero Jesús responde: “Adorarás al Señor tu Dios, y solo a él darás culto” (Mt 4, 10). Hermanos, ¿a quién adoramos? ¿A Dios o al mundo? ¿Al éxito, al dinero, a nuestra imagen?
Hermanos, el desierto no es el fin, es el paso necesario para encontrarse con Dios. Cuando somos despojados de todo, cuando ya no podemos confiar en nuestras seguridades, es entonces que finalmente podemos decir: “Señor, me encomiendo a Ti“. Lo atraeré hacia mí, lo llevaré al desierto y hablaré a su corazón (Os 2, 16).
Dios nos lleva al desierto no para destruirnos, sino para hablarnos, para purificarnos, para revelarnos su amor. Después del desierto, Jesús comienza su misión. El desierto lo preparó. Es lo mismo para nosotros: si somos fieles en la prueba, ¡Dios nos dará una misión, nos dará una vida nueva! Aquí, estoy a punto de hacer algo nuevo: ahora mismo brota, ¿no lo notas? Abriré un camino en el desierto, haré que los ríos entren en el desierto (Is 43, 19).
¡Hermanos, el desierto no es el fin! Dios está haciendo algo nuevo en nuestras vidas. ¡No tengan miedo, confíen en Él!
La Cuaresma es un tiempo de desierto. Acéptalo, vívelo con fe. No intentes huir, no te rebeles. Dios nos está purificando, nos está hablando. Conozco los planes que he hecho para ustedes, dice el Señor, planes de paz y no de desgracia, para concederles un futuro lleno de esperanza (Jr 29, 11).
¡Hermanos, crean en esta Palabra! Si hoy están en el desierto hoy, deben saber que Dios les está preparando para algo grandioso. Confíen en Él, no tengan miedo.
¡Amén!
“PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
El desierto del perdón
“¡Padre!” Es la primera palabra de las siete pronunciadas por Jesús en la Cruz. Dice: “¡Padre!”, como en la resurrección de Lázaro: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas»[1]. También aquí será escuchado: el centurión lo confesará[2] y habrá miles de bautismos el día de Pentecostés[3].
“¡Padre, perdónalos!” A Jesús no le preocupa su dolor, sino nuestro pecado. Primero la herida, la ofensa hecha a Dios, luego el daño que nos causa a nosotros mismos. Para un mal tan grande, no hay remedio en la tierra. ¿Quizás venga de lo alto? ¿Quizás llegue el perdón? Entonces será la vida que sale de la muerte, una fiesta en los corazones, una primavera de la tierra.
Este es el verdadero significado del desierto de Cuaresma. En el desierto, como Jesús, enfrentamos las tentaciones y la soledad, pero es precisamente allí donde descubrimos la misericordia de Dios. El desierto se convierte en el lugar de la verdad, donde el perdón rompe las cadenas del mal.
Contra el odio y el desencadenamiento de los instintos terrenales, Jesús invoca las magnanimidades del cielo. Una nueva fuerza entra en el mundo, más fuerte que el mal. El antiguo reino de la violencia encuentra un nuevo reino. A partir de este momento, algo ha cambiado en el tiempo.
Jesús ya no reprende a los hombres. Mira más allá. Él ve su destino eterno. Es por ellos que Él está en la Cruz. Y dice: “¡Perdónalos!”
Cuando me presente ante Él, después de haberlo ofendido, sabiendo que Él es el Hijo de Dios, ¿qué diré cuando se me acuse de los pecados y traiciones de mi vida? Allí estará esa Cruz donde Él sufrió por mí, donde derramó gotas de Sangre por mí, donde dijo por mí: “¡Padre, perdónalo!”
“¡No saben lo que hacen!” Saben algo, pero no todo. No conocen la profundidad del mal, lo irreparable que lleva consigo, como la libertad, la pureza y la grandeza que destruye en nosotros. Solo más tarde desearemos que ciertas cosas nunca hubieran sucedido…
Al igual que las tentaciones en el desierto, también el pecado nos engaña. Nos promete pan, poder, éxito, pero nos deja hambrientos. En el desierto, Jesús venció estas tentaciones con la Palabra de Dios. También nosotros, en nuestro desierto cuaresmal, debemos responder: «No sólo de pan vive el hombre»[4].
La primera palabra de Cristo en la cruz es una palabra de inmensa misericordia para el mundo. «Bienaventurados los misericordiosos»[5]. Hay corazones llenos de perdón, preocupados solo por perdonar. Están llenos de ingenio para perdonar. El Espíritu Santo los llena con sus luces, con sus consejos para hacerlos creativos en el dar y perdonar. Aquí están los santos, los verdaderos discípulos de Jesús.
Como en el desierto, donde Jesús enfrentó y derrotó al tentador, también nosotros estamos llamados a una lucha espiritual, a una purificación, a un discernimiento. Dios nos lleva al desierto para hablarnos, para mostrarnos lo que hay en nuestros corazones. «Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer en estos cuarenta años en el desierto, para humillarte y ponerte a prueba, para saber lo que había en tu corazón»[6].
El desierto no es el final, sino el comienzo de una nueva vida. Así como Cristo comenzó su misión después del desierto, también nosotros, perdonados y renovados, somos enviados al mundo.
Rezamos con el Salmo 31 (32)
1 ¡Dichoso el que es perdonado de su culpa,
y le queda cubierto su pecado*!
2 Dichoso el hombre a quien Yahvéh
no imputa falta,
y en cuyo espíritu no hay fraude.
3 Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos
en mi rugir de cada día,
4 mientras pesaba, día y noche,
tu mano sobre mí;
mi corazón se alteraba como un campo*
en los ardores del estío.
5 Mi pecado te reconocí,
y no oculté mi culpa;
dije: “Me confesaré
a Yahvéh de mis rebeldías.”
Y tú absolviste mi culpa,
perdonaste* mi pecado.
6 Por eso te suplica todo el que te ama
en la hora de la angustia*.
Y aunque las aguas inmensas se desborden,
no le alcanzarán.
7 Tú eres un cobijo para mí,
de la angustia me guardas,
estás en torno a mi para salvarme*.
8 Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
fijos en ti los ojos, seré tu consejero.
9 No seas cual caballo o mulo sin sentido,
rienda y freno hace falta para quebrar su brío*,
(si no, no se te acercan).
10 Copiosas son las penas del impío,
mas al que confía en Yahvéh el amor le envuelve.
11 |Alegraos en Yahvéh,
oh justos, exultad,
gritad de gozo, todos los de recto corazón!
Publicado originalmente en Italiano por Marco Tosatti el 3 de marzo de 2025, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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Tag: investigatore biblico, quaresma
Categoria: Generale