Un obispo italiano que habla por fin Un bálsamo para los fieles Bernardino Montejano.

1 Febbraio 2025 Pubblicato da Lascia il tuo commento

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, el Prof. Bernardino Montejano, a quien agradecemos de todo corazón, ofrece a vuestra atención estas reflexiones sobre una entrevista con Mons. Suetta. Disfruten leyendo y compartiendo.

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POR FIN UN OBISPO ITALIANO HABLA

El episcopado italiano se parece al argentino o más bien el nuestro se parece al peninsular, porque como decía un amigo, “nosotros somos italianos que hablamos castellano”.

Casi todos los argentinos tenemos, como decía Ignacio Braulio Anzoátegui, “una cuota de tuco”, quien, acusa a Sarmiento de haber importado a los italianos, junto al normalismo y a los gorriones.

El normalismo logró un país “instruido pero inculto” y los gorriones “se apoderaron de la administración del aire”, monopolizaron los cielos de la porteña Buenos Aires y desalojaron a las especies nativas, poniendo en nuestro firmamento “millones de manchitas de barro” (Vidas de muertos, Theoria, Buenos Aires, 1965, págs. 95/97).

Pasando al tema, gracias a MÉDIAS-PRESSE-INFO del 21 de enero nos enteramos de un reportaje al obispo de San Remo-Ventimiglia, Antonio Suetta, publicado en Il tempo del 6 de enero, acerca del islam y el cristianismo.

Allí, proclama sin vueltas: “Meter las dos religiones en un plano de igualdad, es un insulto a la inteligencia. El islam debe ser considerado una herejía”. Son las palabras de un teólogo, estudioso, docente universitario, quien considera que las diferencias van más allá de la doctrina: se reflejan en sus consecuencias políticas y sociales. Basta observar la aplicación de la Sharia, ese complejo normativo que rige toda la vida del mahometano, como camino hacia la salvación.

Relata que, en Milán, después de las celebraciones de Aña Nuevo, numerosos inmigrantes musulmanes han insultado a Italia, porque no solo no se han asimilado, sino porque desconocen la gratitud hacia quienes los recibieron.

Este obispo ha tenido el coraje de denunciar la vía que conduce al sincretismo, a la diplomacia interreligiosa que sustituye a la caridad.

En esta Europa apóstata y confusa, los musulmanes tienen las cosas claras y no dudan el proclamar la superioridad de su fe y en proclamar que su objetivo último es la islamización del mundo.

Ante esta actitud el obispo Suetta pone el acento en los deberes de los cristianos y recuerda las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica.

Entre esas enseñanzas el punto 2104 dispone que “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida, a abrazarla y practicarla. Este deber se desprende de su misma naturaleza. No contradice el ‘respeto sincero’ hacia las diversas religiones que ‘no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad’ que ilumina a todos los hombres” (Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, 1992, p. 537).

Además, el obispo profesor para encarar el tema de la inmigración, en lugar de hacerse eco del nuevo pecado relativo a los forasteros, nos remite a Santo Tomás de Aquino, quien se ocupa del asunto en la Suma Teológica, I, II, q. 105 artículo 3. Esta cuestión integra la “Razón de los preceptos judiciales” del Antiguo Testamento.

Recordamos a nuestros lectores que dicha ley antigua abarca tres tipos de preceptos: ceremoniales, morales y judiciales. Los primeros quedan derogados con la venida de Cristo, y serán mortíferos; los segundos, corregidos y profundizados y los últimos optativos, porque necesarios en la estructura política del pueblo judío, en el cual el derecho positivo era expresión de la voluntad de Dios, con la Ley nueva del Evangelio pasan a integrar el ámbito de competencia del César y pueden ser criterios, aunque no necearios, para un gobernante cristiano en la esfera temporal.

El obispo doctor sintetiza lo que el Aquinate desarrolla y sostiene que, en el caso de la inmigración, “la hospitalidad debe ser ordenada al bien común y que la admisión indiscriminada de extranjeros pone en peligro ese bien” y a veces alcanza el ridículo, como en el caso de los inmigrantes musulmanes, llevados por el papa Francisco en uno de sus primeros viajes, preferidos a los cristianos, por tener más adelantados sus trámites y que, bien fértiles, lograron que el primer nativo del Vaticano sea un mahometano.

Recuerda las grandes batallas contra los asaltos musulmanes a la Cristiandad, frenados en Poitiers en el año 732, en Lepanto en el año 1571 y en Viena en el año 1683. A los trescientos años de la última batalla el papa Juan Pablo II, concurrió al lugar, rindió homenaje al rey Sobieski, a los nobles polacos, a la caballería polaca, a los soldados polacos y dijo que, a través de ellos, venció Dios.

Las palabras del obispo Suetta son un bálsamo para los fieles que se sienten abandonados por otros pastores cultores de lo “políticamente correcto”.

Y para finalizar esta nota, consideramos que lo mejor es hacer una breve glosa del artículo citado, como homenaje a Tomás de Aquino.

Allí el Aquinate nos recuerda la ordenación jurídica del pueblo judío en la cual los extranjeros nunca fueron marginados. En el Deuteronomio ordena instituir jueces y escribas en todas las ciudades “que juzguen al pueblo justamente” y resuelvan las diferencias que pudiera haber “entre ellos o con los peregrinos”.

En el mismo Libro, los extranjeros, junto a los levitas, las viudas y los huérfanos aparecen como beneficiarios del diezmo.

En tiempos de paz, Santo Tomás señala tres ocasiones para tratar con los extraños: cuando estos pasaban por la tierra judía como peregrinos, cuando se venían a establecer en ella como forasteros y cuando pretendían incorporarse a la nación hebrea y abrazar su religión.

En el tercer caso debe primar la cautela por el peligro de admitir extraños a tratar los negocios del pueblo no estando arraigados en el amor al bien público.

Y aquí se debe distinguir entre integrantes de naciones afines, como los egipcios de los enemigos de los israelitas: amonitas, moabitas y amalecitas, los últimos, enemigos perpetuos.

Es interesante lo que señala el Aquinate respecto al prestar a usura a los extraños, una licencia “en atención al ser los judíos tan inclinados a la avaricia” (1-2, art. 3, solución 3). Por esta observación, opinable, hoy hubiera sido misericordiado de inmediato, acusado de antisemita.

A todo esto, nos remite monseñor Suetta al romper el silencio del episcopado italiano. ¿Algún prelado argentino, que no sea emérito, lo imitará?

No lo creemos, porque ninguno de tantos huevones tiene los conocimientos, el valor y la firmeza, de su colega peninsular.

Buenos Aires, enero 30 de 2025.

Bernardino Montejano

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