Salve Regina. Homilía en la fiesta de la Inmaculada Concepción. Monseñor Carlo Maria Viganò

9 Dicembre 2024 Pubblicato da Lascia il tuo commento

 

 

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, ponemos a vuestra disposición la homilía pronunciada por el arzobispo Carlo Maria Viganò con ocasión de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Disfruten su lectura y compartan.

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SALVE, REGINA

Homilía sobre la Inmaculada Concepción

de la Santísima y Siempre Virgen María

 

Salve, ReginaCon estas palabras comienza una de las oraciones más llenas de doctrina y espiritualidad, y al mismo tiempo más queridas por el pueblo cristiano. Es el saludo sencillo, sereno y reverente de una multitud infinita de almas que de todas partes del mundo -y de las penas purificadoras del Purgatorio- se elevan a la augusta Virgen Madre, Nuestra Señora, a quien honramos como Reina en virtud de su divina Maternidad, de los méritos de la Corredención y de los privilegios tan especiales con que, en vista de la Encarnación, fue premiada por la Santísima Trinidad. A esas voces se unen las de las Jerarquías angélicas y las de los Santos, que desde su morada de gloria celebran a Aquella que, por encima de todas las criaturas, ha sido elegida para ser el Tabernáculo del Altísimo, el Arca de la Alianza Eterna en la que se guarda la plenitud de la Ley, el Pan de Vida, el cetro del nuevo Aarón, el óleo de la Unción real y sacerdotal. María Santísima es también Regina Crucis: su Realeza, según el modelo del Señorío de Cristo, fue conquistada en la Co-Pasión y coronada en la Corredención, porque no puede ser real la gloria de la victoria sin antes ascender al Calvario. Los que no reconocen a María Santísima como Reina y Señora no reconocen a Jesucristo como Rey, ni pueden esperar participar en el banquete del Soberano quienes no honran a Su Madre.

Mater misericordiæ. La Santísima Virgen es la Madre de la Divina Misericordia encarnada; es Madre de Aquél a quien el Padre quiso como nuestro Redentor por misericordia. Ella es Madre de misericordia porque Su Hijo, Nuestro Señor, quiso que Ella fuera Corredentora y Mediadora de todas las Gracias. Confían en su intercesión misericordiosa no sólo los fieles -que la invocan como Auxilium Christianorum-, sino también la Santa Iglesia, que la venera como su Madre y Reina. En este terrible eclipse que oscurece a la Esposa del Cordero y la sustituye por una falsificación herética, invoquemos a Aquella que por sí sola ha vencido a todas las herejías en el mundo entero – quæ sola cunctas hæreses interemisti in universo mundo, dice la Liturgia – para que nos dé fuerza y perseverancia, acelere el triunfo de la Iglesia de Cristo y destruya los planes infernales del Adversario y de sus siervos,  internos y externos. La crisis que aflige al cuerpo eclesial solo podrá ser curada cuando la Jerarquía vuelva a los pies de la Madre de Misericordia y de la Reina de la Cruz.

Vita, dulcedo, et spes nostra: salve. La Santísima Virgen María es nuestra Vida: a través de ella el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana, encarnándose en su seno virginal y sentándose en el Trono Inmaculado de su Santísima Concepción, milagro sublime de la Santísima Trinidad. Ella es nuestra dulzura, porque en ella encontramos en el más alto grado el ejemplo de aquellas virtudes que nuestra humanidad corrompida por el pecado original jamás podrá igualar, al ser en primer lugar ella Madre de Dios, Madre de Cristo y nuestra Madre en Él. Su amor de Madre, junto con su pureza virginal inmaculada y su humildad, hacen de la Santísima Virgen la más odiada y temida de las criaturas por Satanás, capaz sólo de dar muerte al cuerpo y al alma precisamente porque a causa de su orgullo es incapaz de amar a Dios y adecuarse a su voluntad. Con su talón la Virgo Potens aplastará la cabeza de la antigua Serpiente, así como Nuestro Señor exterminará al Anticristo y a la raza maldita de Satanás. El aparente triunfo de los malvados y la traición de la Jerarquía conciliar y sinodal no deben privarnos de la paz interior que proviene de consagrarnos a la spes nostra.

Ad te clamamus, exsules filii Hevæ. Ad te suspiramus, gementes et flentes, in hac lacrimarum valleSomos hijos de ira, nacidos en el pecado a causa de la culpa de nuestros primeros padres, dados a luz en el dolor para inclinarnos al mal, para sufrir, para morir, en cuanto somos esclavos del mundo, de la carne y del diablo. Pero si Adán cayó a causa de una mujer, y con él toda la humanidad; a causa de la Mujer con su cabeza coronada de estrellas, la nueva Eva, vino al mundo el nuevo Adán, Jesucristo, para redimirnos a través de su Pasión y Muerte. Por eso, en el Salve Regina, estamos seguros de que al reconocernos exsules filii Hevæ -hijos de Eva expulsados de su patria- podemos confiar en que María santísima, Janua cœli, nos abrirá las puertas de la Jerusalén celestial también a nosotros, sus hijos en el orden de la Gracia. A ella, por tanto, se elevan nuestros suspiros, nuestros lamentos desgarradores y nuestras lágrimas: porque estamos en un valle lleno de lágrimas a causa de la lejanía de la Patria celestial, en la que se cumplen todos nuestros anhelos y todos nuestros deseos en Dios. ¡Ay de nosotros, si consideráramos nuestra peregrinación terrenal no como una fase provisional de paso hacia la eternidad, sino como nuestra meta: porque en ese instante ya no nos reconoceríamos exsules, anulando la Redención de nuestro Salvador Jesucristo y la Corredención de la Virgen Madre! ¡Ay de nosotros si no nos reconociéramos filii Hevæ, porque si no hubiera culpa que expiar, ni ofensa que reparar, no habría necesidad de un Redentor para redimirnos, ni de una Madre para dar a luz al Emmanuel! En un mundo vendido al Maligno que celebra la muerte del alma y del cuerpo; en una Iglesia falsa que sigue al mundo en su danza macabra hacia el abismo, tenemos a María Santísima como nuestra estrella, e invocamos de Ella la Gracia de la perseverancia final.

Eja, ergo, Advocata nostra: illos tuos misericordes oculos ad nos converte. La Santísima Virgen es nuestro Abogada en el Trono del Hijo, así como el Hijo (1Jn 2, 2) y el Espíritu Santo (Jn 14, 16) son nuestros Abogados divinos en el Trono del Padre. Es ella, todopoderosa por gracia, quien intercede en nuestra defensa. Y así como el Padre nos perdona la culpa por los méritos infinitos de Su Hijo, de la misma manera el Corazón sacratísimo del Hijo no permanece endurecido ante la perorata del Inmaculado Corazón de la Madre a favor nuestro. Y para que nuestra esperanza no se vea defraudada, nos basta con que ella nos dirija su mirada, esos ojos de misericordia –misericordes oculos–, ojos misericordiosos y deseosos de dar misericordia. No la falsa misericordia de los que niegan la culpa y la necesidad de la conversión y de la reparación; no el simulacro hipócrita de mercenarios traidores y mentirosos, sino la verdadera Misericordia, la cual se funda en la Justicia y en la Caridad.

Et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium ostende. Nuestro doloroso exilio en esta tierra terminará con el tránsito a la eternidad, cuando el tiempo de la Misericordia se agote y sea el tiempo de la Justicia. Será en virtud de nuestra devoción a María Santísima durante nuestra vida terrenal que podremos elevar nuestra mirada al Rex tremendæ majestatis, porque en la balanza con que el Arcángel San Miguel pesa las almas estarán, por una parte, nuestras culpas, pero por otra parte estará nuestro amor a la Virgen Madre y Reina,  y su poderosa intercesión. ¡Mater mea, confía en mea! No la confianza ilusoria de quien se cree salvado y piensa que Dios nos ama tal como somos, sino la esperanza teologal que nos da la certeza de la ayuda divina para enfrentar las pruebas y levantarnos cuando caemos. No la confianza de los que desafían al Espíritu Santo y desafían la Verdad revelada, sino el abandono filial al abrazo de la Mater misericordiæ, que nos presentará ante el Trono de la Majestad divina protegidos por su manto. A Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Pontífice, renovamos nuestra profesión de Fe, para que, en el eclipse temporal de su Gloria nos hagamos dignos de presenciar su triunfo final.

O clemens. O pia. O dulcis Virgo Maria. Tú, clementísima, inclinada al perdón y que castigas con mansedumbre. Tú, piadosa: compasiva, fiel, devota. Tú, dulce Virgen María: dulce como tu abrazo en el que se apagará nuestra vida terrenal, dulce como estar a tu lado en la gloria de la Santísima Trinidad, dulce como el canto que la Santa Iglesia canta en tu honor, aquí en la tierra y en el cielo.

 

Oh, María concebida sin pecado original, ruega por nosotros que recurrimos a Ti. Amén.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

 

8 de diciembre de 2024

In Conceptione Immaculatæ Beatæ Mariæ Virginis.

 

Publicado originalmente en italiano por Marco Tosatti el 8 de diciembre de 2024, en https://www.marcotosatti.com/2024/12/08/salve-regina-omelia-nella-festa-dellimmacolata-concezione-arcivescovo-carlo-maria-vigano/

 

Traducido al español por: José Arturo Quarracino

 

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