El documento del Vaticano sobre el Papa: una ilusión que conduce al caos y pisotea la verdad. Monseñor Marian Eleganti
18 Giugno 2024
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, queremos compartir con ustedes estas reflexiones de monseñor Marian Eleganti, a quien agradecemos calurosamente, sobre el reciente documento vaticano sobre el rol del Papa en la Iglesia universal. Esperamos que disfruten con su lectura y difusión.
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Una primera reacción espontánea al nuevo documento sobre el Ejercicio del Ministerio Petrino
Por el Dr. Marian Eleganti osb, arzobispo emérito de Chur
En mi opinión, es erróneo ver la aceptación de la primacía de jurisdicción papal católica romana por parte de otros cristianos como un criterio para su validez y legitimidad y entender o ejercer el papado en consecuencia (de una manera nueva, diferente) que antes. No puede tratarse de rebajar el oficio petrino hasta que sea aceptable para el mayor número posible de cristianos separados, pero ya no es lo que debería ser según la voluntad de Cristo. El criterio es, por lo tanto, si corresponde a esta voluntad y a la verdad del Evangelio en su forma actual, si sigue siendo un fundamento procedente de Cristo (es decir, derecho divino), y si su desarrollo y dogmatización tuvieron lugar o no en el Espíritu Santo a lo largo del tiempo. Siempre hemos estado convencidos de que el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad plena y la mantiene en la verdad, razón por la cual se la considera infalible. Por tanto, en la Professio Fidei también creemos en la Iglesia junto con el Espíritu Santo. Además, existe una dogmatización infalible del ministerio petrino. En este sentido, la respuesta a la pregunta de en qué consiste y cómo se ejerce el ministerio petrino (sobre todo, si es o no jurisdiccional para todos los cristianos) no puede ser el resultado de negociaciones en busca del máximo o mínimo común denominador. Lo que realmente se ha logrado hasta ahora, es decir, lo que Cristo quería, no puede volver a ponerse en discusión de forma ahistórica según el lema “¡Volver al principio!”. La verdad, es decir, la voluntad de Dios, no el consenso con los hermanos separados, debe ser aquí el factor decisivo. La cuestión es de naturaleza fundamental. Afecta a las raíces de la eclesiología católica romana: ¿el papado se desarrolló en la Iglesia católica romana auténticamente y bajo la guía del Espíritu Santo hasta que fue dogmatizado por el Vaticano I, o con las demás comunidades eclesiales y confesiones cristianas se ve este desarrollo esencialmente como una aberración y como una alienación del Evangelio, como una desviación de la forma originaria del oficio petrino establecido y originalmente querido por Cristo? Para la Iglesia, se trata de una cuestión de ser y no ser, una cuestión eclesiológica fundamental, a saber, el dónde o la ubicación de la forma plena, única, verdadera y visible de la Iglesia de Cristo. En pocas palabras: ¿Dónde está (existe) la única, verdadera y visible Iglesia de Cristo? Conocemos la respuesta católica romana a esta pregunta: la Iglesia Católica Romana. En nuestra opinión, incluso después del Vaticano II, no hay otra y no la habrá. Pero las otras “Iglesias” ciertamente nunca estarán de acuerdo. Por esta razón, están visiblemente separadas de nosotros, al menos en términos de jurisdicción.
Si uno ve el desarrollo del ministerio de la Iglesia desde los días de los apóstoles como un continuum inspirado y guiado por el Espíritu Santo, este desarrollo hasta las declaraciones cumbre sobre el ministerio petrino del Concilio Vaticano I no puede retroceder a etapas preliminares supuestamente más simples, en las que otras Iglesias y denominaciones cristianas se han detenido o incluso se han apartado por estar en desacuerdo con la concepción católica romana de la Iglesia en general y con la primacía universal de la jurisdicción del Obispo de Roma en particular, debido a su disentimiento al respecto, y han mantenido su disentimiento.
Como ya se ha dicho, esto plantea la cuestión fundamental de la Iglesia verdadera y visible y su indivisibilidad, esa Iglesia que Cristo quiso, que fue fundada sobre Pedro, la roca, y que experimentó su nacimiento en Pentecostés en Jerusalén y ha permanecido fiel a sí misma a lo largo del tiempo. El Concilio Vaticano II respondió a esta pregunta con su problemática “subsistit in”, que requiere una explicación. Aunque los Padres conciliares seguían convencidos de que la Iglesia católica romana es la forma plena visible de la Iglesia de Cristo (existit), diluyeron semánticamente esta afirmación irrevocable (subsistit) para parecer más inclusivos y menos excluyentes, no herir susceptibilidades y reconocer y destacar los elementos válidos de verdad y las estructuras sacramentales de los cristianos separados de ella.
Ahora estas latas deben abrirse de nuevo en un nuevo intento y el desarrollo de la doctrina y la teología del ministerio, particularmente en relación con el ministerio petrino y su ejercicio, debe ser cuestionado de nuevo. La dirección debe ser sinodal o bíblico-evangélica, lo humano en esta realidad compleja debe separarse de lo divino, de modo que el papado aparezca en una nueva aceptación y en una nueva forma de su autocomprensión y de su ejercicio. Esto es eclesiológicamente cuestionable. Para decirlo sin rodeos y con otras palabras: “¡Olvídense de la dogmatización de la primacía de la jurisdicción romana en el Vaticano I y vuelvan al período de la Reforma, al primer milenio o incluso a la época apostólica! ¡Relativicen esas máximas dogmáticas de un concilio ecuménico del Occidente latino como una de sus peculiaridades culturales, que en toda su intensificación jurisdiccional sólo se aplica a la Iglesia latina! Renunciar a este yugo divisorio, que el Papa romano no puede imponer a todos los cristianos ex sese (de motu propio) y no ex consensu (sobre la base del acuerdo de una mayoría).
Se desea un ministerio de unidad, pero sinodal, es decir, capaz de ganar una mayoría y sólo vinculante si la mayoría de los implicados (es decir, todos los cristianos) así lo han decidido: el Papa como moderador y líder del sínodo, nada más, como mucho como testigo creíble, al que por supuesto también se contradice. Lo bien o lo mal que funciona esto se puede ver muy claramente en el caso de los hermanos separados (cf. Anglicanismo). Ahora entendemos por qué se reintrodujo el título de “Patriarca de Occidente” como atributo del Romano Pontífice, ¡después de que Benedicto XVI lo abandonara! ¿Esto es una ganancia? Personalmente lo considero un paso atrás y una cuestionable autocancelación del desarrollo doctrinal católico romano en relación con el ministerio petrino, que siempre ha sido la manzana de la discordia en nuestro tema, no sólo por las faltas morales de los Papas, sino mucho más fundamental y teológicamente o en términos de política eclesiástica.
Afirmar ahora de nuevo que el papado es de derecho divino y humano, para poder relativizar histórica y críticamente su ejercicio jurisdiccional añadiendo esto último, significa para mí no creer en la Iglesia como institución divina. Una vez más: “Creo en el Espíritu Santo, en la Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Esta última es claramente romana en la cuestión del ministerio petrino y forma un “iunctim” (una unidad) en el Símbolo con el Espíritu Santo. Según la concepción católica romana del desarrollo del dogma, cuestionar esto significa cuestionar la infalibilidad de la Iglesia de Cristo en general y del Papa en particular (siempre que se cumplan ciertas condiciones).
En conclusión, pienso que de esta manera discursiva-sinodal en esta cuestión tampoco se puede hacer Iglesia con los cristianos separados, por poco que en el pasado hayamos llegado a una rama verde a este respecto con sus distorsiones (cf. el período de la Reforma). No debe declararse un ecumenismo a la inversa (sólo se puede salir de callejones sin salida arrepintiéndose), aunque en mi opinión toda la verdad lo exigiría. También se podría hablar de reunificación, aunque tal reunificación tendría que producirse en la verdad, y no como una forma de primacía de honor del Romano Pontífice para blanquear una Cristiandad que sigue distanciándose, que permanece visiblemente separada de facto y en términos de jurisdicción y que tampoco alcanza un consenso sobre cuestiones eclesiológicas y dogmáticas esenciales.
La realización regional de la fe común (¿lo es?) seguiría siendo diferente (como antes). Basta pensar en las comunidades eclesiales del protestantismo. No, el camino propuesto por el nuevo documento es para mí un “espejismo” sui generis que conduce al caos o que confirma lo que ya existe. Por supuesto, con esta afirmación estoy definitivamente “fuera de onda”. Se debe decidir la cuestión en la propia conciencia. Del mismo modo que Jesús anunció en forma pesimista (?) o realista que siempre habrá guerras, de la misma manera las discrepancias en el cristianismo sobre cuestiones como el ministerio petrino y otras seguirán siendo desgraciadamente una realidad, por no hablar de la práctica pastoral (la llamada “realidad de la vida” de las “Iglesias”) debido a su diferente forma de entender el ministerio y los sacramentos. Seguimos siendo pecadores, y la nueva propuesta o la nueva base de discusión no es más que un débil intento de cohesión, pero no constituye ninguna unidad en la verdad indivisible que es válida para todos. Para nosotros, esta verdad es claramente católica romana, ¿o usted quiere afirmar que la Iglesia católica romana se apartó de la verdad de Cristo y de su voluntad en el siglo XIX en el Vaticano I con su dogmatización de la primacía universal de jurisdicción del Papa (ex sese non ex consensu)? Sin embargo, ¡se trataba precisamente de la infalibilidad!
Publicado originalmente en alemán el 15 de junio de 2024, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por José Arturo Quarracino
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Tag: eleganti, koch, papa, primado
Categoria: Generale
Todo mi apoyo a la argumentación de Monseñor Marian Eleganti y mi rechazo total al modernismo del Cardenal suizo Kurt Koch. En palabras del teólogo español, ya fallecido, Padre Francisco de Paula Solá S.J. : El revisionismo dogmático lleva a relativizar los dogmas, a diluir la Doctrina Católica “si hubiera alguna incompatibilidad entre el Concilio Vaticano II y el Vaticano I, antes habría que renunciar a las decisiones de aquel que a las de éste. En ambos casos se trata del Magisterio Extraordinario, pero que ha querido actuar de una forma distinta”. Dígase lo mismo de la Encíclica Ut unum sint. El Concilio Vaticano I definió solemnemente, el Vaticano II no ha querido definir nada. Y confirma esto Su Santidad el Papa Benedicto XVI cuando afirma que el último Concilio se ha de interpretar a la luz de toda la Tradición de la Iglesia (hermenéutica de la continuidad). Se equivoca lamentablemente el Cardenal Koch.