Joseph Ratzinger y San Juan Pablo II: ¿otros infiltrados en la “iglesia” de Bergoglio?

21 Aprile 2023 Pubblicato da Lascia il tuo commento

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, José Arturo Quarracino, a quien agradecemos de todo corazón, ofrece a vuestra atención estas reflexiones sobre la desafortunada frase del pontífice reinante en materia LGBT. Feliz lectura y divulgación.

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Cardenal Joseph Ratzinger y San Juan Pablo II: ¿otros infiltrados en la “iglesia” de Bergoglio?

  

¿INFILTRADOS?

 

En un artículo anterior, San Pablo: ¿un infiltrado en la “iglesia” de Bergoglio?, nos referimos a la definición dada por el papa Bergoglio en la entrevista-encuentro difundida por Disney+ el 4 de abril ppdo., respecto a los “infiltrados” en la Iglesia que basándose en la Biblia y en el magisterio eclesial -fuentes de la Revelación de Dios en el mundo, junto con la Tradición eclesiástica- critican la promoción de la homosexualidad y del homosexualismo y su intento de naturalizarlos en la vida de la Iglesia.

Según el pontífice, los que critican la homosexualidad y su práctica “son infiltrados, que aprovechan la escuela de la Iglesia para sus pasiones personales, para su estrechez personal, es una de las corrupciones de la Iglesia […], ideologías cerradas, en el fondo toda esa gente tiene un drama interno, un drama de incoherencia interior muy grande, que vive para condenar a los demás porque no sabe pedir perdón por sus propias faltas. En general uno de estos tipos que condena es un incoherente, tiene algo adentro, entonces se libera condenando a los otros, cuando tendría que agachar la cabeza y mirar su culpa”.

Dijimos que llama poderosamente la atención que el obispo de Roma califique como infiltrados a los que forman parte de la Iglesia porque afirman la ortodoxia doctrinal, lo cual es una contradicción absoluta.

Estos infiltrados, en la interpretación bergogliana, no sólo son personas “estrechas” que tienen un “drama interior”, sino que además son enormemente incoherentes que viven para “condenar a los demás”, incoherentes que tienen “algo adentro” que se liberan “condenando a los otros”, cuando en realidad “tendrían que ser más humildes”.

Siguiendo este “razonamiento” bergogliano, deducimos que San Pablo, el Apóstol de los gentiles, infiltró la Iglesia ya en los primeros tiempos de su existencia, porque en algunas de sus Cartas o Epístolas -a los cristianos de Roma, de Corinto y de Éfeso y a Timoteo-condena la conducta homosexual y a quienes la practican, declarando que no heredarán el Reino de Dios. De las palabras condenatorias de Bergoglio, se concluye entonces que San Pablo fue un incoherente que infiltró a la Iglesia (¿???).

Hay que reconocer que ni Martin Lutero ni ningún adversario de la Iglesia Católica se animó a tanto.

 

Lamentablemente, según las palabras de don Jorge Bergoglio, también el papa Benedicto XVI resulta ser un infiltrado incoherente conflictuado que vivió para condenar a los demás, por no saber pedir perdón por sus propias faltas, ya que siendo cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe promulgó unas Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (Roma, 3 de junio de 2003), según las cuales “las relaciones homosexuales contrastan con la ley moral natural”, ya que “cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”[1]. Es decir, son actos intrínsecamente desordenados[2], criterio que comparten muchos escritores eclesiásticos de los primero signos. Pero si los actos son condenables, “los hombres y mujeres con tendencias homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”, razón por la cual “deben evitarse respecto a ellos todo signo de discriminación injusta”[3]. Pero la caridad no anula ni niega la verdad: la inclinación homosexual es “objetivamente desordenada”[4], y las prácticas homosexuales “son pecados gravemente contrarios a la castidad”[5].

Además, en las Consideraciones se afirma que en las uniones homosexuales “están completamente ausentes los elementos biológicos y antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones”, y también “está completamente ausente la dimensión conyugal, que representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales”. No sólo esto: aun cuando las personas homosexuales deben ser íntegramente respetadas, ese respeto “no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales”, ya que “el bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad”, razón por la cual “reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad”.

Según el punto de vista del obispo de Roma, el entonces cardenal Joseph Ratzinger resultó ser entonces un infiltrado que desde 1981 tuvo a su cargo nada menos que la custodia y defensa de la doctrina católica en el Vaticano. Un “infiltrado” para el que don Jorge sólo tuvo únicamente palabras de elogio y reconocimiento (¿???).

Ahora bien, el mencionado documento fue aprobado por el papa Juan Pablo II, quien además ordenó su publicación, con lo cual el pontífice polaco resulta ser otro infiltrado, al haber avalado su contenido.

 

En definitiva, siguiendo la “lógica” bergogliana (si se la puede llamar así), SAN JUAN PABLO II y BENEDICTO XVI son Pontífices que infiltraron a la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica (¿?????????). ¿No es demasiado desvarío?

¿En el Colegio cardenalicio no hay prelados que, como colaboradores del Papa en el ejercicio de su misión, lo aconsejen y corrijan frente a tales dislates? ¿O son simplemente jilgueritos disfrazados de cardenales? En esencia, los cardenales deben estar disfrazados a derramar su sangre si es preciso, en su servicio y acompañamiento al Vicario de Cristo. ¿Por qué no se animan entonces a corregirlo y devolverlo al sendero de la sana y verdadera doctrina? ¿Tanto miedo tienen?

 

 

José Arturo Quarracino

21 de abril de 2023



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2357.

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, 29 de diciembre de 1975, n. 8.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986, n. 12.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358.

[5] Cf. Ibid., n. 2396.

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