Sobre los dos significados, natural y sobrenatural, del término Salus

1 Febbraio 2023 Pubblicato da Lascia il tuo commento

Marco Tosatti

Estimado StilumCuriali, ofrecemos a su atención este editorial de Mons. Giampaolo Crepaldi, publicado en el sitio web del Observatorio Internacional Van Thuan. Disfruten de su lectura.

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[Publicamos el editorial del arzobispo Giampaolo Crepaldi sobre el número actual del “Boletín de Doctrina Social de la Iglesia” dedicado a: SANARE LA SANITÀ. USCIRE DALLA SOCIETÀ DEI PAZIENTI PERMANENTI [SANAR LA SANIDAD. SALIR DE LA SOCIEDAD DE LOS PACIENTES PERMANENTES].  Para ver el índice y comprar el número pulse aquí].

El término salus significa tanto salud como salvación. El primer término tiene un significado natural, terrenal, médico, fisiológico y psicológico. El segundo tiene un significado sobrenatural, de otro mundo, espiritual. Para la Doctrina social de la Iglesia, ambos términos no están desvinculados, ni mucho menos contrapuestos. Basta pensar en este pasaje de la Caritas in Veritate de Benedicto XVI: “Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento” (n. 11). Ciertamente, la salud en el sentido sanitario del término también debe incluirse en la noción de progreso humano. La relación no solo concierne a lo que todo el mundo admite hoy, a saber, la compenetración psicofísica de los fenómenos humanos, la interrelación entre cuerpo y psique en la psicosomaticidad: admitir este vínculo nos mantendría en el nivel terrenal de la salud como sanidad, sin elevarnos a un nivel superior. En el campo de la salud existe hoy una nueva forma de materialismo, la de reducir lo espiritual a lo psíquico, que sigue siendo algo material, y de identificar hacia abajo lo espiritual con lo psíquico. La perspectiva de la Doctrina social de la Iglesia sobre la relación entre la salud en sentido sanitario y la salud en sentido espiritual se refiere, en cambio, a dos niveles de realidad, el de lo natural y el de lo sobrenatural. La salus que interesa en última instancia a la Iglesia es la salus animarum, en vista de la bienaventuranza eterna como fin último del hombre. Sin embargo, esta perspectiva también abre una nueva luz sobre la salus en elsentido sanitario. Lo demuestran la historia de las intervenciones de la Iglesia en este campo, especialmente las de tantas órdenes religiosas, como la propuesta cristiana sobre el sentido de la enfermedad y el sufrimiento.

Sin embargo, en nuestro tiempo, y en estos mismos días, estas cuestiones se han complicado. Por un lado, la medicina ha ampliado su campo de acción, afectando a toda la sociedad. La medicina ya no solo se ocupa de la enfermedad en sentido estricto, sino también de la prevención, la educación en determinados estilos de vida, la corrección estética del cuerpo, la cosmética, las prácticas de ocio y el culto al cuerpo. Hoy en día, los usuarios acuden a la farmacia con fines mucho más diversos que en el pasado. Por otra parte, se ha integrado plenamente en un sistema económico y político que, entretanto, se ha globalizado y coordinado, dando lugar a un auténtico “poder terapéutico” que determina la medicina y a menudo la hace ir en direcciones que no son estrictamente médicas sino, de hecho, económicas y políticas. Si toda la sociedad es ahora un hospital o una farmacia, no entendida en el sentido tradicional sino como expresión de todas las nuevas funciones sociales de la medicina, este hospital últimamente no está dirigido por médicos sino por tecnócratas funcionales a los poderes reales. Es en este punto cuando la sanidad se convierte en una ideología que tiende a ser omnicomprensiva, es decir, potencialmente totalitaria. La razón última de este cambio degenerativo es la secularización de la sanidad que se ha desvinculado de la salus entendida en un sentido espiritual y sobrenatural.

Este es, como podemos ver, el resultado que observamos en todos los ámbitos de la vida social que se desvinculan de la dimensión trascendente. En este caso, es la sanidad la que se absolutiza, convirtiéndose en una nueva religión. Hay muchos signos de ello: la ritualización de las prácticas sanitarias; la voluntad de hacer grandes sacrificios personales como se hacía antaño por motivos de devoción religiosa; la idolatría de la vacuna; el dogmatismo con el que se acata la normativa impuesta por las autoridades sanitarias; el simbolismo pseudorreligioso de actitudes como el uso indiscriminado de mascarillas; la confianza en nuevos sacerdotes como son, por ejemplo, ciertos médicos omnipresentes en los medios de comunicación; etc.

Un capítulo interesante de esta absolutización de la salud y de la creación de un poder sanitario verdaderamente omnipresente y abarcador, señalado hace tiempo tanto por pensadores ateos como Foucault como por teólogos como Ivan Illich, consiste en su relación con la ciencia. La posmodernidad ha redimensionado bastante el poder de la ciencia, resaltando su carácter hipotético y a menudo muy aproximativo, así como la dificultad de recopilar los datos al estar condicionada por las políticas sanitarias, el error humano y el condicionamiento de las grandes industrias farmacéuticas que financian el 90% de la investigación. El positivismo científico ha sido completamente derrotado a nivel teórico, aunque muchos científicos y médicos, por hablar de nuestro caso, siguen pensando así. La autoridad de la ciencia se ha revestido ahora de humildad. Sin embargo, seguimos siendo testigos, y quizá más que antes, de la pretensión de utilizar a los científicos y a la ciencia, a la medicina y a los médicos como oráculos de verdades absolutas. El cientificismo se ha vuelto político y no solo epistémico, de modo que la ciencia se utiliza para orientar los comportamientos sociales, para ejercer formas de control sobre los ciudadanos, para apuntar a categorías no alineadas, para inducir a la denuncia, para crear miedo generalizado, para apoyar una serie de relatos públicos que tienen poca consistencia médica y científica y mucha prosopopeya política.

En este número del “Boletín” se examina el tema del sistema sanitario a la luz de la Doctrina social de la Iglesia. Critica la presunción, útil para el poder político, de que todos estamos enfermos hasta que se demuestre lo contrario (mientras que habría que pensar lo contrario, es decir, que todos estamos sanos hasta que se demuestre lo contrario), advierte contra el peligro de que “la medicina mate” con el pretexto de curar, de que se implante un sistema de control político basado en el miedo inducido y de que los experimentos de control social por razones sanitarias se trasladen a otros ámbitos de la vida pública. Los artículos de este número apuntan a distintas formas de estructurar un sistema sanitario más libre y responsable, que implique más la participación de los médicos “en ciencia y conciencia” y de los enfermos, de desenredar la medicina de sus vínculos demasiado estrechos con la economía y la política, de organizar las cosas según los principios del bien común y la subsidiariedad.

Un aspecto no secundario, por las dos acepciones del término salus quehe mencionado al principio, es la actitud de la Iglesia en este campo. Desde este punto de vista, tiene a sus espaldas una historia gloriosa a la que no debe renunciar para integrarse en el nuevo sistema de control supraestatal y estatista que entiende la medicina como un instrumento del poder político globalista destinado al control social preventivo.

S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi

Obispo de Trieste

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