Monseñor Viganò a Liberi in Veritate. Civitas Dei y civitas diaboli en la sociedad actual

12 Novembre 2022 Pubblicato da Lascia il tuo commento

 

Marco Tosatti

Estimados amigos y enemigos de Stilum Curiae, recibimos y publicamos con gusto este texto de monseñor Carlo Maria Vigano. Feliz lectura y escucha.

 

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Aquí el vínculo al vídeo

BEATUS POPULUS

Jornada Nacional “Libres en la Verdad”

5 de noviembre de 2022 – Palazzolo sull’Oglio

 «Beatus populus, cujus Dominus Deus ejus»

Bendita la nación cuyo Dios es el Señor

(Salmo 143, 15)

En un mundo que ha hecho de la democracia su valor fundacional y de la revolución el principio ideológico supremo, es difícil hacer comprender cómo vivían nuestros antepasados, antes de que la masonería decidiera abatir los reinos italianos a través de los levantamientos del Risorgimento y de las revueltas organizadas por los Carbonari y las sociedades secretas. Y es aún más difícil, para nosotros que vivimos en un mundo secularizado en el que hasta la Religión es profanada por sus ministros, comprender lo normal que era, incluso hace sólo dos siglos, vivir en una sociedad profundamente cristiana en la que la Fe inspiraba todos los aspectos de la vida cotidiana, desde los actos oficiales hasta los pequeños asuntos domésticos. Entre nosotros y ese mundo transcurrieron casi dos siglos y medio, durante los cuales se llevaron a cabo la ocupación francesa y austriaca, las guerras de la Independencia, la Revolución de 1848, la invasión de los Estados Pontificios, la Unificación de Italia, la Primera Guerra Mundial, el fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil, la proclamación de la República, el Sesenta y Ocho, el Concilio, el terrorismo, Mani Pulite, la Unión Europea, las guerras de la OTAN, la farsa psico-pandémica y la crisis ucraniana. En poco más de dos siglos, los italianos han sido testigos de más acontecimientos de los que pudieron ver y conocer sus bisabuelos como súbditos de los Borbones, del Papa o del Duque de Módena.

Esta sucesión caótica de regímenes, ideologías, violencia y pérdida progresiva de libertad, autonomía e identidad está marcada por etapas a las que sus artífices llaman significativamente revoluciones: desde la francesa -la Révolution– hasta la Primera, Segunda, Tercera e incluso Cuarta Revolución Industrial teorizada por Klaus Schwab. Todas ellas marcadas por las conquistas en el ámbito técnico, tecnológico y científico, pero que tuvieron consecuencias muy duras en la vida de las personas, desde verse obligadas a emigrar al norte para perseguir el sueño de un trabajo en una fábrica luego de dejar el campo, hasta abandonar la familia y las tradiciones para vivir en el anonimato de un bloque de apartamentos en las afueras y trabajar como telefonista en un centro de llamadas o como jinete de JustEat. Siglos de vida acompasada por los ritmos de la naturaleza, puntuada por las fiestas religiosas y los acontecimientos familiares y comunitarios, marcada por la estabilidad y firmeza de los lazos de parentesco, amistad y negocios, han sido sustituidos por los turnos de la cadena de montaje, los horarios de oficina, los desplazamientos al trabajo, los almuerzos fuera de casa, los apartamentos estrechos, la comida entregada a domicilio, las familias nucleares, los ancianos segregados en la RSA, los niños dispersos en Erasmus. Resulta extraño que los mismos que destruyeron el mundo antiguo a escala humana -regido esencialmente por la naturaleza para el cuerpo y la Religión para el espíritu, es decir, la Tradición- se preocupen por la sostenibilidad para explotar la mano de obra barata, aprovechar el latifundio hasta ahora gestionado para el mero mantenimiento, explotar la mano de obra de niños y mujeres, aprovechar la energía de la máquina de vapor para aumentar la producción en serie, explotar la electricidad, explotar la energía atómica, explotar, explotar, explotar… Y ganar más dinero, aumentar su riqueza, reducir el coste de la mano de obra, quitar las garantías y protecciones a los empleados. ¡Qué mentalidad tan mercantilista! ¡Qué escasez de prestamistas! ¡Todo se reduce a una fuente de lucro, a una oportunidad de ganancia, a ocasiones de beneficio!

Se dirá que a lo largo de los siglos XIX y XX hubo grandes ideales que animaron a los italianos. Con el desencanto de quien observa las ruinas del “progreso” luego de la caída de tantas ideologías, podemos responder que la retórica de hoy difiere de la de la pequeña vedetta lombarda o de las hazañas de Ciro Menotti sólo porque ha cambiado el pretexto que ha de legitimar los cambios que se nos imponen. Primero fueron los ideales de la patria y la liberación de la opresión del tirano (que no era ningún tirano); luego los ideales de la lucha de clases y la liberación de la opresión del capitalismo (salvo que después abrazó los ideales consumistas); luego los ideales de la honestidad y la liberación de la opresión de los políticos corruptos; finalmente los ideales del medio ambiente y el deber de reducir la humanidad en el planeta, que alguien decidió motu proprio conseguir con epidemias, hambrunas y guerras. Los del Risorgimento y la Gran Guerra eran pretextos, porque ocultaron la verdadera intención de la masonería, que era acabar con las Monarquías Católicas y debilitar a la Iglesia Católica apoderándose de los bienes de ambas; los de la democracia y la idea republicana eran pretextos, porque ocultaron el plan de manipulación de las masas para engañarlas y hacerles creer que podían decidir su propio destino. También fueron pretextos los del Sesenta y Ocho, cuyos ideales de libertad de cualquier principio trascendente llevaron a la legalización del divorcio, del aborto y del concubinato, así como a la corrupción de la juventud y a la disolución de la familia. También fueron pretextos los del Vaticano II, por los que se impuso a los católicos una nueva Misa que nadie había pedido, un nuevo Catecismo que nadie quería cambiar, nuevos sacerdotes secularizados y descuidados de los que nadie sentía necesidad. Pretexto fue también la farsa de la pandemia, como vemos emerger hoy en día, incluso en los principales medios de comunicación, después de haberla repetido durante dos años sin que se le hiciera caso. El pretexto fue la crisis ucraniana, las sanciones a Rusia, la emergencia energética, la transición ecológica y el dinero electrónico.

En consecuencia, tenemos dos mundos: un mundo tradicional y un mundo revolucionario. Pero estos dos mundos, ¡no nos engañemos! – no son la alternancia entre un modelo caduco y un modelo más acorde con las exigencias de la modernidad: son dos realidades contextuales, contemporáneas y contrapuestas que siempre han marcado la discordia entre el Bien y el Mal, entre los hijos de la Luz y los hijos de las tinieblas, entre la Civitas Dei y la civitas diaboli. Dos realidades que no se identifican necesariamente por fronteras o por formas particulares de gobierno, sino por compartir una visión teológica del mundo. Dos alineaciones como las que encontramos en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en la meditación sobre los dos estandartes, “uno de Cristo, nuestro Supremo Capitán y Señor, el otro de Lucifer, enemigo mortal de la naturaleza humana” (n. 136, 4ª semana).

En la Civitas Dei este compartir se refiere a todos los aspectos del vivir en forma acorde al ordo christianus, en el que el poder espiritual y el poder temporal, en una colaboración armoniosa y jerárquicamente estructurada, son coherentes con la profesión de la Fe y de la Moral enseñadas por Cristo y salvaguardadas por la Iglesia. Un ordo en el que la autoridad civil expresa el poder de Cristo Rey y la autoridad eclesiástica el poder de Cristo Pontífice, recapitulando todas las cosas en Cristo, Principio y Fin, Alfa y Omega. En este sentido, la Civitas Dei es el modelo inspirador de las sociedades cristianas y, como tal, excluye como blasfemo el concepto mismo de laicidad del Estado, así como la idea de que la Iglesia pueda abogar por la secularización de la autoridad o el reconocimiento de los derechos al error. En la Civitas Dei reina el cosmos, el orden divino que el Señor resumió admirablemente en el Pater noster: adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cœlo et in terra [Venga tu reino; hágase tu voluntad, así en el cielo como en la tierra]. El cielo es, en consecuencia, el modelo para la tierra, la Jerusalén celestial es el modelo de la sociedad cristiana, que se consigue haciendo que Cristo reine, que venga su reino. Es la sociedad de los que aman a Dios hasta despreciarse a sí mismos.

En cambio, los ciudadanos de la civitas diaboli están unidos por la revolución, en la que todo el poder se ejerce sobre la base de la fuerza y toda la autoridad carece de límites, no teniendo que ajustarse a ningún precepto moral y ejerciéndose no en nombre de Dios, sino del Adversario. Reina -por así decir- el caos, el desorden, la confusión infernal, que se resume en el grito luciferino de Non serviam y en el precepto satánico de Haz lo que quieras. En esta sociedad tiránica y anárquica se produce la subversión de la justicia mediante leyes injustas, la subversión del bien común mediante normas que oprimen al pueblo, la rebelión contra Dios en el fomento del vicio, del pecado y de la blasfemia. Todo se hace en beneficio personal, a costa de pisotear al prójimo; todo está motivado por la sed de poder, de dinero, de placeres. Y donde reina el caos reina Satanás, el rebelde por excelencia, el inspirador de los principios de la Revolución desde el Jardín del Edén, el Mentiroso, el Homicida. El Estado inspirado en la civitas diaboli no es laico: es irreligioso, anticlerical, impío, anticristiano. Oprime con un poder basado en el miedo y el terror, en la coacción y la fuerza, en la capacidad de criminalizar a los buenos y de exaltar al malvado, en el engaño y la mentira. En la civitas diaboli, la autoridad eclesiástica y civil se ve eclipsada por subversivos que la ejercen en contra de los fines para los que fue concebida, la Iglesia profunda en la Iglesia y el Estado profundo en los asuntos públicos. Es la sociedad de los que se aman a sí mismos hasta el punto de despreciar a Dios.

Nosotros, y vosotros aquí reunidos para la Jornada Nacional de Liberi in Veritate, nos encontramos con la pertenencia ideal a la Civitas Dei, sin que, sin embargo, esta ciudadanía encuentre una realidad concreta en la que actuar, en la que contribuir al bonum commune que como católicos quisiéramos promover tanto en la Iglesia como en los asuntos públicos. Es como si tuviéramos el pasaporte de una nación cuya ubicación desconocemos en el mapa del mundo, pero de la que encontramos rastros ahora en Hungría, ahora en Polonia, ahora en Brasil, ahora incluso en Rusia, e inesperadamente también entre tantos otros exiliados italianos como nosotros, que saben muy bien a qué nos referimos, pero que como nosotros se sienten de alguna manera extranjeros. Y cuando oímos al congresista demócrata Jamie Raskin, miembro del Congreso estadounidense, declarar que “Rusia es un país ortodoxo con valores tradicionales. Por eso debe ser destruida, sea cual sea el precio que paguen los Estados Unidos” (aquí), nos sentimos espiritualmente unidos a ese pueblo, a causa de la persecución común que sufrimos por parte de los enemigos de Dios.

La misma sensación de alejamiento de la Iglesia tal y como se muestra hoy, eclipsada por una Jerarquía corrupta y también servil a la civitas diaboli, nos hace sentir de alguna manera exiliados incluso como católicos, desterrados de la ciudad por ser rígidos, comodistas, indietristas: por nuestra incapacidad de aceptar como normal que un Papa pueda dar escándalo con herejías, idolatrías, provocaciones, intemperancias y mentiras, humillando a la Iglesia de Cristo y burlándose de cardenales y obispos conservadores que expresan tímidamente su disidencia; por nuestra indocilidad al negarnos a seguir el camino ancho; por el sentimiento de abandono de hijos por parte del padre, por el dolor de ver cómo nos amontonan piedras y escorpiones quienes deberían alimentarnos con pan y pescado. Buscamos un sacerdote y encontramos un funcionario de un partido gris; buscamos una palabra de consuelo y nos responden con desprecio cuando no nos ignoran del todo. Miramos lo que era la Iglesia y no nos resignamos a aceptar en lo que se ha convertido también por nuestros silencios, por nuestro concepto erróneo de obediencia.

Pero la Iglesia militante en la tierra no es la Civitas Dei, porque como todas las realidades espirituales inmersas en el flujo del tiempo acoge a personas débiles y marcadas por el pecado, buenas y malas. Sólo en la eternidad se separarán el trigo y la cizaña, el uno para ser recogido en el granero y el otro para ser arrojado al fuego.

Tampoco confundamos la Civitas Dei con el Estado confesional, que incluye a buenos y malos ciudadanos, a personas honradas y a delincuentes. Y no nos atrevamos a confundir la Iglesia terrenal con la civitas diaboli, de la que debemos separarnos considerándonos elegidos y puros. Ni siquiera el Estado es civitas diaboli, si su autoridad se ejerce según el modelo de las Virtudes de gobierno. Somos hijos de la Iglesia y ciudadanos de la Jerusalén Santa, y somos ciudadanos de la nación en la que la Providencia ha querido que naciéramos.

 

¿Entonces cómo podemos reconocer la Civitas Dei, y de qué manera la civitas diaboli?

La Civitas Dei debemos construirla nosotros, o mejor dicho: debemos inspirarnos en ella para reconstruir, con sabiduría y humildad, una sociedad que devuelva a Nuestro Señor la Corona y el Cetro que le pertenecen y que dos siglos de revolución le han arrebatado. No importa cuál sea la forma de gobierno: la tarea de todo católico como ciudadano es hacer que todos los ámbitos de la sociedad civil estén impregnados por la Fe y la Moral cristianas, orientadas al bien común, a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. Un deber similar tiene el bautizado, quien debe procurar que en todos los ámbitos de la vida religiosa (la oración, la Misa, los sacramentos, el Catecismo, las obras de caridad, la educación cristiana de los hijos) no se persigan las modas o la rerum novarum cupiditas [deseo de las cosas nuevas], sino que se conserve intacto lo que el Señor enseñó a los Apóstoles y lo que la Santa Iglesia ha conservado intacto a lo largo de los siglos. Los vientos de novedades son, en efecto, el signo distintivo de la revolución, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico. Y para que Cristo vuelva a ser el Rey de nuestra Nación, es necesario, en primer lugar, que cada uno de nosotros sea un testigo coherente de la Fe que profesamos, que confirmemos con hechos nuestra adhesión a los principios de la Religión, especialmente en lo que se refiere a la familia, a la educación de nuestros hijos y a la conducta de nuestras vidas.

La civitas diaboli es fácilmente identificable, y una vez que se la reconoce debe ser combatirla con valentía, porque está en guerra con la Civitas Dei y no dudará en utilizar cualquier medio para debilitarnos, para corrompernos, para hacernos sucumbir. El Foro Económico Mundial, la ONU y las diversas fundaciones filantrópicas de matriz masónica, junto con los gobiernos y las organizaciones internacionales que las apoyan, incluida la Iglesia bergogliana con todos sus infiltrados en cada dicasterio central y periférico, son la realización terrenal de la civitas diaboli, y sus ciudadanos no ocultan su ideología de la muerte, su voluntad de eliminar y subvertir lo que queda de la civilización cristiana, imponiendo formas de vida inhumanas, para hacer desaparecer todo rastro del Bien no sólo en el comportamiento social, sino también en el pensamiento de las personas. Cristo debe ser removido de las mentes, después de haberlo arrancado de los corazones. Y las mentes deben estar conectadas con la inteligencia artificial, para crear un ser en el que la imagen y la semejanza de Dios estén monstruosamente deformadas. Y recuérdenlo bien: no puede haber ninguna tregua entre las dos civitates, pues son y serán enemigos jurados, como lo son Nuestro Señor y Satanás; pero al mismo tiempo, la guerra sin cuartel que libramos está destinada inexorablemente a nuestra victoria, porque Cristo ya ha vencido definitivamente a Satanás en el madero de la Cruz. Lo que nos espera es sólo la fase final de este enfrentamiento, cuyo resultado es muy seguro porque se basa en la promesa del Salvador: portæ inferi non prævalebunt [las puertas del infierno no prevalecerán].

He aquí, pues, vuestros objetivos, que como laicos tenéis el honor de tener que traducir en acción social y política: promover la Realeza social de Cristo según el modelo de la Civitas Dei y en conformidad con el orden querido por el Señor; y combatir la Revolución globalista, última falange tremenda de la civitas diaboli, con acciones de formación, de denuncia y de boicot. Porque si es cierto que con la ayuda de la oración podemos implorar muchas Gracias a la Majestad divina, también es cierto que como católicos somos en número suficientemente significativo -al menos en Italia- para dar una señal clara y fuerte a esas empresas, a esos grupos financieros, a esos centros de gestión de la información que viven gracias a los clientes que los eligen. Si empezamos a no comprar productos de multinacionales globalistas, de empresas alineadas con el Sistema, de programas de televisión o plataformas sociales que no respetan a nuestra Religión, obligamos a muchos a volver sobre sus pasos y complicamos la propaganda del Nuevo Orden Mundial, las mentiras del mainstream, las falsificaciones sobre la crisis ucraniana.

Por lo tanto, refutemos abiertamente los falsos dogmas de la ideología LGBTQ, de la inclusión, de la teoría de género, del calentamiento global, de la crisis energética, de la eugenesia transhumanista. Y busquemos sobre todo dar una visión de conjunto de la acción subversiva de la civitas diaboli, mostrando la coherencia de las iniciativas individuales con el plan general, con los medios que pretende adoptar y con los fines reales e inconfesables que persigue.

Por último, permítanme saludar a los organizadores de este evento y agradecerles por haberme dado la oportunidad de dirigirme a ustedes con este mensaje. Las numerosas inscripciones para esta jornada de formación nos hacen comprender que se están formando las filas y que muchas almas sedientas de Dios están dispuestas a luchar y a comprometerse para asegurar un futuro pacífico a sus hijos, y para detener esta loca carrera hacia la perdición.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

Publicado originalmente en italiano el 10 de noviembre de 2022, en https://www.marcotosatti.com/2022/11/10/mons-vigano-a-liberi-in-veritate-civitas-dei-e-civitas-diaboli-nella-societa-odierna/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

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