Viganò sobre las elecciones. Esperamos que Meloni no traicione a los italianos

28 Settembre 2022 Pubblicato da Lascia il tuo commento

 

 

viganò

 

 

Marco Tosatti

 

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, me parece oportuno ofrecer a vuestra atención el comentario de monseñor Viganò sobre los recientes resultados electorales, que ya tenéis en vídeo, y que reproducimos aquí. Disfruten la lectura y la visualización.

 

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ALGUNAS CONSIDERACIONES

a propósito de la actual situación política en Italia

 

El nuevo panorama político que emerge de las recientes elecciones confirma ese sentimiento común del electorado que algunos habían sabido captar con antelación. Luego de dos años de inquietantes violaciones de los derechos más elementales, y después de dos gobiernos que han demostrado que obedecían las órdenes de entidades supranacionales en contra de los intereses de Italia y de los italianos, el voto que ha llevado al gobierno a la llamada centro-derecha liderada por Fratelli d’Italia ha expresado inequívocamente una línea política precisa, que va mucho más allá de las modestas propuestas del programa de los partidos de la coalición.

 

Esto es evidente, en primer lugar, por el hecho de que en el interior de esta alianza se produjo una redistribución del consenso a favor del partido que ha sido considerado instintivamente merecedor del voto como único partido de oposición. Una oposición muy moderada, pero todavía una oposición, más en la percepción del ciudadano medio que en la realidad.

 

Los llamados partidos “antisistema”, parcelados y convencidos de que podían superar la barrera del 3% y así sentarse en el Parlamento, suman alrededor de un millón de votantes. Esto se debe tanto a la decisión no casual del gobierno renunciante de convocar a comicios electorales en pleno verano, como a la muy escasa visibilidad que les concedieron los grandes medios de comunicación, y a la falta de recepción de su programa, cuya credibilidad y viabilidad han parecido poco convincentes y, por tanto, condenadas a la dispersión de los votos.

 

Otro convidado de piedra es el partido abstencionista, que se sitúa en torno al 36%, pero que ve en sí mismo motivaciones diferentes y opuestas que difícilmente pueden adscribirse a un “disenso” genérico. Por lo tanto, está completamente fuera de lugar, en mi opinión, querer connotar políticamente la abstención, atribuyendo la representatividad a partidos fantasmas del no-voto, precisamente porque la elección de no acudir a las urnas implica también la elección de no tener ninguna representación política. Ciertamente, una buena parte de los abstencionistas expresa su voluntad de no participar en un juego, por así decir, en el que las reglas las deciden otros. Pero a ellos hay que añadir también a los que no votan por un desinterés trivial, o más sencillamente -y me parece que es el caso de la mayoría- porque están asqueados de una clase política que se ha revelado indigna y corrupta más allá de las palabras. En esto Fratelli d’Italia se ha salvado en parte porque ha tenido la prudencia de mantenerse en la oposición, a menudo inerte o cómplice, pero al menos oficialmente fuera del gobierno de Draghi.

 

En cambio, no se ha salvado el Partido Democrático, emblema de esa izquierda radical y chic que nunca ha sido suficientemente execrada, y que ha sustituido la lucha de clases contra la patronal por la lucha entre pobres alimentada por la élite globalista. Los demócratas italianos han unido lo peor del colectivismo comunista con lo peor del liberalismo consumista, en nombre de una agenda que privilegia al lobby de la alta finanza, el cual utiliza las emergencias pandémicas, energéticas y bélicas con el único fin de destruir el tejido social tradicional. No es que los otros partidos presentes junto al PD en el último gobierno fueran mejores: el golpe sufrido en las elecciones por la Lega, Forza Italia y otros partidos menores es directamente proporcional a la traición de su electorado. Y si la absoluta incoherencia de Di Maio ha quedado definitivamente sancionada por su fracasada reelección, está claro que Conte ha podido beneficiarse del incentivo -al límite del voto de intercambio- de los ingresos de la ciudadanía: su demostrada ineptitud no ha cambiado la intención de voto de una multitud de clientes que son todo menos desinteresados.

 

Muchos de los votos perdidos por el PD han ido a parar a Fratelli d’Italia, lo que confirma aún más las expectativas de quienes eligieron a la derecha de Giorgia Meloni no por lo que es, sino por lo que puede ser; no por lo que dijo que hará, sino por lo que todo el mundo espera que haga efectivamente. Una Meloni que defienda esos sólidos principios básicos de la convivencia civil, levemente inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia, pero a los que los italianos no están dispuestos a renunciar: protección de la familia natural, respeto a la vida, seguridad y lucha contra la inmigración ilegal, fin del adoctrinamiento de género y LGBTQ+ a los menores, libertad de empresa, presencia del Estado en los activos estratégicos, mayor peso en Europa y -¡si el cielo quiere! – la salida del euro y el retorno a la soberanía nacional. En resumen, se espera que Meloni se comporte como la líder de un partido de derecha moderada, tendencialmente conservador y moderadamente soberanista. Nada de extremo -ciertamente no de extrema derecha- a pesar de las proclamas alarmistas de la izquierda; pero al menos no alineado a un atlantismo proclive a la OTAN ni al europeísmo suicida que ha caracterizado la acción del gobierno Draghi, ni votado por furia ideológica a la destrucción de la civilización, de la cultura, de la religión y de la identidad del pueblo italiano.

 

Según algunos observadores, los nuevos movimientos -de forma deliberada o simplemente dejándose utilizar por el sistema- han constituido una oposición ficticia, lo que les hace preferir la lógica de “taparse la nariz” votando a Fratelli d’Italia. Las oposiciones ficticias, en realidad, son dos: una interna al sistema, atlantista y europeísta, y otra externa y dividida en varios partidos, nominalmente antieuropeos y anti-atlantistas, pero formada por personajes con un pasado, cuando menos incoherente con los nuevos programas. Muchos candidatos de estos movimientos antisistema eran ciertamente personas honestas, en gran parte homines novi, pero es innegable que su presencia no logró convencer a quienes consideran urgente no sólo dar una señal de fuerte descontento, sino ver que ese descontento se traduzca a corto plazo en una acción de gobierno incisiva y decidida, para remediar los desastres de las dos legislaturas anteriores. La Liga y Forza Italia han tenido una significativa hemorragia de votantes, en mi opinión motivada por el sometimiento servil de sus líderes y de sus figuras principales a la narrativa de la pandemia y la crisis ucraniana: Salvini y Berlusconi han decidido obedecer a la Unión Europea, la OMS, la OTAN y los diktats de sus manipuladores del Foro Económico Mundial. Una elección ruin, como hemos visto, severamente castigada por los votantes; pero que también comparte en gran medida Giorgia Meloni, miembro del Instituto Aspen (que pertenece a la Fundación Rockefeller) y declaradamente atlantista y europeísta.

 

En esencia, la desconexión entre los votantes y los representantes elegidos, entre los ciudadanos y la clase política, ha reaparecido en forma de “deseo”, por decirlo de alguna manera, atribuyendo a Fratelli d’Italia un rol que el propio partido lleva semanas declarando que no quiere asumir, ya que no pretende cuestionar ni las políticas de la Unión Europea ni los objetivos de la OTAN y del Estado profundo estadounidense. Es como si el italiano medio hubiera decidido votar a Meloni a pesar de su declarada continuidad con la agenda Draghi, como si quisiera forzarle la mano para que -en virtud de una mayoría abrumadora- se arme de valor y tome esas medidas que hasta la víspera de las elecciones prometió no tomar. Y así como hay quienes temen que Meloni se comporte “como fascista” y, por tanto, claman por una emergencia democrática, amenazando con expatriarse, hay muchos -seguramente todos los votantes de Fratelli d’Italia- que esperan y rezan para que actúe como italiana, como patriota, como cristiana. Y que sabrán superar el hecho de que, para llegar al Palazzo Chigi, haya dado garantías que en realidad podría desmentir en los hechos. Queda por ver si la primera mujer como Primer Ministro será capaz de distinguirse de sus predecesores o si preferirá inclinarse ante el Estado profundo y continuar la traición a los italianos.

 

Por otra parte, si el voto democrático debe sancionar a quien representa la voluntad del pueblo soberano, la propia Meloni no podrá dejar de tener en cuenta que sus votantes le exigen opciones radicales, y que consideran su moderación preelectoral simplemente como un movimiento estratégico para tranquilizar a “los mercados”. Opciones que incluso muchos en la Liga y Forza Italia verían con agrado, más allá del celo vacunal o belicista de tal o cual parlamentario o gobernador.

 

Las mismas palabras de arrepentimiento de Salvini respecto a la aprobación de los confinamientos y de la vacunación obligatoria, a pocos días de la votación, delatan la conciencia de que el suicidio deliberado de estos partidos por parte de sus dirigentes ha sido mal digerido por sus bases. Lo mismo ocurre en Fratelli d’Italia, donde la posición de Meloni sobre el envío de armas a Ucrania y sobre las sanciones a la Federación Rusa no es compartida por una parte del partido, tanto por ser descaradamente autodestructiva como por basarse en el falso supuesto de que los interlocutores internacionales seguirán siendo los mismos, sin cambios significativos. No es en absoluto seguro que Joe Biden supere las elecciones de mitad de mandato, ni que la investigación del fiscal general Durham no involucren a Biden y a su familia, junto con los políticos demócratas, en los escándalos que han surgido ahora incluso en la corriente dominante estadounidense. Tampoco es seguro que la política intervencionista de la Unión Europea y de la OTAN en Ucrania permanezca inalterada, frente la evidencia de los repetidos bombardeos de Zelensky contra la población civil en el Donbass y en las regiones ruso-parlante, la victoria del referéndum de anexión a Rusia y el absoluto descalabro de las sanciones para los países europeos. Por último, la contigüidad de la administración Biden con Kiev podría provocar cambios en cadena, en caso de que Biden viera aún más erosionado el ya precario consenso electoral del que goza, provocando la disminución del apoyo al gobierno títere de Victoria Nuland y, por consiguiente, permitiendo las conversaciones de paz que hasta ahora han sido obstinadamente obstruidas por Washington. Y dado el peso político del presidente Trump y su declarada hostilidad al Estado profundo estadounidense, un acuerdo de paz estaría sin duda más cerca y sería más duradero cuando vuelva a la Casa Blanca.

 

Sabemos que no es dote de los políticos actuales honrar sus compromisos asumidos con el electorado. Sin embargo, ¿podemos pensar razonablemente que la próxima Primer Ministro querrá revisar sus posiciones atlantistas y europeístas, volviendo a asumir ese rol de verdadera alternativa de derecha a la hegemonía delordo-liberalismo y del woke izquierdista? En este caso serían los votantes los que se beneficiarían, y los que se verían “traicionados” no tendrían motivos para reclamar la violación de los pactos de sumisión de Italia a la Comisión Europea, desde el momento que no tenían motivos de antemano para suscribirlos. La “traición” a los poderes hostiles a Italia sería una acción virtuosa, ya que restauraría la soberanía usurpada por la élite; por el contrario, obedecer a la élite y no perseguir los intereses de la nación constituiría una traición del nuevo gobierno a sus electores. Si de la élite se puede esperar una acción de boicot contra Italia (diferencial, tipos de interés, revocación de los fondos del PNRR, comisariado), del pueblo traicionado por enésima vez, en condiciones de pobreza creciente y de persecución deliberada de la empresa y del trabajo, hay que temer barricadas y protestas dictadas por la exasperación, de las que vemos avisos también en otros países. Al evaluar los costes y beneficios, me gustaría esperar que el gobierno de Meloni no quiera hacerse cómplice de esta operación subversiva en detrimento del país.

 

Es difícil creer que la oligarquía financiera no haya tenido en cuenta esta eventualidad. Es más fácil creer que fue precisamente para gestionar la estrategia de salida y contener los daños tanto en el frente de la pandemia y del fraude de las vacunas como en el frente del Gran Reinicio, de la transición digital y la emergencia verde lo que tanto deseaban el Foro Económico Mundial (por razones ideológicas) y China (por razones económicas).

 

Me parece que desde muchos sectores se está tomando conciencia del gravísimo golpe de Estado que están dando los poderes supranacionales, capaces de interferir fuertemente en las actividades de los gobiernos y de los organismos internacionales. El mundo empresarial y laboral se está dando cuenta de la acción deliberada de destrucción del tejido económico nacional llevada a cabo primero con el Covid y luego con la guerra en Ucrania. Cada decisión, cada norma, cada decreto que tomó Draghi con o sin el voto parlamentario fueron elegidos para obtener el mayor daño posible para los ciudadanos, para las empresas, para los empleados, para los pensionistas, para los estudiantes. Se descartó científicamente lo que hubiera evitado muertes, hospitales llenos, empresas cerradas y el aumento de los desocupados, llevando a cabo la acción más devastadora y en flagrante contraste con los objetivos anunciados. Hoy vemos a miles de empresas intensivas en energía destinadas a suspender la producción o a quebrar porque el gobierno dimisionario de Draghi no piensa poner freno a la escandalosa especulación de ENI con el precio de la energía que paga diez veces menos. Se permite que el mercado reine sin oposición, para que la Bolsa de Ámsterdam pueda destruir la economía de las naciones, enriquecer desproporcionadamente a las multinacionales y servir a los intereses de la élite que presiona para instaurar una dictadura tecnológica acorde a la Agenda 2030 de la ONU. Agenda que hoy es objeto de adoctrinando en las escuelas desde la primaria y que vincula la financiación del PNR con reformas y nuevos recortes de gasto insostenibles.

 

Si la narrativa globalista está empezando a mostrar signos de hundimiento, especialmente en los estratos que normalmente se dejan llevar por la corriente dominante, es probable que los que están en el poder -el poder real, quiero decir- ya se hayan preparado para el siguiente escenario y se estén organizando para sacrificar a esos chivos expiatorios que, inevitablemente, la multitud querrá ver en las acciones. Así se quitará de en medio a esos cómplices incómodos y ya no útiles, saciando la sed de justicia del pueblo e incluso mostrándose como salvador y moralizador. Las víctimas designadas serán, evidentemente, los apóstoles más fervorosos de la psico-pandemia, los virtuales en conflicto de intereses, algunos exponentes institucionales y quizás algunos “filántropos”, con cuya condena la élite también eliminaría a un molesto competidor. Y no es descartable que el mismo Bergoglio, testimonial de los sueros génicos y sumo sacerdote del globalismo neopagano, sea víctima de la execración de los católicos, cansados de ser tratados como enemigos, del mismo modo que los ciudadanos se exasperan por la hostilidad de sus gobernantes.

 

Giorgia Meloni es, por el momento, una premier en potencia. Lo es para quienes esperan que Fratelli d’Italia sea la voz de ese disenso verdadero y motivado hacia toda la clase política, y que como tal actúe con fuerza y determinación, sin dejarse intimidar. Es una premier en potencia para quienes quisieron otorgarle la confianza que otros han defraudado y traicionado reiteradamente. El suyo es un gesto irracional, movido por la creciente preocupación por el destino de la Nación y por la persuasión de que una mayoría abrumadora en el Parlamento pueda dar al nuevo gobierno la seguridad para tomar decisiones fuertes, para las que obtendrá el apoyo y el respaldo del electorado, al que debe responder como expresión de la voluntad popular. Es una premier en potencia, porque los dos primeros ministros anteriores eran cualquier cosa menos líderes, atrapados como estaban para ser camareros de Von der Leyen, Klaus Schwab o Joe Biden. Si Giorgia Meloni quiere realmente ser premier, y serlo de hecho y no sólo en potencia, debe enfrentarse primero a quienes, elegidos por nadie, se permiten dar patentes de presentabilidad política a los jefes de gobierno democráticamente elegidos, cuando son los primeros en encontrarse en gravísimos conflictos de intereses, empezando por los mensajes de texto de Úrsula con Bourla, siguiendo con la pertenencia de los líderes mundiales al FEM y concluyendo por el involucramiento de Biden en la financiación de los laboratorios biológicos de la NASA en Ucrania y en los negocios de la principal empresa energética de Kiev.

 

Italia es una nación que puede resurgir, como siempre lo ha hecho en el pasado, si logra recuperar el orgullo de su identidad, de su historia, de su destino en los planes de la Providencia. Durante décadas, los italianos han sufrido decisiones tomadas en otros lugares, de las que no han recibido más que daños y humillaciones. Ha llegado el momento de levantar la cabeza, de rechazar con indignación esa resiliencia que quiere que estemos dispuestos a sufrir los golpes sin reaccionar. El mundo distópico del globalismo debe ser rechazado y combatido no sólo por nosotros, sino por nuestros hijos, a los que cada uno de nosotros quiere dejar un futuro sereno, unas perspectivas económicas sólidas para formar una familia sin que se sientan marginados o criminalizados por no aceptar resignarse a los planes subversivos decididos por quienes quieren hacernos comer insectos y obligarnos a la esclavitud con la única intención de empobrecernos y controlarnos en todos los aspectos de la vida cotidiana.

 

Pero esto -lo digo como Pastor, dirigiéndome a los católicos en particular- sólo será posible si los italianos reconocen que la justicia, la paz y la prosperidad de una Nación pueden lograrse allí donde reina Cristo, donde se observa su ley, donde el bien común se antepone al beneficio personal y a la sed de poder. Volvamos al Señor, y el Señor sabrá recompensar nuestra fidelidad. Volvamos con confianza a María Santísima, nuestra Madre celestial, y ella intercederá por nuestra querida Italia ante su Hijo.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo,

Nuncio Apostólico

 

27 de setiembre de 2022

Santos Cosme y Damián, mártires

 

 

Publicado originalmente en italiano el 27 de setiembre de 2022, en https://www.marcotosatti.com/2022/09/27/vigano-sulle-elezioni-speriamo-che-la-meloni-non-tradisca-gli-italiani/

 

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

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