Viganò y los nombramientos cardenalicios de Francisco. Un Consistorio con el signo de Calígula

3 Giugno 2022 Pubblicato da

Marco Tosatti

Carissimi StilumCuriali, riceviamo e volentieri pubblichiamo questa riflessione dell’arcivescovo Carlo Maria Viganò sulle nomine cardinalizie preannunciate dal Pontefice regnante. Buona lettura.

 

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USQUE AD EFFUSIONEM SANGUINIS

a propósito de los nombramientos del próximo Consistorio

 

Si pudiésemos preguntar a San Gregorio Magno, a San Pío V, al Beato Pío IX, a San Pío X y al Venerable Pío XII en base a cuál evaluación ellos eligieron a los prelados para investirlos con la Sagrada Púrpura, sentiríamos responder a todos, sin excepción, que el principal requisito para convertirse en Príncipes de la Santa Iglesia Católica Romana es la santidad de vida, virtudes particulares excelentes, la erudición en las disciplinas eclesiásticas, la sabiduría en el ejercicio de la autoridad, la fidelidad a la Sede Apostólica y al Vicario de Cristo. Muchos de los cardenales creados por estos pontífices llegaron a su vez a ser Papas; otros se distinguieron por su contribución al gobierno de la Iglesia; otros merecen también ser elevados a la gloria de los altares y ser proclamados Doctores de la Iglesia, como San Carlos Borromeo y San Roberto Belarmino.

De la misma manera, si pudiéramos preguntar a los cardenales creados por San Gregorio Magno, San Pío V, el Beato Pío IX, San Pío X y el Venerable Pío XII cómo concebían la dignidad a la que habían sido elevados, habrían respondido, sin excepción, que se sentían indignos del rol que desempeñaban y confiaban en la ayuda de la gracia de estado. Todos ellos, desde los más distinguidos hasta los menos conocidos, consideraban esencial para su propia santificación dar pruebas de absoluta fidelidad al inmutable Magisterio de la Iglesia, de heroico testimonio de la Fe predicando el Evangelio y defendiendo las Verdades reveladas, de filial obediencia a la Sede de Pedro, Vicario de Cristo y Sucesor del Príncipe de los Apóstoles.

Si hoy alguien planteara estas preguntas a quien hoy está sentado en el Trono de Pedro y a los que ha elevado a la púrpura cardenalicia, descubriría con gran escándalo que el nombramiento de un cardenal está considerado a la altura de cualquier otro cargo de prestigio en una institución civil, y que no son las virtudes requeridas para ese cargo las que llevan a elegir a tal o cual candidato, sino su nivel de corruptibilidad, chantaje o pertenencia a tal o cual corriente. Y lo mismo, y tal vez peor, sucedería al suponer que, así como en las cosas de Dios sus ministros deben ser ejemplos de santidad, en las cosas del César los gobernantes deben guiarse por las virtudes de la gobernanza y moverse por el bien común.

Los cardenales nombrados por la Iglesia bergogliana son perfectamente coherentes con esa Iglesia profunda de la que son expresión, así como los ministros y funcionarios del Estado son elegidos y nombrados por el Estado profundo. Y si esto sucede, es porque está haciendo metástasis la crisis de autoridad a la que asistimos desde hace siglos en el mundo y en la Iglesia desde hace sesenta años.

Las máximas jerarquías honestas e incorruptibles exigen y obtienen colaboradores convencidos y fieles, porque su consentimiento y colaboración deriva de compartir un fin bueno -la santificación propia y ajena-, recurriendo a instrumentos moralmente buenos. Del mismo modo, los líderes corruptos y traidores requieren subordinados no menos corruptos y dispuestos a la traición, porque su consentimiento y colaboración deriva de la complicidad en el crimen, del chantaje del asesino y del mandante, y de la falta de cualquier reparo moral en el cumplimiento de las órdenes. Pero la fidelidad en el mal, no lo olvidemos, está siempre limitada en el tiempo, y sobre ella pende la espada de Damocles a través del mantenimiento del poder del amo y de la ausencia de una alternativa más atractiva o remunerativa para quienes le sirven. Por el contrario, la fidelidad en el Bien -es decir, fundada en el Dios que es Caridad y Verdad- no conoce segundas intenciones, y está dispuesta a sacrificar su vida –usque ad effusionem sanguinis– por esa autoridad espiritual o temporal que es vicaria de la Autoridad de Nuestro Señor, Rey y Sumo Sacerdote. Este es el martyrium simbolizado por la túnica cardenalicia. Esta será también la condena de aquéllos que la profanen creyéndose protegidos por las Murallas Leoninas.

En consecuencia, no sorprende que una autoridad que se basa en el chantaje se rodee de personas que se pueden chantajear, ni que un poder ejercido por cuenta de un lobby subversivo quiera garantizar continuidad a la línea emprendida, impidiendo que el próximo cónclave elija un Papa y no un vendedor de vacunas o un propagandista del Nuevo Orden Mundial.

Sin embargo, me pregunto quiénes de las Eminencias que salpican las crónicas pomposas de la prensa con sus pintorescos apodos y con el lastre de los escándalos financieros y sexuales estarían dispuestos a dar la vida, no por su amo muy Santa Marta -que se cuidaría muy bien de dar la vida por sus cortesanos-, sino también por Nuestro Señor, suponiendo que no lo hayan sustituido entretanto por la Pachamama.

Me parece que aquí está el quid de la cuestión. Pedro, ¿me amas más que ellos?  (Jn 21, 15-17). No me atrevo a pensar lo que respondería Bergoglio; sé en cambio lo que responderían estos personajes, revestidos con el Cardenalato al igual que Calígula[1] confirió el laticlavio a su caballo Incitatus despreciando al Senado romano: no lo conozco (Lc 22, 54-62).

Que sea tarea primordial de los católicos -laicos y clérigos- implorar al Dueño de la Viña que venga a hacer justicia con los jabalíes que la asolan. Hasta que no se expulse del templo a esta secta de corruptos y fornicadores, no podemos esperar que la sociedad civil sea mejor que quienes deberían edificarla y no escandalizarla.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

2 de junio de 2022

 

Publicado originalmente en italiano el 2 de junio de 2022, en https://www.marcotosatti.com/2022/06/02/vigano-e-le-nomine-cardinalize-di-francesco-un-concistoro-nel-segno-di-caligola/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino



[1] “Extravagante, excéntrico y depravado. Así es como las escasas fuentes historiográficas definen el reinado de Calígula, el emperador romano que, según la leyenda, se atrevió a hacer senador a su caballo (llamado Incitatus, para que conste). Al final de su reinado, Calígula pretendió ser llamado Dios, que es un poco más que ungido por el Señor”.

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1 commento

  • Amparo Simeon ha detto:

    No se necesita ser un Papa santo para crear Cardenales que luchen por el bien de la Iglesia. Precisamente el gran Papa que convocó el Concilio de Trento fué Paulo III Farnese -inmortalizado por el magistral pincel de Tiziano- y este Papa que luchó sin extenuación por aquel magno e inmortal Concilio fué creado Cardenal ¿adivinen? Pues ni más ni menos que por el Papa Alejandro VI Borja o Borgia como se dice en la bella Italia. Y es que el problema radica en que Bergoglio está al servicio de los globalistas luciferinos y además que Ratzinger nos ha metido en este pantano no sé si por cobardia o por estupidez. Porque o se renuncia al Papado como lo exigen los Sagrados Cánones, como lo hicieron Celestino V y Gregorio XII o esto es un gran comedia como fué tragicomedia el Gran Cisma de Occidente. Seguro que saldremos de ésta porque no se ha acortado la diestra de Dios, pero cuánta responsabilidad tendrán ante el Juicio definitivo -el de Dios y el de la Historia- Ratzinger, Bergoglio, el Colegio Cardenalicio y el Cuerpo Episcopal.