Renovatio 21 entrevista a Viganò. La matriz anticrística del Nuevo Orden Mundial

16 Novembre 2021 Pubblicato da

Marco Tosatti

Estimados amigos y enemigos de Stilum Curiae, con gusto volvemos a publicar esta entrevista que el arzobispo Carlo Maria Viganò concedió a Renovatio 21. Buena lectura.

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ENTREVISTA

Al arzobispo Carlo Maria Viganò

para Renovatio21

¿Hubo algún momento en el que los temas de los que habla Su Excelencia -como, por ejemplo, el advenimiento de un Nuevo Orden Mundial anticrístico- se discutieron dentro de los muros del Vaticano?

Una sociedad que no se protege de quienes la amenazan está condenada a la extinción, al igual que un cuerpo que no se defiende de las enfermedades se ve afectado y muere. Es por este motivo que la Iglesia Católica se ha preocupado siempre tanto por extirpar las amenazas internas como de prevenir y combatir las externas. Por otra parte, ningún buen gobernante pondría en peligro a sus ciudadanos, sabiendo que hay un poder oculto que proyecta un golpe de Estado o que intenta infiltrar espías.

El Nuevo Orden Mundial es una amenaza muy seria tanto para el Estado como para la Iglesia, porque ambos son sus enemigos a abatir, con vistas a la instauración de una República Universal y de una Iglesia de la Humanidad, ambas anticrísticas: la República Universal es la negación del Reinado social de Nuestro Señor y del propio pacto social; la Iglesia de la Humanidad es la negación de la necesidad de la Redención y de la unicidad de la verdadera Religión.

Es desde hace más de tres siglos que la masonería libra la batalla contra el Estado y contra la Iglesia, y mientras los poderes civil y eclesiástico han sido fieles a su tarea -uno para garantizar la paz, el orden y la prosperidad de los ciudadanos, el otro la unidad en la Fe y la salvación eterna de las almas- han adoptado todas las medidas para impedir que la secta alcance sus objetivos. Pero en el transcurso de estos tres siglos la mayoría de los Estados se han rendido y han aceptado los principios masónicos en sus Constituciones, mientras que la Iglesia Católica resistió hasta 1962, cuando esos principios hasta entonces condenados fueron también institucionalizados por sus Pastores. Es imposible no ver en esta entrega incondicional al enemigo una verdadera traición, tanto por parte de las autoridades civiles como eclesiásticas. El ecumenismo y la colegialidad son la prueba de este cáncer en el cuerpo eclesial, que con Bergoglio ha llegado a su metástasis con el ecologismo panteísta y el camino sinodal, que preludian esa “iglesia de la Humanidad” señalada en las Constituciones de la masonería, al menos desde 1864[1].

 

¿Existe todavía alguna realidad eclesiástica que siga conservando esta visión?

Hay un pusillus grex [pequeño rebaño] que lucha por defender la Ciudadela de los asaltos internos y externos: su exiguo número, a los ojos de Dios, muestra inequívocamente que la victoria es posible sólo con la poderosa intervención del Señor.

El que, de buena fe, creía que la masonería no representaba una amenaza para la sociedad y constituía una enemiga jurada de la Iglesia, puede comprender ahora que han sido engañados. Pero esta toma de conciencia, aunque tardía, debe traducirse inmediatamente en una acción concreta: los pastores deben advertir a su rebaño, denunciar los planes de la secta, realizar una labor de formación y ejercer su rol de defensores de la Iglesia. Por ello, juzgo que son muy positivas las palabras del presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense, monseñor José Gómez, sobre la “élite globalista anticristiana”[2]. Espero que las repita durante la sesión plenaria de la Conferencia Episcopal Estadounidense que se reúne precisamente en estos días Baltimore: a las palabras deben seguir los hechos, porque tomar nota de que el rebaño está amenazado por los lobos sin cerrar el redil y ahuyentar a las bestias feroces sería aún más grave.

Por el contrario, los que, de mala fe, minimizan la amenaza de la masonería e incluso fomentan la colaboración con sus ideales revolucionarios se revelan como enemigos de la Iglesia y cómplices de la élite globalista. Y aquí no se trata sólo de la no beligerancia con un poder enemigo, sino de una verdadera deserción de la Jerarquía, que ha llegado a la complicidad más abyecta y a la traición a Dios y a los fieles. Ver a Bergoglio recibir en el Vaticano a los exponentes del Consejo para el Capitalismo Inclusivo y ser designado como “guía moral” de las familias de las altas finanzas pertenecientes a la cúpula masónica da la medida de una apostasía que parte de la misma cúpula de la Iglesia, ante la cual los fieles buenos permanecen escandalizados.

 

El mayor dolor de los cristianos ahora es que tienen que librar una batalla no junto a las instituciones eclesiásticas, ni siquiera sin ellas: parecería que la batalla hay que librarla “contra”, porque el catolicismo institucional muestra que se ha convertido en un verdadero gran motor de la opresión social y biológica en curso. ¿Cómo pueden los cristianos pensar en un cambio espiritual sin tener a los obispos de su lado?

Un rebaño sin pastores se dispersa fácilmente, sobre todo si es asediado por los lobos. La Providencia permite que los católicos atraviesen un periodo de crisis en la Iglesia, abandonados por sus obispos, incluso en muchos casos directamente perseguidos. Los casos de sacerdotes despedidos de su estado clerical por no someterse a los diktats de Santa Marta son cada vez más numerosos. Pero la ausencia de autoridad -o más bien su traición y sometimiento al enemigo- no puede ser definitiva, porque una sociedad no puede sostenerse sin una autoridad que la gobierne; una autoridad que no es fruto del consenso de los gobernados, sino expresión vicaria de la autoridad de Jesucristo, la Cabeza del Cuerpo Místico.

En consecuencia, el cambio decisivo para una restauración de la Iglesia debe partir necesariamente de arriba, del Romano Pontífice y de los Obispos, y hasta que esto ocurra los fieles sólo pueden rezar, hacer penitencia y ofrecer una firme resistencia a los abusos de quienes ejercen el poder con la finalidad contraria a la que fue instituido por Dios. Y para que no haya apoyo a las iniciativas de la parte corrupta de la institución, los fieles deben privarla de toda forma de financiamiento, devolviendo sus ofrendas a la parte sana de la Iglesia, para asegurar la ayuda a las familias, a los sacerdotes y a las comunidades religiosas perseguidas.

 

Hace unas semanas, un guardia suizo despedido por no someterse al suero del ARNm nos dijo que, según él, la estricta exigencia de vacunación impuesta en el Vaticano podría deberse al hecho de convertir al pequeño Estado en un ejemplo mundial, como Israel, podría decirse. Nos preguntamos: ¿un ejemplo frente a quién? ¿Quién es el espectador último al que se quiere satisfacer, convirtiéndose en un “ejemplo” de totalitarismo vacunal?

Pero está claro: aquellos a los que Bergoglio quiere complacer y a los que no deja de dar testimonio público de sumisión obediente son los que, desde los famosos correos electrónicos de John Podesta, planeaban desbancar a Benedicto XVI del papado, lanzar una “primavera de la Iglesia” y elegir a un títere que llevara a cabo esa revolución; ni más ni menos que lo que hemos visto ocurrir en Estados Unidos con el colosal fraude electoral contra el presidente Trump y que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca.

El sometimiento servil de Bergoglio a la ideología globalista es tan escandaloso que lo entienden incluso los fieles comunes, que en virtud del sensus Fidei captan la índole subversiva de este “pontificado” y se refugian en la idea de que Benedicto XVI es el verdadero Papa. Ciertamente, el inquilino de Santa Marta se erige hoy como candidato a la presidencia de la Religión Mundial, tal y como desea la masonería y planea el Nuevo Orden; o al menos como el que introdujo en el Sagrado Colegio al futuro candidato papal a este cargo.

 

En 2009, en su encíclica Caritas in Veritate, Benedicto XVI tronó contra los embriones sacrificados a la ciencia: “si se sacrifican embriones humanos para la investigación, la conciencia común termina perdiendo el concepto de ecología humana”. ¿Cómo es posible que un puñado de años más tarde hayamos llegado a una Iglesia que da un vuelco total a estos conceptos, hasta el punto de despedir a quienes rechazan las vacunas creadas precisamente con el sacrificio de seres humanos?

La Iglesia no ha cambiado su doctrina, ni podría hacerlo. Lo que estamos presenciando es la culminación de un proceso de décadas, al que -duele decirlo- ni siquiera Benedicto XVI fue ajeno. El “concepto de ecología humana”, aunque sólo sea por la forma en que se expresa, delata un lenguaje profano que carece de la fuerza y la eficacia de una visión totalmente sobrenatural. Los embriones humanos no deben ser sacrificados porque son criaturas queridas y amadas por Dios, a las que Él se dignó dar vida para que le rindan gloria y, renaciendo en el Bautismo, puedan participar de su visión beatífica en el Cielo.

El abandono, desde el Concilio, del lenguaje inequívocamente católico del Magisterio ha llevado a un debilitamiento de la enseñanza de la Iglesia, que ha conducido inexorablemente a la actual deriva doctrinal y moral.

Existe además una especie de sensación de inadecuación de los pastores frente a la ciencia, como si temieran no poder dar respuestas válidas y autorizadas en un campo que consideran erróneamente ajeno. Pero si pensamos que Dios es el autor tanto de la Fe como de “todas las cosas visibles e invisibles”, como decimos en el Credo, no se entiende este temor suyo, que presupone una oposición que ontológicamente no tiene sentido. Es significativo que esa intrepidez se aplique cuando se defiende la vida, mientras que desaparece totalmente cuando se trata de propagar las teorías más abstrusas y anticientíficas sobre el cambio climático: en ese caso, curiosamente, la Jerarquía proporciona las bases doctrinales al ecologismo neomaltusiano y al lloriqueo ecologista petulante e infantil de la ahora joven de 19 años Greta Thunberg, ante la que “tiemblan los “poderosos” que la alimentan; y Bergoglio llega a hablar del “grito de la Madre Tierra”, rindiendo culto al ídolo de la Pachamama.

 

Con Ratzinger todavía en el trono, ¿cree que habríamos visto las cosas que hemos vivido en este bienio pandémico?

Benedicto XVI no se habría hecho cómplice de este crimen contra Dios, contra la Iglesia y contra la humanidad. Pienso que no se habría prestado a ser una figura en la grotesca farsa de la pandemia; ciertamente no habríamos tenido en él, como en el caso de Bergoglio, un partidario de la narrativa de la pandemia y un vendedor de vacunas.

Los movimientos provida, más o menos ligados a las diócesis y a las Conferencias Episcopales, siempre han ignorado temas como el uso de fetos y embriones en la ciencia, en los productos farmacéuticos y en los cosméticos, por no hablar de la reproducción artificial, heteróloga o no, que puede matar a decenas de embriones por cada bebé de probeta, hasta el punto de que se sacrifican más seres humanos por la Fecundación in Vitro que por la Ley 194. ¿Cómo ha sido posible este silencio?

Desde los años 60, los pastores han aceptado pasivamente la inferioridad moral de la religión revelada frente a la modernidad, el progreso, el cientificismo y las exigencias del mundo secularizado y anticristiano. Es lo que ha ocurrido en la política, donde una Derecha ya impregnada de los principios liberales y del Risorgimento se ha dejado imponer la herencia moral del fascismo y del nazismo, sin que ocurra lo mismo en la izquierda con el comunismo.

Pero este sentimiento de inferioridad -que los enemigos de Cristo siempre han tratado de infundir en los católicos, presentándolos como retrógrados y antimodernos- ha sido aceptado por los obispos y, en consecuencia, por el clero y los laicos, no sólo porque no se han mantenido al corriente de los avances de la investigación médica, sino porque desde el Vaticano II han perdido la dimensión sobrenatural de su rol y -lo que es aún más grave- la vida interior y la oración asidua que es la única que alimenta la Fe y el Ministerio. El “diálogo” con el mundo no ha convertido a Cristo a los que estaban lejos de él, sino que ha alejado de él a los que estaban cerca, enviándolos a una sociedad secularizada y cada vez más anticatólica y anticrística. Dialogar con el mundo se ha convertido en un deseo de hablar su lenguaje, de aceptar su mentalidad, renegando de nuestra condición de “exsules filii Evae in hac lacrimarum valle” [desterrados hijos de Eva en este valle de lágrimas].

Tenemos obispos y sacerdotes que ya no rezan, sobre todo si están solos ante el Sagrario, y que se consideran directivos de una empresa o funcionarios de una institución. Tenemos obispos que no rezan el Breviario, que no celebran la Misa diaria, que ya no hacen meditación ni examen de conciencia. Y al perder el espíritu de oración, el necesario recogimiento interior, adquieren el espíritu del mundo y la disipación que necesariamente le sigue. Hablar con ellos de los fetos utilizados para la cosmética o de las llamadas vacunas no les escandaliza, porque se consideran tolerantes, y el objetivo de sus vidas no es convertir almas a Cristo, sino mimetizarse lo más que se pueda y sobre todo “a la altura de los tiempos”. Esto se traduce en un torpe recorrido del mundo, queriendo ir con él, adulando su espíritu, callando sus desviaciones y defectos: lo contrario de lo que deben hacer quienes son constituidos por Nuestro Señor como pastores y guías, no como seguidores insensatos.

Y si uno sigue al mundo, si se nos considera inadecuados a sus exigencias y a sus reivindicaciones; si no se cree que es el mundo el que debe arrodillarse ante la Majestad de Cristo, sino la Iglesia la que debe postrarse ante sus máximas, ¿cómo podemos pretender que la Jerarquía se atreva a ir contra esto que constituye su esencia satánica, es decir, el sacrificio y la corrupción de los inocentes?

 

Los movimientos provida oficiales han ignorado cuestiones aún más apremiantes, como la depredación de órganos en el corazón que late, que está teniendo lugar quizás en este mismo momento en los hospitales italianos. ¿Podemos decir entonces que las batallas sobre el aborto fueron, en última instancia, sobre todo armas de distracción masiva para los católicos, mientras se instalaba en el sistema una Necrocultura mucho más extendida (de la que el aborto es sólo una fracción)?

La legitimación del aborto fue un paso obligado, después del divorcio, para la destrucción de la sociedad cristiana: el odio de la masonería a la familia va de la mano con su odio a Dios y a la Iglesia. Una vez tocado el principio sagrado de la inviolabilidad de la vida, nada impide que los fetos abortados o las personas muertas por eutanasia sean utilizados para la depredación de órganos, para su venta a la industria farmacéutica, para la producción de vacunas o cosméticos, para fertilizar los campos.

Pero si los médicos católicos han denunciado estos horrores, debemos reconocer que la Jerarquía ha demostrado una vez más su cobardía frente a cuestiones que en la mentalidad secularizada se consideran marginales e insignificantes, o se descartan apresuradamente como teorías conspirativas. Si no se hubiera legalizado el aborto, no habría sido posible la utilización de fetos abortivos, y también se podría haber frenado la depredación de órganos para la industria de los trasplantes o para la investigación. ¿Pero quién dejó libertad de conciencia a los católicos comprometidos con la política, sino la ideología del Vaticano II y el diálogo con el mundo tan querido por Pablo VI?

Quien no se opone a la monstruosidad infernal de estas aberraciones demuestra no sólo que no tiene Fe, sino que está desprovisto de Caridad: pues la Caridad es la virtud que nos lleva a amar a Dios tal como es, y al prójimo por amor a Él. Si no se ama a Dios, si no se lo ama en su esencia divina y en sus perfecciones, si se cree tontamente que podemos callar la Palabra para no ofender a los que están lejos de Él, entonces se pierde hasta el amor al prójimo, y con ello el respeto a la vida natural y aún antes a la sobrenatural.

 

¿Cómo es posible que en Italia se esté a punto de votar una ley que legalizaría el asesinato de una persona con consentimiento (algo que ya ni siquiera tiene que ver con la “dulce muerte”) sin que haya una oposición católica articulada?

Es siempre el mismo problema: los que sirven al mundo no pueden servir a Dios al mismo tiempo, y los que quieren complacer a Dios no pueden complacer al mundo. El silencio culpable de la Jerarquía frente a la legalización del suicidio muestra su total inadecuación para el rol que desempeñan, la complicidad anquilosada de los que callan porque son chantajeados, el cortejo cobarde de los que esperan obtener alguna ventaja de la traición.

En todo este gigantesco diseño de muerte, ¿cómo entra la guerra lanzada por Bergoglio contra las Misas de rito antiguo?

La guerra de Bergoglio contra la Misa católica es la consecuencia necesaria de una acción coherente con toda la impostación de su “pontificado”. La Misa de San Pío V expresa la Fe de la Iglesia de Cristo, sin equívocos, sin guiños, sin censuras. Es el canto de la Novia enamorada del Esposo divino, que no conoce mentiras ni compromisos. La liturgia reformada, en cambio, expresa otra fe, es la voz de otra religión, de otra eclesiología, de algo humano que quiere ser sagrado y profano a la vez, como una mujer extraviada que quiere aferrarse a su esposo, pero guiña el ojo cómplice a su amante. Por eso, un alma genuinamente católica no puede dejar de reconocer la clara superioridad de la liturgia tridentina respecto a su versión conciliar equívoca.

Pero más allá de esto, para los que realmente conocen el valor infinito del Santo Sacrificio de la Misa y su “peligrosidad” para el plan infernal que se está llevando a cabo, es innegable que existe el terror de verlo difundido de nuevo entre los fieles, porque el bien espiritual que aporta a la Iglesia es un poderoso exorcismo contra sus enemigos. Satanás odia la Misa tradicional, como odia la confesión del pecador, la Comunión recibida con las debidas disposiciones, el rezo del Rosario, el agua bendita, el toque de campanas y los Sacramentales en general. No es casualidad que la pandemia haya eliminado el agua bendita de las iglesias, haya diezmado la frecuencia de los sacramentos y haya dejado morir a tantas almas sin la asistencia de un sacerdote.

Estamos siempre en el mismo punto: sólo los que no creen pueden permitir que los fieles se vean privados de la ayuda espiritual que necesitan para afrontar un momento de crisis; sólo los que están del lado del Enemigo pueden impedirlo deliberadamente; y los que están con el Señor saben bien lo necesario que es, en un mundo gobernado por Satanás, hacer irrumpir el poder de Dios, la Gracia transmitida por la Misa y los Sacramentos, la intercesión de la Santísima Virgen y de todos los Santos. Evidentemente, cuando se prefiere hablar de “respeto a la casa común” y del cambio climático en lugar de gritar a los cuatro vientos que la única salvación viene de Nuestro Señor Jesucristo, ya se ha hecho una elección de campo.

El 5 de noviembre The Post International publicó un informe titulado Los No-Vacunas de Dios, de Giulia Cerino y Laura Maragnani, en el que se da una versión facciosa y partidaria del movimiento católico tradicionalista y de los prelados que lo apoyan: no hace falta decir que Su Excelencia está especialmente en la mira. ¿Cómo juzga este creciente ataque a quienes expresan su desacuerdo con la narrativa sobre la pandemia y las vacunas?

Lo que surge de ciertos artículos y programas de televisión es la desvergüenza, el odio ideológico de los cortesanos de la prensa hacia los anfitriones públicos del sistema.

La ridiculización inicial del adversario, su criminalización, forma parte de la técnica probada de toda dictadura, especialmente la comunista, que suele concluir con la eliminación social, política e incluso física del adversario. Aparte de las falsedades que me afectan personalmente, me da pena ver que se ataca al cardenal Burke, a monseñor Schneider y a monseñor Williamson, buenos sacerdotes obligados a las catacumbas por la desidia o la impavidez de sus pastores, intelectuales y grupos de fieles. Los únicos “buenos” que merecen el aprecio del TPI son el “papa Francisco” y un “Profesor”: me parece que este hecho indiscutible disipa cualquier duda sobre la organicidad de ambos al sistema.

Pero estos golpes bajos, estas acusaciones falsas y sin contestación, nunca han faltado en los que hacen el bien, porque la persecución forma parte de nuestra vida diaria como católicos en un mundo impío y anticristiano. La operación de deslegitimación que persigue el Estado profundo contra quienes manifiestan su disidencia al sistema coincide perfectamente con la deslegitimación que la Iglesia profundalleva a cabo contra los católicos refractarios.

Resulta chocante que mucha gente acepte juicios sumarios para algo que es un derecho inalienable. Considerar que es un crimen la legítima decisión de no someterse a la inoculación del suero génico experimental representa un grave atropello por parte de quienes no aceptan ninguna confrontación, y menos aún el disenso, porque saben perfectamente que los argumentos científicos, jurídicos y de sentido común muestran toda la incoherencia y el carácter ilógico de sus posiciones. Por eso, ante la imposibilidad de argumentar, es necesario apelar a la “fe en la ciencia”, a la superstición, desacreditando a los premios Nobel y a los verdaderos científicos.

 

11 de noviembre de 2021

San Martín de Tours, obispo y confesor

Publicado originalmente en italiano el 13 de noviembre de 2021, en https://www.marcotosatti.com/2021/11/13/renovatio-21-intervista-vigano-la-matrice-anticristica-del-nuovo-ordine-mondiale/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino



[1] “Art. 7. El objetivo último de sus trabajos es reunir a todos los hombres libres en una gran familia, que pueda y deba suceder gradualmente a todas las sectas, fundadas en la fe ciega y la autoridad teocrática, a todos los cultos supersticiosos, intolerantes y enemigos entre sí, para construir la verdadera y única Iglesia de la Humanidad”. Véase La Civiltà Cattolica, Año XXXV, vol. VII, 1884, p. 42.

 

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