El caso Biden-Bergoglio. No es una cuestión pastoral, sino política (y diplomática)

5 Novembre 2021 Pubblicato da

 

Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, me parece justo e interesante ofrecer a vuestra atención este análisis del caso Biden-Bergoglio, publicado en Vatican Reporting. Un análisis especialmente valioso, realizado por Andrea Gagliarducci, y republicado por Korazym.org

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¿De qué hablaron el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el papa Francisco en su inusual conversación privada del 29 de octubre (75 minutos)? No podemos saberlo, porque esas conversaciones son confidenciales, son privadas y deben serlo. Y así, sólo tenemos dos declaraciones de esa conversación del propio presidente, tomadas al vuelo por los periodistas al margen de una reunión en el Palazzo Chigi después de su visita al Vaticano. Y Biden dijo que no, que él y el Papa no hablaron del tema del aborto. Y que sí, el Papa le habría dicho que era un buen católico y que podía comulgar.

Para entender el significado de las palabras, hay que dar un paso atrás. Desde hace años existe un debate en Estados Unidos: ¿pueden comulgar los políticos católicos que se declaran proabortistas? No, respondió una nota de la Congregación de la Doctrina de la Fe, porque se encuentran en una situación de pecado público grave, y por lo tanto se les debe negar la Comunión. Se produjo un áspero debate entre los que creen que una posición política no cambia la esencia de un católico y los que, en cambio, subrayan que esa posición política demuestra precisamente que no creen en una de las creencias fundamentales del cristianismo, a saber, que todo ser humano es igual en dignidad.

El tema volvió a surgir con fuerza con la candidatura de Joe Biden a la Casa Blanca, católico, demócrata y proabortista, hasta el punto de que recientemente definió el aborto como un derecho humano. Que quede claro que nadie ha cuestionado la naturaleza piadosa y creyente de Biden. Pero el Catecismo de la Iglesia Católica es claro, no hay atajos en eso.

El papa Francisco, por su parte, no ha querido tomar una posición clara. A una pregunta sobre el tema que le hicieron en su vuelo de regreso de Budapest y Eslovaquia, el papa Francisco respondió que la cuestión de la comunión a los políticos pro-abortistas no debe resolverse políticamente, sino pastoralmente. Ni sí ni no, entonces. Consideren las circunstancias.

Que es, en el fondo, exactamente lo que ha ocurrido siempre. Si un político, en la intimidad de su parroquia, seguido por un confesor, comulga incluso en estado de grave pecado público, es un asunto profundamente privado que concierne a su comunidad, a su confesor y a la forma en que esto es administrado por el párroco. Pero si, por otro lado, comulga en público, de alguna manera va a dar testimonio de que la Iglesia acepta ciertas situaciones y, por lo tanto, tiene la posibilidad de utilizar la Comunión como ganzúa política en ciertos temas, entonces eso es un problema.

Y eso es exactamente lo que ha hecho Biden. Por un lado, se queja del uso político e incluso instrumental de la religión, y señala con el dedo a los católicos fundamentalistas que llevan sus creencias a la política. Pero, por otro, hace exactamente lo mismo. Se introduce una cuestión de fe en el debate político, arrastrando al debate al propio papa Francisco.

Un Papa que no puede responder, porque la Santa Sede siempre ha mantenido la confidencialidad sobre los asuntos privados. En lo que a nosotros respecta, Biden podría haberse confesado con el Papa. Pero eso no le habría autorizado a decir nada.

Ahora bien, puede ser que en el próximo viaje, el papa Francisco responda a una pregunta directa sobre el tema con palabras vagas, sin desentrañar el enigma. Por ahora, Matteo Bruni se ha referido a la conversación como “una conversación privada”, y no podía ser de otra manera. Pero en el fondo la verdadera cuestión es el uso que Biden hizo de la visita.

Las palabras de Biden no merecen una respuesta pastoral, sino una respuesta política. Merecerían una nota del secretario de Estado, no tanto desmintiéndolos como quejándose esencialmente de que Biden hizo (en forma veraz o no, no es importante) referencia a una conversación que debería haber permanecido privada.

No es una cuestión pastoral, sino política. Lo que hace falta, por tanto, es una respuesta política y diplomática, en lugar de que haya obispos que digan que Biden no puede comulgar, y que haya sacerdotes que se la den de todos modos, como ocurrió en la Misa celebrada en la “parroquia de los americanos”, la de San Patricio en Roma, no lejos de la embajada de Estados Unidos en Italia, a la que Biden acudió el 30 de octubre después del G20, se trataría más bien de cuestionar la actitud general del presidente. Porque la cuestión no es si Biden actuó o no como un católico. Podemos tener nuestras dudas al respecto. La cuestión es que lo que hizo no fue realmente institucional.

 

La reunión fue poco institucional, con Biden bromeando desde el principio.

De hecho, toda la reunión fue poco institucional, con Biden bromeando desde el principio, como siempre hace, presentándose como “el marido de Jill” y luego continuando en un tono casi confidencial durante toda la visita, al menos por lo que podemos ver en las imágenes.

Sabemos que el papa Francisco aprecia este tipo de actitudes, que además manifiestan un cierto desprecio por la función que se tiene, pero no significa que esta actitud sea protocolarmente correcta. Al fin y al cabo, no fueron Joe Biden y Jorge Bergoglio quienes se reunieron, sino el presidente de la nación considerada, con razón o sin ella, la más poderosa del mundo y el Sumo Pontífice. Y esto debe quedar claro en los gestos, en los modales y en el tono.

Lo que se pretendía era transparentar una confianza sustancial entre ambos, pero esto apenas entra en los asuntos diplomáticos. De hecho, la nota de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, que siempre informa de las conversaciones bilaterales y nunca de las privadas,también tenía temas críticos, mencionando incluso la objeción de conciencia, así como el tema de la dignidad humana, que incluía la tan debatida cuestión del aborto.

Hay que hacer una nota al margen. Christopher Altieri, en un comentario en Catholic World Report, señala que el padre Federico Lombardi, ex director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, había explicado que Benedicto XVI, después de una entrevista, explicaba los temas de la conversación, mientras que el papa Francisco se detiene más bien en la personalidad del interlocutor. Se puede deducir, por tanto, que mientras Benedicto XVI formaba parte de las discusiones de la agenda de las reuniones, y llevaba a cabo una agenda compartida con la Secretaría de Estado, el papa Francisco deja más espacio a las impresiones personales, menos institucionales. Es un estilo que se remedia con el trabajo institucional de la Secretaría de Estado.

Vivimos en un mundo en el que todos quieren sentirse iguales, en el que el poder sólo gusta si parece estar al nivel de las personas. Pero son ilusiones. Ni el papa Francisco ni Biden, con toda su simpatía, se libran de la necesidad de tomar decisiones, incluso dolorosas, y a veces hasta contrarias a lo que hablan. Basta con pensar en la forma en que Biden ha manejado el tema de los migrantes, y en la precipitada retirada de Afganistán. Y estos son sólo dos ejemplos.

Tenemos que salir de la narrativa, para empezar a entender la realidad. Para hacerlo, necesitamos también una mayor conciencia de la doctrina cristiana. Al fin y al cabo, esta es la razón por la que los obispos de Estados Unidos han iniciado un camino de “renovación eucarística”, que no tiene que ver con la cuestión política de distribuir la Comunión a algunos pecadores graves, sino con una comprensión renovada del sentido de la Eucaristía. Si se parte de eso, resulta obvio lo que hay que hacer.

Al final, queda clara una cosa: al decir lo que dijo, Biden mostró una falta de respeto hacia el Papa, una falta de respeto hacia la jerarquía católica y sus enseñanzas, y una falta de respeto incluso hacia su propia fe, convirtiendo esta fe en una cuestión política. Se puede decir que no fue él quien lo empezó, tal vez, pero podría no haber continuado. También podría decidir no comulgar en público. También podría vivir su fe como un acto privado, con todo lo que ello conlleva en público.

Lo que haría falta ahora es que los políticos católicos también se definan. Porque, más allá de la simpatía personal por Biden y su agenda, hay una forma presidencial de tratar los temas. Y Biden puede ser católico, pero no ha sido presidencial para nada.Probablemente esto se debería decir. Y es en la ausencia de tales posturas que la comunicación de los católicos fracasa.

 

Este artículo fue publicado por el autor ayer, 1 de noviembre de 2021, en su blog Vatican Reporting: Comunicazione vaticana, perché il problema Biden non è pastorale, ma politico“.

Publicado originalmente en italiano el 2 de noviembre de 2021, en https://www.marcotosatti.com/2021/11/02/il-caso-biden-bergoglio-non-e-questione-pastorale-ma-politica-e-diplomatica/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

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